Jueves, 19 de septiembre de 2013 | Hoy
EXCLUSIVA CON OLIVER SIM, DE THE XX
A sus 24 años, el bajista y cantante del notable grupo británico no se plantea parar de componer porque dice que la banda es su vida y estos músicos, sus mejores amigos. Homoerotismo, prendas negras y herencias del pop melódico en el camino de una de las mejores bandas jóvenes del mundo.
Por Yumber Vera Rojas
En 2010, si bien The xx era la nueva gran cosa del pop independiente británico y la banda revelación que se tornó en un éxito instantáneo luego de que se revelara al mundo de la mano de su efectivo y al mismo tiempo austero himno Basic Space, incluido en XX, su debut 2009 del entonces ex cuarteto, sus integrantes aún eran figuras anónimas, al menos fuera de las fronteras de su país. Por eso, en la Barcelona de la pre indignación, Oliver Sim, bajista y vocalista del conjunto formado en 2005 en el suroeste de Londres, podía deambular todavía junto a sus amigos por el Forum de la capital catalana, antes de su show en el festival Primavera Sound de ese año, sin tener que rendir cuentas acerca de la incipiente popularidad de su agrupación, ni defender su propuesta o atender a los adictos al Instagram, quienes luego de varios minutos e intentos de sacarle la ficha, así como en esos juegos de mesa en los que las tarjetas se memorizan y emparejan, lograban identificarlo.
El joven músico, que recién dejaba atrás el acné para hacerse cargo de la mayoría de edad, disfrutaba de unas cervezas con sus amigos a pesar de que a partir de ese entonces su estilo de vida cambiaría, ¿cuánto?: lo suficiente para saber que ahora sería parte de un Gran Hermano sigiloso, pero quizá más perceptivo, chimentero y cruel que el de la tevé. Pero no estaba ni en el VIP, pues, a diferencia de la Argentina, los festivales europeos no entienden de discriminaciones, ni era atendido por mozas extranjeras que hacían su diciembre con las propinas de la temporada estival, ni siquiera recibías las atenciones de las estrellas sordas que especulan con un discurso aggiornado en zaraza para convocar misas ricoteras. De la misma forma que lo harían Pity o el Toti, aunque con glamour polenta, con ese hermoso semblante de James Dean mechado con el Morrissey de los Smiths en la era de Meat is Murder, ataviado además por remera y chupines negros hasta arriba, que dejan ver sus Dr. Martens a semipulir, Oliver saca las birras de lata de una bolsa de supermercado.
Si bien es indiferente a la muchedumbre, en la que, de hecho, se siente cómodo, pues piensa que puede pasar desapercibido, se desconcierta cuando escucha su nombre fuera del petit club que le acompaña. Una vez que se da la vuelta, no sabe qué pensar ni cómo reaccionar. Aunque se le nota que algo intenta hacer. Quizás huir. “¿Quién sos?”, le pregunta al NO bajo el ya inclemente calor del Mediterráneo. “Vengo de Buenos Aires”, recibe del cronista. “¿Te puedo hacer algunas preguntas?” A lo que contesta: “Es curioso, sabemos que hay gente que nos sigue allá, porque nos escriben. Aunque nuestro primer disco no fue editado en Argentina. Mirá, ahora no te puedo atender porque vamos a tocar. Pero si conocés a alguien que esté interesado en llevarnos, avisale que queremos ir”. A tres años de ese minidiálogo, registrado por este suple a manera de testimonio, se produce el reencuentro con Sim, esta vez vía telefónica, desde Estocolmo, y a pocas semanas de que acontezca lo que el músico, hoy de 24 años, deseaba: debutar ante la audiencia porteña.
“Sin dudas, nos hubiera gustado ir antes, con el primer disco. Pero desafortunadamente no pudimos. Sin embargo, nuestro actual tour nos dio la oportunidad finalmente de ajustar calendarios para poder presentarnos frente al público sudamericano”, justifica el componente del trío, que se estrenará en octubre en suelo rioplatense con la gira de su segundo álbum, Coexist (2012), en exclusiva para el NO. “La audiencia de Buenos Aires es muy apasionada. Tomando en cuenta que venimos de Londres, donde la gente es reservada, estamos bastante ansiosos y excitados por actuar allá.”
No obstante, la banda de dream pop, compuesta además por la cantante y guitarrista Romy Madley Croft y el productor, DJ y disparador de pistas Jamie Smith (conocido con el alias de Jamie xx), tras ser vaticinada como una promesa, llega al país convertida en una de las grandes realidades del indie nuestro de cada día. “Por supuesto que nos sorprendió mucho el furor que causamos, pues no teníamos expectativas más allá de que la gente nos conociera. Todavía estoy en shock.”
–A Romy la conozco desde que tengo tres años, y a Jamie desde los 11. Aunque no nos encontremos trabajando o haciendo música, es igualmente muy normal que nos frecuentemos y compartamos tiempo. Nos extrañamos cuando no nos vemos. Somos los mejores amigos del mundo, casi como hermanos.
