EL AUGE DE LOS CICLOS DE POESíA ORAL
Son más de veinte los que ocurren en la ciudad de Buenos Aires y están protagonizados por poetas muchas veces inéditos y poesías muchas veces polémicas. ¿Alcanzan una tarima, un micrófono y un par de versos para considerar al movimiento de los slams como el nuevo paradigma poético?
› Por Julia González
Más de cuarenta chicos y chicas se apiñaron en la Biblioteca Nacional para colorear estas páginas: “La foto no nos deja mentir”, como dirían algunos abuelos. Por la explanada iban llegando y saludándose exponentes de una movida legitimada por ellos mismos: los poetas de hoy. Ya no es preciso haber editado un libro para ser convocado a lecturas, tampoco ser curador para organizar un ciclo. El micrófono se abre en infinidad de eventos en Facebook, donde todos se conocen y cuyo ejercicio aglutina cada vez más a poetas ávidos de ser escuchados. En esta nueva modalidad de poesía oral no se cuestiona la calidad de los textos; todo lo que se reclama es una tarima para recitar, a veces más cerca del stand up que de la lírica. Pero siempre del lado de la magia de la palabra hablada, tal como se la concebía en la antigua Grecia, donde la poesía no estaba destinada a la lectura, sino a la representación.
“El inodoro me parece, de repente, un altar salvífico. Con dificultad me siento, pero me siento, como quien se sienta sobre una verdad y cago dos soretes enormes y amarillentos, que, por el ángulo en el que cayeron formaron una cruz perfecta, un crucifijo. Además como estoy indispuesta, desde atrás se ve venir una corriente como de humo sanguinolenta. Me digo: Qué lindo, qué bien. Dios está en todas partes”, escribió Melina Varnvoglou en su muro de Facebook, provocando un debate: ¿este texto pertenece o no al género poético? Su autora asegura que es una poesía que “parodia la narratividad de la novela”, dice que le gusta esa definición. Surge así otra pregunta: los escritos que se crean para declamarse en una lectura, ¿pertenecen al género de la poesía? “La mayoría de las cosas que veo en vivo me parece de una pobreza muy fuerte. La poesía oral se convirtió en algo tan fácil, tan asequible”, dice Federico Fashbender, poeta y periodista con dos libros editados. Y asegura, parafraseando el disco de Los Auténticos Decadentes, que cualquiera no puede cantar. “Ni siquiera es el descaro divertido del arte como un hecho: es estar muy poco preparado para algo que requiere de más seriedad”, dice.
En 1985 nació el Slam, una competencia en formato de recital inspirada en las leyes del boxeo, cuyo jurado es el público y que se celebra a micrófono abierto, lo cual fortalecía la idea de que cualquiera podría escribir. “El Slam también puede ser un tipo de poesía. Es poesía oral interpretada. Muchos poetas que escriben Slam no publican sus trabajos porque no son completos sin la interpretación, es como leer una obra de teatro”, cierra el concepto nuestro mataburros certificado, Wikipedia.
“Yo creo que el Slam es una vanguardia poética y un movimiento literario que tiene lugar en todo el mundo y, como tal, todavía está descubriéndose y mutando. Basta comparar distintos slams para darse cuenta de que no en todos lados es lo mismo. La propuesta, al ser un juego, permite que se incorporen muchos elementos extraliterarios, por así decirlo, porque todo vale”, asevera Varnvoglou, participante de distintos slams de poesía oral, sin obra editada y quien dice estar recién comenzando con la escritura.
“Para mí hay cierta responsabilidad en ser autor, hay que estudiar, hay que encontrar voz y rol en el mundo”, agrega Malén Denis, poeta que no comulga con la idea de pensar la poesía como un entretenimiento y autora del poemario Con una remera de Sonic Youth. “Lo que pasa en el Slam es que la poesía se pierde, todo el mundo se pone en personaje, en hacer reír y me parece que no tiene valor literario. Creo que es una ridiculización inclusive de la poesía: se burlan de todo, no sé si está bueno hacerlo. Por eso no participo, no me gusta. Pero es mi opinión, capaz que soy re anticuada y tengo otra visión de la poesía”, expone.
“Alto Woodstock de poetas”, escribió uno en la cadena de mensajes que los llamaba a participar en la producción de la foto de tapa. Imagen que no es sólo una analogía de la escena de poesía oral, sino también su vivo reflejo. No se percibe quién es cada uno, teniendo en cuenta que muchos ni se enteraron de la producción y otros llegaron tarde. Son tantos que se pierden y a su vez forman grupos fraccionados dentro de grupos fraccionados. Mezclados están los que editaron libros y los que escriben en Word sentenciando palabras al viento; los que son leídos y los que son escuchados; los que eligen llevar el Paseo La Plaza a la tertulia y los que leen poesía; los que se presentan con nombre y apellido y los que tienen alias; los editores y los organizadores; los que se hacen llamar “artistas” y los callados que ganan a fuerza de lirismo.
