AGUAS(RE)FUERTES
› Por Andrés Valenzuela
“¿Te das cuenta de que estás viviendo en Dubai, boluda?” La flaca –que no es ninguna boluda– se lleva una mano a la cabeza, como si se le fuera a escapar de sólo pensar que sí, que está en los Emiratos Arabes Unidos y que pronto comenzará a laburar como azafata para una aerolínea local. Se muerde los labios y le sonríe al amigo que le festeja su buen momento.
Tiene mucho para contarle. Del entrenamiento, las recomendaciones por si se pierde en la ciudad, del complejo de edificios reservado exclusivamente a los empleados de la empresa, de sus flatmates –la rumana, la francesa–, la comida y cómo lleva la distancia con su novio. Gesticula, ríe, revolea los ojos y él comparte: “Boluda, se te dio, ¡te estoy viendo en Dubai!”.
Hasta no hace mucho, esta conversación se reservaba a ejecutivos de empresas internacionales, funcionarios públicos de Cancillería y pocos privilegiados más. Había terminales instaladas específicamente para esa función: la videoconferencia. Y aún más atrás, la idea de poder ver al interlocutor mientras se hablaba con él era terreno de la ciencia ficción. El Capitán Kirk, por ejemplo, ponía en pantalla a los comandantes aliados y enemigos para discutir “de nave a nave” el futuro de los capítulos de Star Trek. Aunque es posible considerar que esa utilidad tendría uso cotidiano en la Tierra y otros planetas, en la serie solía verse apenas en su uso oficial. Y llegado el caso, la teletransportación suplía los baches de comunicación. En cambio, J. Michael Straczynski en Babylon 5 ya advertía la cotidianidad que podía derivar de algo semejante al “teléfono con imágenes”. Los oficiales de esa estación espacial mantenían más de una relación a (miles de años luz de) distancia gracias a estos aparatos.
Pero mientras la tele mostraba eso, acá había que llamar al teléfono fijo (hoy reliquia) y atravesar el filtro padre/madre/hermano si quería invitar a la chiquilina divina esa del club a tomar helado. El celular permitió saltear un obstáculo y el mensajito hasta permitió esconderse a los demasiado tímidos. El mail dio inmediatez y garantía de llegada a las cartas escritas. Lo que faltaba era la imagen en vivo y en directo.
Desde hace más bien poco, eso es perfectamente posible y sin pensar en equipos muy costosos: una netbook de dos lucas (¡hay celulares que valen el doble, o más!) permite instalar Skype o cualquier programa similar y hacer videoconferencias. Y parece tan normal que es difícil entender que hace cinco o diez años su sola posibilidad parecía utópicamente lejana. Hay quien la usa para mantenerse al día con amigos. Están los que sostienen una pareja a distancia. Por supuesto, sobran las entrevistas online y las “reuniones” de negocios internacionales “cara a cara”. Hay miles de usos.
–Boluda, ¡estás en Dubai! ¿Te das cuenta?
–¡Ay, chabón!, ¡no puedo creerlo!
–Y yo todavía en Buenos Aires, dejame de joder... que inventen la teletransportación de una puta vez.
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