Jueves, 16 de mayo de 2013 | Hoy
NORA LEZANO, EL OJO EN EL ROCK AJENO
La reconocida fotógrafa presenta un rico poemario en el que no hay fotos de rock, sino recuerdos, reflexiones e ideas que aparecieron en su camino.
Por Julia González
“Ni se te ocurra poner ‘La fotógrafa del rock’”, increpa Nora Lezano, entre risas y ya relajada luego de una charla distendida en su casa, que bien podría ser recorrida y contemplada como una galería. Es que la fotógrafa que adornó el NO durante los ‘90 y primeros años de este siglo y lo hace con el suplemento Radar de Página/12 y la revista RollingStone, entre otros medios, es también artista plástica. Su hogar parece una guarida estética donde cobija cuadros enormes con sus célebres fotos, frases dispuestas en un tablero de Scrabble o una escultura del “ekeko liberado” con una toga, cual Capitán América. Ahora, a su arte Lezano le suma versos con Sin sueño se duerme también, un poemario exquisito con reflexiones existenciales, conversaciones anónimas, actos teatrales y poesías dedicadas a sus colegas Martín Bonetto, Alejandra Urresti y a su pareja, Sebastián Costanzo. “Tengo un libro por ahí bastante fiero con el que no tuve mucho que ver, un libro de rock feo, que no lo cuento en mi haber. Y éste es el primer libro que tengo, no es de fotos y eso es muy loco. Ahora tenía que salir esto, en este momento mío más reflexivo. No dije: ‘Voy a editar un libro de fotos de rock’. Lo quiero hacer, estoy en eso y de a poco lo voy viendo, pero ahora tenía que parir éste”, cuenta.
Tras la impresión, los libros estuvieron guardados casi cinco meses en las cajas porque, pese a la insistencia de sus amigos, no se animaba a darlos a conocer. Son 300 ejemplares numerados, despojados de fotos y de rock: el resultado de toda una vida volcada en decenas de cuadernitos que la fotógrafa llevaba a todos lados, recitales y fiestas, escritos en días de eternas persianas bajas, dibujados por amigos, por ella y con nombres de famosos e ignotos. “Durante años escribí en cuadernos, papeles sueltos, agendas, fotos, computadoras y cualquier soporte a mano todo lo que se me antojó, ocurrió, escuché, pensé, soñé, leí, me dictaron, me dijeron, me gritaron, cantaban, cantaron, lo que recordaba, lo que no recordaba (...)”, indica en la página 7. Por eso el libro, después de largas jornadas de selección, corrección y edición, logra una confidencialidad.
Hay frases sueltas: “Nótese que Satanás se acercó a la mujer y no a Adán”, “Es tarde para llenar la laguna”, “En el afán de guardar, perdí”; también juegos de palabras como “Menstrúo / monstruo”, y conversaciones sin emisores ni receptores que en algún momento los tuvieron, que tal vez hayan salido de la boca de alguien de su entorno del rock al que llegó sin saber cómo. Recuerda aquellos primeros días de curiosidad púber en los que se rateaba del colegio y se paraba frente a la casa de Gustavo Cerati sólo para verlo pasar. Después vino un curso básico de fotografía y un año de Biología en la facultad. Su empeño la llevó a reflejar con magia a Cerati y a Charly García: “La primera vez que le hice fotos a Charly me encerré a llorar en el baño”, cuenta. O de Illya Kuryaki and The Valderramas, cuando los esperaba a la salida de los shows y les regalaba fotos que revelaba en su casa, cuando Dante, Emmanuel y Nora apenas salían de la adolescencia.
Tal vez fue una actitud asertiva la de no publicar fotos ni emparentarse una vez más con los rockstars. “En el diario original estaban todos los nombres propios que te puedas imaginar. Y bueno, mi entorno eran Spinetta, Fito, Cerati, pero después dije: ‘Si finalmente se sostiene solo, mejor’. Fito incluso quiso hacerme el prólogo, me lo dio escrito. Pero no quería mezclarlo con el rock, estoy tratando de alejarlo y de no quedar pegada de nuevo”, explica. La única foto es un señalador: un chico vomitando al lado de una pareja que se besa en un sillón del Podestá: “Eso es rock”, afirma.
El hecho de que no haya imágenes fue una elección pensada y meditada. Y puede que acople con la idea de vaciar el vaso para volver a llenarlo: “Ya está, para mí es un ciclo cumplido. Yo creo que todas las fotos que tenía que hacer ya las hice y ahora voy por otra cosa, ya no me divierte, me interesan otras cosas que no están ahí. Voy a recitales, pero no llevo la cámara y ya no vivo tanto una vida rockera. Uno va creciendo y necesitás otras cosas, y está bien que pase eso”, dice.
La tapa, negra y despojada, con letras blancas, habla por sí sola. El título del poemario se desprende de una canción de Las Pelotas (La cortina) y, atenta al parafraseo, Nora escribe en la primera página que sin sueño se duerme tan bien. “Uno está tan mecanizado que estás como dormido despierto. En este momento de despertar, de estar consciente, de hacerme cargo de un montón de cosas, dije: ‘Bueno, pongamos este título’. Me gustaba la cosa del sueño, el despertarse, ese juego de palabras, porque sí, uno va por la vida tan bien, dormido, anestesiado”, reflexiona.
–Ya está, todo lo vivido estuvo buenísimo, pero ya llegó a un techo, y también tengo que poder soltar porque a mí me cuesta un huevo poder decir: ‘Bueno, listo, me alejo, me corro’. Ya no lo disfruto tanto, ¿por qué quedarse por no poder largar eso donde uno tiene un reconocimiento, donde uno se siente seguro? Y digo vayamos por otra cosa, a buscar el vértigo.
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