LA MOVIDA DE LA CUMBIA COVER
El caso Agapornis no es aislado: el grupo es apenas la versión mainstream de una tendencia que se está expandiendo comercial pero no creativamente.
› Por Brian Majlin
Hay una movida que sorprende en Buenos Aires y varios rincones del interior del país. Sorprende por su éxito, no por su originalidad. Son bandas que hacen covers cumbieros de temas famosísimos; baladas en su mayoría, como hicieran Los del Fuego. Agapornis, que es el emblema aunque no la vanguardia –hubo muchos antes–, suma más de medio millón de amigos en Facebook, ya cobra más de 80 mil pesos por presentación y fue nominada a un Premio Gardel a Mejor Album Nuevo Artista Tropical por un disco hecho por no-músicos que no pusieron ¡ni un tema propio! Cada fin de semana, igual, copan cientos de fiestas públicas y privadas, en vivo o con sus temas. Y a partir de su éxito, la movida crece con Los Totora, Pera de Goma, Cumbia Hasta El Lunes y otros.
¿Será que Jorge Luis Borges tuvo razón cuando, hablando de literatura y arte, dijo que todo estaba escrito previamente; que en el arte, como canal enunciativo y expresivo, solo se trata de reinterpretar? El yeite es tomar lo que existe y reordenarlo a base de güiro. Así nació esta cumbia pop, esta cumbia cover. Aunque desde Los Totora advierten que no se trata de meterle cumbia y sentarse a recibir el crédito, sino de una “aceptación por lo logrado de los temas”, ¿son apropiacionistas o carecen de mensaje?
Es imposible hablar de Agapornis sin hacerlo de Los Totora, quienes empezaron a reversionar canciones pop y melódicas en versión cumbia diez años antes. Y de Los Totora sin ir hacia Los del Fuego, que lo hicieron veinte años antes aún. Pero algo ocurrió en esos casi 30 años –de 1984 a 2012– para que Agapornis explotara de tal forma. Ellos no se hacen mucho drama. Dirán que tienen “una propuesta divertida” y que “quizá, lo que más atraiga sea el hecho de poder escuchar y bailar temas del palo del rock en un ámbito totalmente distinto, como fiestas, bares o boliches”. Porque también toman clásicos del rock. O del rock más pop, como Persiana americana, del que –por cierto– ya habían hecho un cover Los del Fuego.
Pero no es solo lo bailable lo que atrae a la gente –dice Juan Ignacio Giorgetti, creador y tecladista de Los Totora– sino el hecho del pasaje de la cumbia, que antes era de la bailanta, a los hogares. La llegada de las clases acomodadas y urbanas a la cumbia se ve facilitada por la mezcla de temas conocidos en sus versiones originales. O, mejor dicho, la ruptura entre el prejuicio y la confesión de que siempre escucharon cumbia.
Explica Giorgetti que “la velocidad de aceptación y aprobación del público hacia un tema de estas características es mucho más rápida que con un tema propio”. La razón de ser del cover, tal vez. Aunque Agapornis, como antes Los Totora o CHEL –que presentaron un disco con temas propios y abandonaron el cover–, prometen crear sus propias canciones.
Gabriel Guazzaroni, de Pera de Goma, banda en crecimiento incipiente, introduce otro eje al debate: “Todo está escrito y en la última década no hubo una estética ni un movimiento específico nuevo, sino más bien un desarrollo o recapitulación de lo hecho. La cultura del remake”. Los Totora, en cambio, huyen de la idea de una reinterpretación eterna: hablan de una búsqueda circunstancial más ligada a lo sociológico, a lograr el éxito rompiendo el prejuicio de la clase media. Por eso llegaron al primer cover pop: Bailar pegados, el clásico de Sergio Dalma. “La veta que se abrió para los que vinieron detrás nos hace priorizar más lo musical y los temas propios”, explica Giorgetti. El perfeccionamiento obligado por la competencia –lo mismo que las otras bandas–: quizás un reconocimiento colectivo de que el inicio fue más rudimentario, menos elaborado.
Ahora que todos dicen ir por el disco con temas propios y el abandono del cover, habrá que ver si el público que los eligió por sus covers los acompaña. Si es posible el salto desde la reinterpretación a la creación absoluta, si existe tal posibilidad en este movimiento. El otro matiz de la movida es, precisamente, esa palabra: movida. Hay algo que unifica a todas estas bandas aun en la diferencia, y es que se han constituido como reflejo de algo que pasó –de a poco, quizás– en la escena metropolitana: el rock y el pogo dejaron lugar al bailongo y aparecieron las bandas que en vivo “tocan música para bailar”, como dice Martín Lijalad, de la CHEL.
Más allá de la competencia por saber quién fue el que batió los primeros acordes, hay un caso que se distingue entre las bandas de covers. Son los Olestar –por la castellanización de la conocida marca de zapatillas–, que a la inversa del resto, reversiona cumbias en electrizantes canciones punk. Mientras se diferencian –”No queremos copiar fielmente sino transmitir sensaciones”, dice Pablo, el violero–, le reconocen el mérito a Agapornis, un rumbo abierto del que quizá toda la movida sea deudora: “Crearon el género de las bandas sin cara y eso nos ayuda porque no somos lindos, pero después de unos tragos somos más simpáticos que muchos”.
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