GAME OF THRONES O CANCIóN DE HIELO Y FUEGO
La versión televisiva de la saga de George R. R. Martin encarna el choque entre originales y adaptaciones. A esta altura, ¿cuál ordena los tiempos?
› Por Lola Sasturain
Se teme por el final de Game of Thrones. Y no porque vayan a matar, una vez más, a los favoritos del público, sino porque es casi imposible que George R. R. Martin (autor de la saga literaria original, A Song of Ice and Fire) pueda terminar de escribir la saga completa –cinco libros editados hasta ahora, dos pendientes– al ritmo al que va la serie. A razón de tres temporadas anuales hasta el momento, y por las declaraciones de Martin –”Estuve seis años para escribir el quinto tomo”– la ecuación se resuelve sola. Y las cosas se complican.
La primera y segunda temporadas narraron los sucesos del primer y del segundo tomos; un libro por temporada. Sin embargo, el tercer libro está dividido en dos: la última temporada se dedica solamente a la primera parte del tercer tomo, A Storm of Swords, y se retomará el final de dicho libro en la cuarta temporada, a estrenar el año que viene. ¿Es esto una estrategia para darle más tiempo a Martin? Es difícil saberlo, pero dicen aquellos que leyeron los libros que “todavía no pasó nada”, y algunos televidentes opinan lo mismo, acostumbrados al ritmo frenético de la serie. Si es una decisión estética orientada a aprovechar el mayor nivel de detalle y profundidad que ofrece el libro, o si es una simple manera de ganar tiempo, no importa: la temporada es excelente y maneja la intriga, la oscuridad y la sordidez como pocas veces se ha logrado en productos para televisión. Sin embargo, es cierto que el ritmo general, la relación tiempo-avance de la trama bajó unos cuantos cambios durante este año.
George R. R. Martin afirmó que teme que eso suceda y que la serie “rompa” con él, por lo cual “está escribiendo rapidísimo”. También afirmó que, por supuesto, él ya sabe cómo termina todo, y que, “en el mejor de los casos, libros y serie van a terminar igual”. Entonces, ¿qué sucederá en el peor caso? ¿La serie terminará primero, cayendo todo el peso de la resolución sobre los guionistas? ¿Cómo va a afectar eso a los consumidores de ambos?
A pocos años de las famosas huelgas de guionistas que dejaron congelada la industria televisiva por una temporada (interrumpiendo la emisión de series como Grey’s Anatomy o House, éxitos indiscutidos de aquel momento), actualmente los guionistas de tevé alcanzaron el estatus sagrado que merecían, y ahora las amenazas son otras. De hecho, en la actual “Edad Dorada de la Televisión” –como muchos medios se esfuerzan por llamarla–, el guión de TV ocupó el lugar de “expresión máxima de la ficción popular”, superando con creces (en público, y muchas veces también en calidad) al best-seller literario y a las películas de los grandes estudios. ¿Cuántas personas hay que miran Game of Thrones pero a las que no les interesa en lo más mínimo ese tipo de literatura? Eso es porque las series estadounidenses de la actualidad no son sólo apasionantes: sus personajes están tan bien construidos, están tan finamente confeccionadas y tienen tantas capas y matices que pueden enamorar desde a aquel que dejó Casi ángeles el año pasado hasta a los devotos del cine europeo experimental. Porque el que no se engancha con las tremendas intrigas lo hace con la complejidad de los personajes o con la cuidadísima realización.
El límite de los guionistas es el cielo: estamos presenciando el declive de aquello de que “el libro siempre es mejor”. Esto no quiere decir que los libros de Martin sean malos o que no valga la pena leerlos. Solamente pone en evidencia un conflicto muy actual: ¿cuál es el valor de la adaptación y cuánto le debe al original? En días de 140 caracteres, speed dates, comida rápida y demases, no existe manera de confrontar los tiempos de producción literarios y los de producción televisivos; hablan de diferentes públicos, generaciones y maneras de disfrutar el arte.
A nadie se le hubiese ocurrido jamás una película de Harry Potter que no correspondiese a uno de los tomos del libro; lo mismo con El Señor de los Anillos. En estos casos, las películas (buenas o malas, no es eso lo que entra en discusión) eran indudablemente productos desprendidos de esas exitosísimas sagas literarias, y bastante público estaba ahí para ver suceder –precisamente y con lujo de detalles– todo aquello que ya sabía. Lo mismo sucederá, seguramente, con el caso de Cincuenta sombras de Grey, cuya primera adaptación cinematográfica está en producción. Evidentemente, en esta “Era Dorada de la Televisión”, el televidente está malcriado e iniciar una serie de TV es un compromiso personal: además de ocasionar pérdidas millonarias, un año sin Game of Thrones significaría el desaire de millones de espectadores que se quedarían sin su catarsis de ver las aventuras y –sobre todo– desventuras de los Stark y los Lannister, una vez por semana y a la misma hora (¡o cuando fuera, vía web!). Y a esa compañía, lamentablemente, no hay libro ni película que la reemplace.
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