La religión de los árboles (Benigno Lunar, Ringo Discos). Hace ya casi un año que Benigno Lunar editó este exquisito álbum de diez canciones melodiosas y lánguidas que parecen haber sido escritas con la criolla arriba de la casita de un árbol. Como el Barón Rampante de Italo Calvino, el cuarteto parece dispuesto a no bajar nunca a la tierra. Estos autodeclarados “adoradores de la lentitud” viven en Villa María, Córdoba, y eso se nota en sus cristalinas guitarras, que se nutren de aquellos ecos montañosos. Decididos a considerar a un álamo como su Dios, han logrando este disco atemporal y despojado: benignamente lunar, pero jamás lunático.

Símbolo de fósforo (PAAR, La Trompetilla Acústica). Sólo al poeta Nicolás Domínguez Bedini se le puede ocurrir enumerar los significados de PAAR (el símbolo del fósforo en la tabla de los elementos químicos) y que eso resulte un fenómeno poético y rockero, que por momentos recuerda a los Blue Aeroplanes. De hecho, su propuesta es a la vez simple y abstracta, como una fórmula química: grabar a los ex Los Acordes (la banda de otro poeta como Adrián Paoletti) zapando, alrededor de sus increíbles citas e improvisaciones sobre Valéry, Enzensberger y Ginsberg, en una sola sesión en los estudios DDR. Quizá por esa astuta osadía es que su voz se impone en este disco breve y adictivo.

Suba (Un día perfecto para el pez banana, Rindo Discos). Lo nuevo de esta banda que cita en su nombre a un cuento de Salinger es otro hallazgo del sello cordobés: aunque el disco cuente con la producción del siempre requerido Manza Esaín, la música fue grabada en Tanti, sierras de Córdoba. “La posibilidad de sonreírle a una idea y apropiarla siempre será mi forma”, canta Lucía Escalante en Fantasma, una enigmática declaración de principios de una banda que recuerda a Unrest y también que, para mirar hacia Córdoba, hay que levantar la cabeza y escuchar, a ver qué onda.