Esta invisibilidad en la escena se percibe a su vez en la pluralidad de voces que avasalló la poesía tal como se la conocía. Matizado con algo de stand up y un poco de ego, lo que importa es poner el cuerpo y recitar lo que fue escrito alguna vez. Esto es lo nuevo. Por más que les haga ruido a los poetas ortodoxos, que por supuesto no lo son, ya que ellos a su vez aggiornaron la poesía tal como se la conocía en las épocas de Gustavo Adolfo Bécquer e inclusive (más acá en el tiempo) en los de Pablo Neruda.
Pero hay algo más sobrevolando esta movida y es que sin obra no hay autor, como planteaba Michel Foucault. Es menester hablar del anonimato en el cual está sumida la poesía actual al no haber un referente generacional fuerte y trazar un paralelo con el entierro del literato. “La noción de la muerte del autor me parece perjudicial, tiene que aparecer la mayor cantidad de voces lo más fuertes, definidas e individualizadas posibles para crear cosas que perduren, que puedan superar cualquier noción de moda o siquiera de movimiento. La opción de no editar es directamente egoísta”, asume Fashbender.
Cuesta descifrar el valor literario en la poesía oral, tal vez su economía se devele con el tiempo. Pero no se puede negar que algo está cambiando y cada vez más chicos y más chicas se le animan a la pluma, aunque no traigan consigo el bagaje intelectual que tiempo atrás tuvo eso que se llamó poesía; ese sentimiento sublime, estético, vinculado con la palabra. Esta vez, en este round, ganan las ansias de ser escuchados.
Actualmente, hay más de veinte ciclos de poesía en funcionamiento en la Ciudad de Buenos Aires: 12 Poetas / 12 Apóstoles, El Imposible, Los Fantásticos, Os Picantes, todos los ciclos de Matienzo Lee, todos los ciclos de La Casita más copada de Villa Crespo, El Sucede, Slam de Poesía Oral, The Pibas & The Pibes Intense, Multiplicá, Más Poesía Menos Policía, Las Puntas del Clavo, El Encanto de Once, Ciclos de lecturas en Naranja Verde, Delicias de Autor, Maldita Ginebra, Living Público, Otoño Antropético, Abasto Bristol, Los Mudos, Rockelin, Carne Argentina...
Muchas de las noches de los últimos meses fueron lluviosas. Algunas más terribles que otras. Pero eso no impidió a almas jóvenes movilizarse en pos de la palabra hablada. El evento anunciaba que la lectura sería en la Sala B del Emergente. También prometía exposición de fotos. Matías Reck, editor de Milena Caserola, oficia de anfitrión y presenta a los poetas que previamente fueron anotados en una lista. Los anuncia con sus nombres de pila. El primero en pasar es Marito: Mario Montenegro, organizador del ciclo 12 Poetas, 12 Apóstoles, quien comenzó en la poesía por casualidad, ya que con su banda Angustia Pública estaba más que conforme hasta que probó leer en público uno de sus poemas y, sin exagerar, el resultado fue similar a una ovación. Luego Agustín, Guido, Valentino, Juana.
En la sala A suena Deep Purple, un tema tras otro. La música se mete con todo en la sala de los poetas, algunos parecen no soportarlo. Es adecuado que Highway Star rompa la barrera del sonido y se quede de este lado. Quince minutos es el tiempo de cada uno para leer. Cada tanto interviene Reck. Esta vez, avisa que el sábado estarán aguantando en la Sala Alberdi en contraofensiva a la represión que sufrieron los compañeros que resistían la toma.
Luciendo una remera de Cat Power, toma la posta Juan Xiet, uno de los responsables de los ciclos de El Emergente. Dice que está bueno que todos escribamos y hagamos, aunque más no sea en nuestras casas. Lee San Telmo, que narra la partida de su casa materna, los bártulos obsoletos que trasladó y las señoras cucarachas con quienes se cruzó durante esa experiencia. “Aguante Deep Purple”, agita Reck, que retoma la palabra y lee una descripción de la figura del poeta que alguien le alcanzó: “Son los faquires de la sintaxis / son el comodín de un mazo de cartas”. “¡No somos nada!” grita uno del público, aportando una cualidad al inventario. Afuera todavía llueve mientras adentro se suceden los lectores, y cada tanto vuelve Reck que sigue delineando el perfil del poeta, adjudicándole, entre otras cosas, ser los ojos de los enfermos.
* Miércoles en Gallo 333. Desde la medianoche.
