Jueves, 21 de marzo de 2013 | Hoy
LO VATICINó RESISTENCIA SUBURBANA
A los locales de TGI Friday’s, McDonald’s y Burguer King se suman Kentucky Fried Chicken, Wendy’s, Subway y Dunkin’ Donuts. La mesa está servida... desde el Norte.
Por Hernán Panessi
El Síndrome de Olaf el Vikingo es más o menos así: Olaf, en su tira cómica, iba a comer siempre al mismo y horrendo lugar. Las porciones eran pequeñas. Como buen glotón, se quejaba, sí, pero seguía yendo. A contramano, Bolivia le dijo “¡Chau, hasta siempre!” a McDonald’s, o más bien “hasta nunca”, prefiriendo sus típicas empanadas por sobre cualquier hamburguesa. La gran Iorio: el líder de Almafuerte alguna vez declaró que “cada vez que un nene compra una Cajita Feliz, lloran las empanadas”. Y, del otro lado, está la Argentina, donde el consumismo pop les da la bienvenida a marcas de gastronomía bien made-in-USA como Wendy’s, Starbucks, Subway o Kentucky Fried Chicken. ¿Somos lo que comemos? ¿Por qué compramos lo que compramos? ¿A quién queremos impresionar? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?
En los ‘80, la juventud criolla devoraba altas cantidades de hidratos vía un local de mascota sonriente. Aquella, que respondía al nombre de Hipo, fue la cara visible de Pumper Nic, rey de la comida rápida nacional y popular que abrió sus puertas en 1974 y consiguió más de 70 sucursales en el país. Las mismas que, luego de su esplendor, tuvo que cerrar en 1996 después de presentarles batalla a las incipientes cadenas McDonald’s y Burger King, y perder más tarde ante ellas. Hoy, a más de quince años de su defunción, desde Internet se disparan rumores de una posible vuelta. Al menos, así lo aseguran una página de Facebook (Facebook.com/vuelvepumper) y una cuenta en Twitter (@vuelvepumper).
Ahora mismo, como tic de una ecuación que infiere cafetería sofisticada, sumado a foto pasada por Instagram, Starbucks evoca la sensación de pertenencia y copa la parada de los puntos de encuentro 2.0. Con wifi, sillones de cuero, tonada internacional –su símbolo más extranjerizante– y proponiendo siempre un aire a no lugar –una de las taras genéricas de la globalización–, al tener todos la misma estructura edilicia, entre otros avatares, la cafetería nacida en Seattle ya cuenta con más de 50 locales en el país. Y el hipsterismo vernáculo, feliz. Frappuccino Late. ¡Clic! Filtro vintage. ¡Tuc! Derecho a las redes sociales vía sorbete. Y de allí a la pantalla gigante: el libro Cómo Starbucks salvó mi vida, de Michael Gates Gill, que será película en breve y es su máxima expresión.
“Por cinco pesos más me ponen doble ración de albóndigas, pero es caro: sesenta pesos el combo”, se escucha decir a Mariano, vecino del Subway de Pueyrredón al 2600, una de las dos sangucherías estadounidenses del barrio porteño de Once (la otra está sobre Corrientes). Porque, claro, las grandes cadenas no sólo llegaron para colonizar la cultura gastronómica sino también los barrios. Tal es el caso de Subway, que supone una alternativa casera (“Hacelo con tu propia receta”, dicen), en el ámbar de la comida rápida. Su público se funde y confunde, así, en busca de la gula moderna: la ilusión del sánguche por centímetro. ¿Cuántos locales tiene? Casi cien a lo largo y ancho del país, desde Lomas de Zamora hasta el Paseo de la Patagonia Shopping, en Neuquén.
A raíz de esas campañas que generaron ansiedad (“Estamos llegando”, disparaban), alguien relató en Taringa! cómo hizo la primera fila en la hamburguesería Wendy’s de Cabildo al 2200. “Tenés una hora de demora”, le dijeron hace un año atrás al usuario Lucaeseldiegui, cuya primera compra resultó compuesta de: “3 Baconator, 2 Coca-Cola, 1 Sprite, 3 papas con cheddar y 1 bacon fries”. Agregaría: “Me costó $ 134”. Y esas filas interminables generadas a través de la novedad –que no es tal: Wendy’s estuvo en el país hasta el 2000–, terminarían diluyéndose con los días.
Mismo eco resonó en el nuevo Kentucky Fried Chicken, ubicado en el Alto Palermo, que arribó al país en enero. Las frituras de pollo más famosas del mundo hicieron las delicias de las consumidores voraces de novedades. Asimismo, está por llegar Dunkin’ Donuts, la cadena especializada en rosquillas. Y aquí, es cantado, cada vez que emerja el seductor “Estamos llegando”, una legión de anónimos se quejará de las largas colas, los amarretes tamaños de los alimentos y sus altos precios. Esos mismos que, como Olaf el Vikingo y lejos del affaire boliviano, seguirán estando ahí, firmes en primera fila, siendo testigos de tal acontecimiento (único, intransferible) para contárselo a quién sabe quién, vaya a saber con qué fin y para qué cosa.
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