Jueves, 20 de junio de 2013 | Hoy
VIDA Y OBRA DE JAVIER CERECEDA
Star Wars, ovnis, grunge, Nekro y manzanas. ¿Cómo hizo Javi Punga para convertirse en el Peter Pan del under local y no crecer en el intento?
Por Juan Barberis
Javier Cereceda se ensucia las manos mientras revuelve su historia. A tres metros del suelo, en el altillo de un galpón desordenado y sin luz, el cantante se reencuentra con su pasado encofrado en cajas con casetes, afiches, dibujos, garabatos y collages. Rock and Roll Punga, su último disco, que según él sintetiza el primer tramo de su obra, también es una perspectiva sobre la prolífica carrera que alimenta desde mediados de los ‘90. “Lo que yo no quiero es perder mi infancia. Sigo mirando dibujitos animados, haciendo canciones y dibujando como cuando era chico. No voy a llenar mi cabeza de cosas que no me interesan para ganar dos pesos. No hay concesiones, no voy a perder mi forma de ver el mundo.”
Antes de Punga, Cereceda fue un chico sobreestimulado; hijo único de padres separados, nunca tuvo un territorio estable: nació en La Plata, se fue para Carlos Tejedor, después a Pehuajó y más tarde a Ecuador. Su madre –que vive en Marruecos– lo tuvo a los 19, mientras estudiaba y alquilaba un techo, así que Javier rebotaba de casa en casa y cada tanto decantaba en el hogar de la abuela Mecha, donde se la pasaba mirando tele, dibujando y juntándose con amigos del barrio, con los que cantaba y empezaba a hacer sus primeras canciones. Su papá, con el que nunca vivió de manera estable, fue martillero hasta finales de los ‘80, cuando largó todo y se fue a vivir a Córdoba, abocado completamente a la new age y al estudio de los ovnis. “Tengo recuerdos de mi papá hablándome sobre extraterrestres, sobre mensajes telepáticos de otras dimensiones”, recuerda. “Yo caí un fin de semana a quedarme con él y estaba meditando adentro de una pirámide. Me leía cosas sobre los atlantes, me mostraba cuadernos escritos con mensajes telepáticos que recibía de un chabón que se llamaba Uol, que vivía en Ganímedes, la tercena luna de Júpiter. A partir de ahí me hice fanático de La guerra de las galaxias. Yo flasheaba con el espacio, pero mal...”
Cuando llegó la adolescencia y volvió a La Plata, en el colegio privado al que iba le ofrecieron una beca por sus buenas notas y con esa plata se compró un bajo. Dos años más tarde ingresó a la Facultad de Periodismo para acumular contenido para sus dibujos e historietas, siempre fanatizado por la obra de Quino, pero la música empezó a ganarse casi todo su tiempo. Soundblazter, Los Anchorenas y San Antonio fueron algunas de las bandas en las que participó; aunque sin dudas fue Ned Flander su base fundacional. El proyecto, compartido junto a Damián Fredes y Diego Billordo, fue el espacio en el que empezó a experimentar con la grabación, la ilustración, el caos y la ansiedad. Era todo pura testosterona, ruido y distorsión. En tres años grabaron nueve discos y fundaron el sello Chonga Records, en el que también participaba Aneurisma, banda inicial de Santiago Barrionuevo (El Mató a un Policía Motorizado) y Jo Goyeneche (Valentín y Los Volcanes). “Nirvana nos marcó a fuego”, dice Javier. “Y de acá, Suárez y Fun People. Para mí, estaban Nekro, Jesús y Dios.”
Un día, Cereceda tuvo una revelación. Se dio cuenta de que detrás de ese caos provocativo, de rock, grunge y noise, había un pibe sensible haciendo canciones. “Me puse a pensar... Si agarro la guitarra y hago estos temas, ¿por qué después los tapo con tanto ruido? ¿Por intentar ser auténtico no estoy dejando de serlo?”, repasa Javier. “Si me sale una canción que dice ‘Soy millonario en mi corazón’... Es medio ñoño, pero es lo que soy. Ahora abro la boca y digo lo que pienso, lo que siento; no la estoy careteando.”
Bautizado Javi Punga gracias al nombre de uno de sus primeros casetes (además, Punga significa “hombre feliz” en japonés), emprendió un camino de despojo y exposición. Como cintas testigo de este trayecto enfocado en la amistad y el amor, adobado con tanto delirio y surrealismo acumulado, los discos oficiales de Punga (Manzanas deliciosas, El árbol de la vida, El amor es todo y Rock and Roll Punga) almacenan canciones entradoras de melodías y estribillos que ladean entre el folk lisérgico, el rock y la canción popular, desde una simpleza cercana y casi universal. “Todo lo que digo en mis canciones tiene un significado profundo. Uno de los ejes en mi obra son las cosas que ya están dichas en la cultura y son comunes, pero que en general uno se las toma a la ligera y no las procesa. Tiene que ver con esa educación que tuve, medio metafísica; uno quiere revelar el truco y que todos sean felices”, interpreta.
De manera paralela, como purgando una especie de vacío existencial, canalizó en un montón de proyectos de distribución online, ilustraciones, personajes de ficción, canciones creadas bajo completas sesiones de copy–paste. Recién tras la edición de Rock and Roll Punga, este artista de 33 años afincado ahora en Azul parece haber encontrado un poco de calma. “Hasta acá llegué, ya me siento satisfecho. Yo estuve durante un montón de años buscando la canción, esa composición que guarde todos los elementos posibles, el contacto con eso que perdura más allá de la interpretación, la melodía que está presente a lo largo de la historia, como El himno de la alegría. Siento que en El amor es todo lo busqué, pero que en Rock and Roll Punga lo alcancé, no sólo desde lo interpretativo y compositivo sino también desde la energía que generamos con la banda, grabando en vivo, y eso es el rock and roll. El rock no es un experimento maquiavélico; es los Strokes tocando Last Nite, yendo para adelante.”
* Jueves 20 en el Festival Run Run Nena! en Espacio Casona (Corrientes 1975). Desde las 21 con Francisco Bochatón. Y jueves 11 de julio en el Ciclo Rock/Pop del Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038). Desde las 21.
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