–Mi vida es la banda. No hago otra cosa fuera de ella. Igualmente, estoy bien con esa realidad porque no la siento un trabajo. Amo mucho lo que hago.
–Supongo que sí. Definitivamente creemos que ese sonido minimalista irá evolucionando y cambiando. En parte, esa propuesta es la consecuencia de un feliz accidente, pues surgió mientras aprendíamos a tocar los instrumentos, a alternar nuestras voces cuando cantamos. Aunque nos hubiésemos planteado llevar adelante un concepto más complicado, era difícil que lo hiciéramos por la precariedad de recursos ante la que nos enfrentábamos. Sucedió a partir de las limitaciones, si querés darle una causalidad. Seguiremos avanzado y mutando sobre esa base.
–Cualquier conexión con la imagen o con lo que es The Cure en sí es un enorme halago porque somos fans suyos. Ya tuvimos la oportunidad no sólo de conocerlos sino de tocar con ellos, lo que fue un sueño hecho realidad para nosotros. Sin embargo, el negro en nuestra indumentaria no tiene explicación. Se dio así.
–Es difícil darte una respuesta de cómo influyen en el grupo. A mí, por ejemplo, me gusta Sade porque tiene una voz increíble, aparte de que sus canciones de amor son simples. Así que la respeto no sólo como intérprete, sino por sus composiciones. Pero que tenga una debilidad por ella no quiere decir que necesariamente esto resalte en nuestros temas.
–Esa contradicción me encanta, me parece buena. Es lo mismo que sucede muchas veces con la música disco: bailás canciones cuyas letras contienen situaciones muy descorazonadas. Nuestros temas también tratan sobre corazones rotos, pero son tramas propias. Cantamos acerca de lo que vivimos.
–Lo creo. Somos muy conscientes de ese hecho, y por eso nuestras canciones son lo más inespecíficas posibles. Es la razón por la que no hablamos de lugares, de tiempos, ni decimos “él” o “ella”. Todo es relativo y universal en nuestro mundo para que un homosexual, de la misma manera que quien no lo es, se pueda identificar con la historia. Es una manera de ser plural e inclusivo. Y eso lo cuidamos mucho.
–Si bien Jamie se encarga de la programación, también se mete en la composición. Así como yo en la producción. La manera de distribuirnos los roles en la banda es bastante abierta, por eso no hay una única forma. Estamos involucrados en todo: shows en vivo, discos o videos. Es muy arriba el ritmo.
Si antes su timidez se reflejaba incluso en sus recitales, hoy los integrantes de The xx ya no miran más al suelo, ni tampoco se mueven en gueto, como se les pudo ver en ese Primavera Sound de 2010 o en el de dos años más tarde, donde estrenaron Coexist con una performance bastante lejana a la inmutación de estos tres tristes pendejos ingleses, en la que el bajista y cantante se contoneaba sediciosamente y a veces amagaba con apuntar a la audiencia con su instrumento a lo Paul Simonon. Aunque la inocencia no la perdieron aún. “Es algo que nos sucede a los tres, por eso creemos en el instinto”, explica Oliver, quien, detrás de esa ternura y ese apocamiento al hablar, dosifica a lo largo de la entrevista ironía, sensualidad, arrebatos de sapiencia y una torpeza que no teme esconder. Siempre con una voz baja, constante, filosa, casi manipuladora, típicamente inglesa. “Mucha gente cree que somos la banda más influyente de nuestra generación, pero eso es demasiado fuerte. Me copa que los fans no demanden tanto de nosotros, que no quieran saber nada. Ellos sólo comparten la música que hacemos.”
–¡Noooooo...! Puede que no de una manera intencional. No quiero tener nada ver que con eso (se ríe).
–No sé si siempre estaré sobre un escenario, pero hay algo que tengo claro: no voy a dejar de componer canciones. Siempre me vi haciendo eso. Incluso, no descarto en un futuro escribirles a otros.
–Es una gran escuela londinense. Lo interesante es que la formación que imparten no se rige por un manual o por una instrucción estricta, sino todo lo contrario. Allí te enseñan a que tengas iniciativa propia, a que tomes tus decisiones. Incentivan tu creatividad y personalidad, al punto de que los docentes son más facilitadores que inculcadores. Los instrumentos están ahí para que los usés.
–Cuando comenzamos, más que un grupo The xx era un concepto abierto pensado para que todos aportáramos ideas. No importaba el nombre. Daba lo mismo si nos llamábamos Kiss Kiss o de cualquier otra manera, la intención era que se llenara, de parte nuestra o de la gente. No hay una explicación puntual. Justamente de eso se trata: que cada uno pueda tener su propia interpretación.
* Martes 15 de octubre en Mandarine Park (Costanera y Sarmiento). A las 20.
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