EL PICADOR #7: OSHIN, DE DIIV
En el punto de fusión del post punk y el dream pop se destila el vapor de un cuarteto de Brooklyn absolutamente misterioso, excitante y envolvente.
› Por Luis Paz
Incluso cuando sobre ella aparecen voces desde el más allá, DIIV hace que la música instrumental pueda sonar como desde el estrado eterno en el que el existencialismo es puesto en jaque por la ocurrencia lisa y llana de una frecuencia lo suficientemente baja (o alta) como para hacerte estremecer el culo. Cuando este piberío cuaterno de Brooklyn se pone a hacer lo suyo, que es la alquimia más definitiva a la fecha entre el post punk y el dream pop, puede que uno empiece a preguntarse qué tan bueno ha sido hoy. Pero en cuanto su fascinante debut Oshin pasó sus 15 minutos de infamia iniciales, no hay más lugar para preguntas, ni para los débiles ni para el planteo infértil de si todo esto es realidad o es sólo el sueño de un gigante masturbándose en el quinto forro del Universo. Eso debería bastar para tener ganas de enfrentarse a DIIV (vale por Dive).
Oshin es un disco a develar. Y por lo tanto, a partir de este debut del año pasado, recientememte publicado en Argentina por Casa del Puente, DIIV acaba siendo un grupo a revelar. Zachary Cole Smith, que no aquilata mayor gracia que la de haber sido violero de gira de los Beach Fossils y novio de modelo, hace de su banda un laboratorio superior incluso a aquella banda. Acá no hay bebés de probeta sino una criatura hermosa surgida de haber probado tanta música, como un destilado de la transpiración pédica de las pedaleras de The Cure, Joy Division, Cocteau Twins y la avanzada lo fi soñolienta de hace unos años, la de Beach House y tales.
Esto, es decir DIIV, es radicalmente mejor, porque sin precisar del Beach en el nombre es capaz de ofrecer una inmersión total... al cuadrado, infinito punto rojo. Oshin hace rendir a una tuca como planta monstruo y es la mejor banda de sonido posible para un eventual videojuego de (rock and) rol de horror fantasy industrial.
Zachary está triste, oprimido, envuelto en el delirio tremendo que toda soledad dispone, lo que fuera. Pero su música hace feliz al que escucha, siempre que no tenga dos gramos de merca encima. Libre de paranoia y abierto al misterio, el que se boxee contra Oshin podrá aplicar aquel verso enorme de Vicente Luy acerca de escribir “un poema épico que te pare la pija” al mundo de los discos y la música. DIIV es una solución al dolor: luego de que te pasa por encima, ya nada está realmente tan mal.
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