Jue 28.02.2013
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2925 DíAS SIN SOLOS DE PAPPO

“Nació tocado, como Maradona”

Además de haber sido su compañero de andanzas en la infancia, Miguel Angel Laise, el primo tapicero del Carpo, fue quien lo hizo entrar a su primera banda. Hoy recuerda sus anécdotas de pura sangre entre retazos de cuerina.

› Por Juan Barberis

Mirada penetrante, manos pesadas y una voz que sale profunda y grave como un trueno. Cuando Miguel Angel Laise abre la puerta e invita a pasar a su tapicería, la Viejo Blues, saluda y tira alguna de sus risotadas corpulentas y desganadas con su remera de Pappo’s Blues 2 al lomo, es imposible no sentir al Carpo un poco más cerca, a ocho años de su muerte. Más todavía si sobre una de las paredes del local de la calle Triunvirato al 3900, entre sillones en reparación, mesas dadas vuelta y retazos de cuerina, se yergue un santuario acotado pero preciso con fotos de momentos clave en la historia de Norberto Napolitano. “Escuchame: yo me di cuenta de que era tan famoso después de que se murió”, aclara de arranque Laise, algo tímido y reticente. “Creo que ni él se la creía que era tan grande.”

Además de primo por lado materno –su madre es hermana de Carlos Napolitano, papá del astro de la guitarra–, Miguel Angel fue, junto con su otro primo Pascual, el socio del barrio y compañero de batallas tempranas sobre las veredas de La Paternal para Pappo. “Estábamos todo el tiempo juntos. Eramos los tres más chicos, mimados y quilomberos de la familia. En realidad, hacíamos lo que hacen todos de pibes: jugábamos a la pelota, tocábamos timbre y salíamos corriendo... Pero este loco era muy bravo.”

Fue a eso de los catorce cuando Miguel y Norberto, que tenían seis meses de diferencia de edad, se empezaron a sentir atraídos por la música. Con familia de procedencia santafesina, lo primero que curtieron fue el folklore. “Me acuerdo de que nos compramos todos los instrumentos acá a tres cuadras, en Los Incas y Triunvirato”, precisa Laise. “Mi primo siempre fue muy apoyado por sus padres, cosa que era verdaderamente raro en esa época, así que el tío Carlos nos firmó todos los papeles”, hace memoria Miguel.

Poco tiempo después, Laise arrancó a tocar la batería en Los Buitres con algunos personajes del barrio, como Humberto Marinucci y Tito Milanesa. La formación original perdió a uno de sus guitarristas y Laise tuvo una gran idea. “Dije: ‘Yo tengo un primo, pero lo único que sabe tocar es Jinetes en el cielo’, que era una canción muy conocida en ese entonces. Y eso pareció suficiente. Lo fueron a buscar y completamos la banda”, resume.

Los Buitres sobrevivieron casi dos años juntos entre covers de Los Beatles y los Rolling Stones y contados shows acompañando a algunos artistas del momento. Con el italiano Gian Franco Pagliaro, por ejemplo, fueron los más relevantes. “Le hicimos tanto quilombo al Tano que hasta el día que murió se acordó”, sonríe Laise, señalando la pared en la que reposa una foto de uno de esos recitales en el Círculo Urquiza. “Me acuerdo de que no cobrábamos nunca por tocar. Nos teníamos que escapar del tipo de la combi porque no teníamos ni guita para eso.”

Finalmente, algunos decidieron ir a estudiar, otros consiguieron trabajos rentados. Miguel Angel tuvo que olvidarse de la batería y hacerse grande bien rápido tras la muerte de su viejo. Tito Milanesa, en cambio, terminó en un manicomio. El único que siguió con la música fue Pappo. “Ya de pibe se destacaba, era un virtuoso. Era un tipo que llevaba la música adentro. Creo que en su vida nunca estudió música, fue todo de oído. Agarraba un instrumento, lo investigaba un poco y al rato lo estaba tocando. Era uno de esos tipos que nacen tocados, como Maradona”, afirma su primo.

Y lo recuerda en una catarata de anécdotas marca Pappo. La vez que le arruinó su primer traje a baldazos es una: “El y Pascual me llamaron por teléfono reentusiasmados y me dijeron que tenían tres chicas, que fuera. ¡Y mientras tocaba timbre en su casa me empaparon, los hijos de puta!”. Otra es la vez en que, después de que el Carpo se rompió en varios pedazos la pierna en un accidente precoz, el tío Carlos tuvo que ir a sacarlo del hospital porque estaba organizando carreras de sillas de ruedas. La vez que le afanó una rueda a la camioneta estacionada de un familiar para correr en el circuito de Pontevedra. O cuando, en el día de su boda –de frac y con una mujer que sus amigos desconocían–, empezó a cargar al cura en plena ceremonia hasta el punto de fastidiarlo y poner en peligro su continuidad.

Incluso desata una pila de historias que no hacen más subrayar su éxito con las mujeres y su fama de dotado. “¿No sabías vos eso? ¡Pffff, una barbaridad! Podría estar días hablando de él, tuvo una vida de película.” Miguel Angel se desinfla y practica su mejor tono de sangre Napolitano, grave y pausado. “¿Y sabés qué? Yo siempre lo admiré, más allá de como músico, por haber sido un tipo que siempre hizo lo que se le cantó las pelotas, sin medir ninguna consecuencia. A él le importó todo un carajo. Era un personaje total, un tipo bárbaro. Siempre estábamos por volver a tocar juntos, pero iba quedando, iba quedando. Ya lo tengo decidido: cuando me anime, me voy a sacar el gusto con mi sobrino Luciano.”

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