RACING CLUB PIBE-FRIENDLY
Zuculini, De Paul, Centurión, Fariña, Vietto. Los fantásticos de la otra celeste y blanca (con pasado de Selección menor) son el combo juvenil más paradigmático del torneo y apenas suman 100 años.
› Por Mariano Verrina
El Diego ya le había metido los goles a Inglaterra, ya había llorado por la final perdida en Italia ‘90 y estaba a punto de pintarse un mechón de rubio para pegar la vuelta en Boca, y estos pibes ni siquiera habían nacido. Aquellos tiempos en los que el cartero llevaba la citación, la madre dejaba el piletón y el pibe soñaba con su gol en Primera, mutaron en diferentes direcciones. El sacrificio suele ser similar, pero los pichones deben cargar con otro tipo de mochila: Ricardo Centurión ya debutó, deslumbró, se lesionó, viajó a Rusia ilusionado, pero su pase finalmente se cayó, se operó, volvió a jugar y todavía no cumplió los 21. Bruno Zuculini (20) supo ser el hermano menor del que jugaba en Primera (Franco), se ganó su lugar en el club al que iba a ver desde chiquito a la popular y hasta metió un gol en el seleccionado juvenil en un Sudamericano. Luis Fariña (22) fue uno de los pibes que viajaron a Sudáfrica como sparring de la Selección de Maradona. Luciano Vietto (19) soportó que hace tres años lo descartaran en Estudiantes de La Plata y se convirtió en una de las apariciones más contundentes de los últimos años. Y Rodrigo De Paul (19) ya puso su rostro para una marca deportiva, con poco más de una docena de partidos en Primera.
Los cinco se acomodan en la primera fila de la platea del estadio de Racing Club, su casa. El NO los junta y ellos se amontonan. Suena Te pintaron pajaritos, de los colombianos Yandar & Yostin, replicada acá por El Villano. El que entona a los gritos y agita es Centurión, dueño de la escena. Fue el primero que se subió a esa especie de tarima que se desprende de la platea central, y es ahora quien arranca con las palmas: “Qué pasó con el que dijo que te amaba / acaso se fue y te ha dejado ilusionada / no me choca saber que sola te quedas / yo te lo dije que te iban a pagar con la misma moneda”. Un par de estrofas alcanzan para descartar titular esta nota “Racing Stone”. Es la Joven Guardia Imperial.
“Hace un montón que estamos juntos, desde inferiores, y la verdad que es una emoción compartir un plantel con estos chicos. Te llena de alegría verles la cara...” Listo. La frase de Centurión dura apenas 15 segundos y se interrumpe por las carcajadas del resto. Nadie le cree la pose. “Sacate el casete”, le grita Zuculini, desde la otra punta. Raro: un rato antes de la nota, Sebastián Saja, arquero y máximo referente del plantel, tuvo la delicada tarea de intentar explicar ante la prensa lo que había pasado –o lo que no– en la derrota de Racing ante Quilmes. Saja y Fernando Ortiz son los principales encargados de proteger a las jóvenes joyas para que las manchas de la pelota no los salpiquen demasiado. O al menos para que traten de escaparle al barro.
En este contexto, el NO les da un poco de cuerda, aunque ellos eligen recogerla en lugar de tirar y admiten los beneficios del futbolista con relación a cualquier otro trabajo de un pibe de su edad. “No le veo nada malo a jugar al fútbol, si hacemos lo que queremos”, resume Zuculini, corta la bocha. Y el resto se suma. “Hay que tener algo claro: por más que juegues al fútbol, no sos más que nadie. Tratamos de seguir haciendo lo que hacíamos cuando éramos chiquitos”, tira como al pasar Vietto. Y devuelve la pared Fariña: “Lo único que puede molestar a veces es estar en algún lado y que te reconozcan, te pidan fotos... Pero no me jode”.
¿Presiones? “Nosotros no tenemos. Es más: podemos darles una mejor calidad de vida a nuestras familias. En cambio, los pibes que tienen que salir a trabajar diez, doce horas... Esos tienen presiones”, remata Zucu. Cualquier similitud con el Diego y los que se levantan a las 5 de la mañana para cargar bolsas en el puerto, no es pura coincidencia.