Guebara es un bar a la vieja usanza en un barrio ídem. Es una noche cacerolera; sin embargo en San Telmo hay silencio de misa. Suena Arcade Fire, la música esta vez no es funcional, sino identitaria. A dos bares de distancia se está llevando a cabo Los Mudos, el mítico ciclo de narrativa (que con el tiempo también incluyó poesía) organizado por Lucas “Funes” Oliveira, agitador clave en la movida literaria. Fernando De Leonardis, periodista y escritor, programa estas veladas en Guebara y es quien da la patada inicial con Cadáveres, de Néstor Perlongher. De estricta remera de Massacre Palestina, De Leonardis lee esta suerte de cotidianidad dark donde se mezclan los vivos con los muertos, e inmediatamente presenta a Julia Sarachu, quien además de poeta, es traductora. Afuera se habla y se fuma. Adentro el respeto es condición sine que non, a pesar del rock y de la barra que expende birra a todo momento. Sarachu lee con firmeza su poesía que habla sobre cómo se le revuelven las tripas cuando los poetas burgueses hablan de los pobres. Nombra barrios porteños, calles y se mofa de cierta lectura que una vez presenció en el Congreso de La Nación.
Mariana Kruk la sucede. Lee poemas de su libro Migas, avisa que la mayoría serán de amor, aunque también elige homenajear al bar que nos convoca y define a Guebara como “un sucucho solo perceptible para fantasmas malheridos”. Esta cronista le sigue a Kruk. En el rincón del cuadro de Federico Moura, leo poesías editadas en Full of Love y otras inéditas. Luego viene Sebastián Matías Oliveira, más conocido como Oli, tal es el nombre de su banda, y lee su Trilogía de la carne. Oli dice que vino sin prepararse: sin embargo, está peinado estupendamente y de impecable atuendo. “Voy a leer el texto menos rockero de todos”, dice y sale con un cover de Pablo Neruda. “Básicamente pensamos que es un gil, pero dicen que los fascismos suelen entrar en acción borrando a los poetas”, dice. Y lee Oda a Federico García Lorca, sin micrófono y en un tono casi confidencial.
Seguidamente al último aplauso irrumpe Led Zeppelin con Black Dog y otros hits rockeros. El público comienza a hablar, se levanta, y lo que hasta hace un rato fue una velada literaria de las buenas, se convierte en una pista de baile rockera.
* Jueves en Guebara Bar, Humberto Primo 463. Desde las 19.
“Vamos a pasar un corazón de mano en mano”, dice El Equilibrio Cósmico, alter ego de Fabio Obregón, encargado de cantar, tocar los accesorios de percusión, la armónica y la guitarra criolla de la que cuelga un sahumerio Satya Sai Baba cuyo aporte de onda oriental es imprescindible. La idea es que colaboren con lo que puedan y lo metan en ese corazón de cartapesta.
Todo es “poesible” en Abasto Bristol, el ciclo de poesía que organiza Lucía Eisenchlos, locutora de radio y televisión que en los ratos libres se encarga de embellecer su vida con un poco de poesía. Nadie aporta una moneda al corazón. Una pena, ya que no se cobra entrada y el ciclo es uno de los más respetuosos con los poetas y los músicos. Hay buen sonido, una linda ambientación y todo se presta de manera amable a la escucha.
Este domingo hay cerca de veinte personas, “la noche menos convocante”, explica Lucía. En la pared se proyecta un corto de Tales of Takes, seleccionado por Kit Sch, quien también pinta en vivo. Cuando Fabio deja de hacer sonar sus juguetes, suenan varios temas de Edith Piaf. Los poetas invitados son Fernando Bogado y la misma Lucía, que entre un texto y otro habla con naturalidad, como si el escenario le fuera propio. Lucía es graciosa y su calidez mantiene a los escuchas atentos. Explica su teoría de los “novios hippies” que pululan en el under, teoría contrastada que le llevó dos años de trabajo de campo. “Hoy que somos pocos y nos conocemos poco, vamos a decirlo: todos en algún momento se cogieron a alguien; yo me cogí a alguien”, comienza su historia de (des)amor. Dice que en el under conoció muchos chabones inconstantes y después “se pegaron una desaparición en democracia, eran el Julio López del amor”.
Bogado, “el hombre del verano, de piel oliva”; según lo definió la presentadora, lee poesía desde sus ediciones, habla del barrio de San Martín, de Vicente Luy, de su perro blanco y de su generación. Abasto Bristol sucede con poca y buena oferta para disfrutar de este nuevo espacio de Almagro/Abasto y soñar con la playa en pleno ciclo lectivo. Lo bueno si breve...
* Domingos en Guardia Vieja 3777. Después de las 20.
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