JUAN CARLOS DENIS VUELVE A BUENOS AIRES
Cómo un tipo que escuchaba a The Shadows, Sinatra y Roberto Grela puso la guitarra eléctrica y la psicodelia en el centro de la cumbia santafesina.
› Por Juan Ignacio Provendola
Juan Carlos Denis tiene un record curioso: salvo el primero, grabó todos sus discos con la misma guitarra, una Fender Stratocaster bordó modelo ‘78 que encontró por casualidad en una tienda de Santa Fe y a la que protegió no sólo del paso del tiempo sino también del curso del agua, como el día en que se le cayó en pleno río Paraná y tuvo que zambullirse para rescatarla. Su persistencia en el instrumento no es meramente simbólica: es, ante todo, militante. Por eso, más que una obra artística, lo suyo es una causa política (aunque desprecie la política y el fútbol) por la que decidió inmolarse el día en que se animó a romper el monopolio de la cumbia alegre de teclados y acordeones para centrar el protagonismo compositivo y armónico en las seis cuerdas. “Hoy parece común y fácil, pero salir a hacer cumbia con guitarras en esa época era inconcebible y todos se nos reían, porque esa música era sinónimo de teclados y acordeones”, recuerda Denis, cuatro décadas más tarde, mientras se prepara para volver a tocar en el área metropolitana de Buenos Aires luego de seis años de autoexilio.
Su primer show en la gran metrópolis fue en 1979 en la Isla Maciel. Desde el litoral santafesino llegaba una propuesta extraña que prescindía de acordeones, vientos, vestuario estridente y formaciones multitudinarias (tal como lo sugería el Cuarteto Imperial colombiano, influencia seminal de la música tropical argentina) para reemplazarlo por la guitarra, ropas discretas y una alineación austera que se resumía en un bajo, timbaletas y un cantante que marcaba el ritmo con el güiro. Juan Carlos Denis y Los del Bohío, su grupo emblema, que alcanzó una respetable reputación en el sur del conurbano bonaerense, donde el proletariado se dejó cautivar prontamente por ese sonido salvaje, tan diferente de la cumbia de acordeón divulgada por Los Palmeras y popularizada años después por Leo Mattioli, primero junto al Grupo Trinidad y finalmente como solista.
“Yo venía de escuchar grupos instrumentales como The Shadows, también música clásica, Frank Sinatra y grandes guitarristas de tango como Roberto Grela o Guillermo Neira. Curtí muy poco el rock y no escuchaba nada de cumbia”, explica Denis acerca del código genético que inauguró con A mi gente, el disco debut de 1978 de un grupo que le aportaba a la música tropical nuevos colores y texturas, empardadas con el pulso del ska, la digitación del flamenco y la vibración valvular. Una música de cierto refinamiento instrumental, apuntalada por manifiestos de amor, derrota, lamento y poesía agridulce que le daban a la cumbia una expresividad triste, existencial, ya no obligada a inducir al baile por el baile mismo.
Aquella formación fundacional incluía a Alberto Chalita en bajo, el legendario timbaletero Joaquín Caraffa y Víctor Duarte, luego cantante de Los Lamas. La descendencia de Los del Bohío también se extiende a Los del Fuego a través del Banana Mascheroni, quien puso su voz en dos discos del combo de Denis veinte años antes de conectársela toda con sus covers y llevar a la cumbia santafesina de guitarras hacia niveles de popularidad impensados. “Me pone muy contento la repercusión de Banana, por lo menos alguno la pudo pegar dentro de la cumbia con guitarras, que en otra época era marginal pero que ahora suena en todos lados. Estamos todos atrás de esto, pero la llave del éxito es un misterio. A veces me pregunto cómo hice para durar tanto tiempo sin haberla pegado”, confiesa Denis, que se sabe venerado por sus pares pero nunca fue bendecido por las masas.
Ni siquiera puede presentarse como Los del Bohío, ya que el nombre se lo apropió Sergio Alguacil, el más emblemático de los seis cantantes que tuvo la banda. Por eso, se presenta como Juan Carlos Denis y su Bohío en una formación que incluye a dos de sus hijos (Caíto a la voz, Franco en el bajo) y todos los éxitos de esa cumbia psicodélica de autor acuñada a lo largo de treinta discos y que él conoce tan de memoria que ni siquiera necesita ensayarla. “¡Te lo pueden decir todos mis vecinos!”, acredita. “A veces toco la guitarra, pero muy bajito, para mí solo, sin molestar a nadie. Toco lo que siento, que casi nunca es cumbia. Simplemente me dejo desplazar. Como cuando leo libros de matemáticas, juego al ajedrez o hago sudokus. Porque la vida pasa, y el mes que viene puedo ser un golazo o dejar de existir, quién sabe.”
* Lunes 8 en Zero Disco (Pasco al 5000, Quilmes).
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