Vietto es de Balnearia, Córdoba; Fariña nació en Capital Federal, pero se crió en Villa Fiorito; Centurión es de Avellaneda; Zuculini viene de Escobar; y De Paul es de Sarandí. Cada cual llegó con su bolsito y su propia historia adentro. El fútbol no mira documentos, ni se fija en la calidad de las cunas. A meterse en el embudo, entonces. Por ahí pasan miles de parecidos que aseguran ser “el” distinto. En Racing, un club grande que en los últimos tiempos no solía sacar demasiados frutos de su semillero, se allanó el camino y los planetas se alinearon para ver en la actualidad a muchos juveniles en la formación titular. El arribo de Gustavo Grossi, un especialista en captar talentos, fue el puntapié inicial para empezar a regar raíces, a comienzos de 2011. Lo reemplazó Fabio Radaelli, quien había hecho un destacado trabajo artesanal que surtió buen efecto en Tigre. Y la llegada de Luis Zubeldía, el entrenador más joven de Primera, con sólo 32 años, y su clara intención de potenciar a los talentos emergentes, terminaron de armar el escenario para que los pibes dieran sus primeros pasos en un terreno adecuado.
¿Adecuado? Bueh, debieron acomodarse al fútbol argentino, claro. Aunque no lo digan, ya saben lo que significa que su propia hinchada quiera que el equipo pierda, nadan en el chiquero de los representantes, intermediarios y barras, conocen las “roscas” de muchos periodistas, coquetean con tentaciones diarias y, al parecer, pronto deberán empezar de nuevo con otro entrenador, ya que los malos resultados de los domingos opacan el buen trabajo de base y el ciclo de Zubeldía se acerca a su fecha de vencimiento, pese a la victoria ante Boca, en la que casualmente los cinco fantásticos pibes se reunieron. Primero, obvio, habrá que ver si ellos mismos continúan con la (otra) celeste y blanca.
“A mí me gustaría jugar en Racing hasta que se dé la posibilidad de ir a un buen club de afuera y tenga la cabeza madura como para no volver rápido”, aclara Centurión, como quien aprendió la lección. En enero, el pibe con pinta de Wachiturro –que quedó en el centro de la escena mediática luego de que saliera a la luz en las redes sociales una foto suya con un revólver– viajó a Rusia para fichar en el Anzhi, a cambio de 6 millones de euros. De Avellaneda a Moscú. ¿Y el idioma? ¿La adaptación? ¿Los amigos? Al final, en la revisión médica detectaron un problema genético en su tobillo, se desechó el pase y tuvo que volver para operarse en Buenos Aires. “No me arrepiento de lo que hice, estaba seguro. Pero ahora quiero esperar el momento justo”, advierte el zurdo.
“La idea es progresar, pero también dejar algo acá, en el club. Hacerle un bien a Racing y hacernos un bien a nosotros”, agrega De Paul. “El sueño de todos es jugar en Europa, no te voy a mentir, pero hay que tener bien la cabeza porque, si no, terminás mal”, subraya Zucu. Mientras tanto, por los pasillos de la Academia se comenta que debajo de esta camada asoman otros para ir anotando: Diego Galanternik, Angel García, Esteban Saveljich y Juan Musso piden pista para ser la próxima Guardia. Pero ojo: ésta de Vietto, De Paul, Fariña, Centurión y Zuculini es una historia linda de jóvenes y fútbol. Está la otra, que se cruza con orígenes y destinos sociales, con historias de frustración y de necesidad, de talento sin contención, de riesgos más allá de las lesiones. Como la historia de Brian Risso Patrón, un pibe que se cruzó con éstos en inferiores, que debutó en Primera en 2009 y desde fines de 2011 está detenido por el asesinato de otro joven en una riña callejera.
El Cilindro está vacío hace buen rato. Los pibes se van separando luego de bajar por las escaleras de la platea. En el horizonte, la playa de estacionamiento: allá los autos, en el fondo, la salida y en el medio, un grupo de periodistas listos para abordarlos. Los pibes mutan. Bajan la mirada, agarran el celular como coartada, acceden a un par de fotos con hinchas que se acercaron para saludarlos, pero al mismo tiempo ponen rígida la palma hacia adelante cuando se aproxima un grabador. Como diría una maestra del primario, una cosa es cuando están solos y otra cuando están en grupo. Mediodía. Terminó la jornada de trabajo. En el auto, rumbo a sus casas, hacen sonar Te pintaron pajaritos. La de El Villano.
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