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Jueves, 17 de octubre de 2013

ICONOS CAíDOS EN PECADO Y EN DESGRACIA

Plop! Stars

El guarrerío que desataron las ex pibitas de Disney trajo a colación los límites de ese puritanismo extremo que el pop les imprime a sus estrellas.

 Por Lola Sasturain

Miley Cyrus –veinte años, ex estrella infantil con Hannah Montana, casi 15 millones de seguidores en Twitter– volvió a dar que hablar. Primero, su presentación en los pasados VMA’s de MTV –la misma edición en la cual “volvió” N’Sync, no es dato menor– enseñó que perreo, en inglés, se dice twerking, mientras se reproducían a velocidad de la luz imágenes de la jovencita restregando insistentemente su culo contra Robin Thicke. La opinión pública, enseguida, puso el grito en el cielo: cómo podía ser que Hannah Montana, a quien nenas de 6 años tanto idolatraban, se comportara como una puta desatada en el prime time televisivo. Luego fue la sesión con Terry Richardson. Sinead O’Connor aleccionándola en una carta. Annie Lennox protestando por sus videos. Una empresa ofreciéndole un millón de dólares para dirigir una porno. Y ahora un disco número 1 en el Reino Unido, Bangerz, a caballito del video nudista de Wrecking Ball. Astuta, Miley, quien inicialmente tomó una postura desafiante y dijo cosas como “logré lo que quería, mi presentación tuvo más tweets que el apagón del Superbowl”, aceptó su “desubicación” y pidió disculpas públicamente.

Entre las desventuras de Miley y el estreno –ya varios meses atrás– de la película Spring Breakers, la figura de la “chica buena que se hace mala” volvió a ser tema de debate. La opinión fue unánime: la de Harmony Korine (figurita de culto del indie estadounidense como director de Gummo y guionista de Kids, entre otras) está lejos de ser una gran película. Sin embargo, lo que suscitó desde un principio expectativas sobre la misma y aquello que la hará –tal vez– pasar a la historia poco tiene que ver con su argumento, guión o proezas técnicas: Spring Breakers puso a dos de las chicas mimadas del universo Disney –casi menores de edad– en bolas, las hizo tomar merca, asaltar a punta de pistola y enfiestarse con varios a la vez. Todo a ritmo de dubstep y bajo los rosados atardeceres de Florida.

Con esto, Vanessa Hudgens y Selena Gomez (ex novias de Zac Efron y de Justin Bieber, respectivamente, para hacerse una idea) inmolaron esas versiones de sí mismas que eran estrellitas puritanas para pubertos. La elección de Korine –un tipo inteligente y agudo observador de la basura pop (en el sentido más amplio, por popular) estadounidense– fue para nada azarosa. En la película no importa realmente qué se dice; importa quién lo hace. Y la pregunta al espectador, supra-argumental, parece ser: ¿es inevitable el destino trágico de la estrella pop?

La inclusión de estas inmaculadas señoritas haciendo trabajos sucios no es el único elemento del film que lleva a esta reflexión: Spring Breakers está plagada de estas referencias: uno de los momentos más memorables de la película es cuando un James Franco gangsta-ridículo interpreta al piano Everytime, olvidada balada “sombría” del ángel caído Britney Spears. Las jovencitas de la peli utilizaron la ficción para exorcizar a las estrellas infantiles que tenían dentro. Porque, la verdad, ¿cuán sostenibles son los valores del universo Disney una vez que la estrellita juvenil crece y su público también? Las estrellas pop son como los cachorritos de propagandas de comida para perros: difícilmente sirvan cuando crezcan. Y sus posibles destinos son muchos: el de la anteriormente mencionada Miley Cyrus, quien luego de juntar millones protagonizando uno de los hits de Disney Channel antes de cumplir los 15, ahora mayor de edad puede gritar a los cuatro vientos que fuma porro con Snoop Dogg y hasta colaborar en su último disco sin que le importe qué opinan los padres de los niños que la veían en TV.

También hay casos menos felices, como el de los Hanson, que quince años después de Mmbop, ya treintañeros y con familia, tienen que girar sacando a relucir las viejas ¿glorias? para hacer un mango, tocando en teatros en vez de llenar estadios como cuando tenían menos de 20. En el otro extremo, casos como el de la anteriormente mencionada Britney, o aún peor, Maculay Culkin: niños que vivieron demasiado rápido y que a los 25 no les quedaba nada por probar, excepto crack y ese tipo de cosas. Maculay desapareció, y Britney, por el contrario, reapareció gorda, dopada y carente en absoluto de glamour, haciendo el ridículo como marioneta que apenas podía moverse en los VMA 2007, en su “regreso” luego de haberse rapado y de haber roto el parabrisas de un auto a paraguazos delante de los paparazzi. Ahora recuperó un poco de dignidad; pero no pudo recuperar jamás su lugar de objeto de deseo e ídola adolescente a la vez.

Obviamente, también hay ciertas excepciones –las menos– a la regla, que lograron construir a partir de su fama infantil carreras interesantes y sólidas: Jodie Foster, que se hizo conocida como la nena-femme fatale mafiosa en Bugsy Malone, o Justin Timberlake, quien salió (al igual que Britney, Christina Aguilera y... ¡Ryan Gosling!) de Mickey Mouse Club y se hizo mundialmente famoso con N’Sync. ¿Por qué ellos sí y los demás no? Porque cumplen con dos características fundamentales: real talento (muchas veces, confundido con carisma liso y llano) y una refinadísima capacidad de adaptación a los tiempos que corren. Esto les posibilitó tanto “crecer” con su público de siempre como ganar nuevos adeptos; y el caso de Timberlake es paradigmático: a fuerza de himnos pop ultracool y (por qué no decirlo) de colaboraciones con los productores más trendy del momento, pasó de estrellita decolorada para quinceañeras a icono de la onda, respetado y deseado por adultos, adolescentes, poperos y rockeros por igual.

Sin embargo, no son éstos los casos que salen en los tabloides. Y no son éstos en los que la reflexión de Spring Breakers está inspirada. Sabido es que la masa es morbosa y disfruta de ver fracasar a los “angelitos”: luego de haberlos disfrutado hacer monerías y predicar mensajes castos, sienten cierto regocijo en verlos, por fin, desenmascarados. Pero, ¡ojo!, solamente si el precio que pagan es su vida, porque los acerca un poco al resto de los mortales, y ahí viene la relajación: los ídolos existen porque generan una doble sensación de identificación y fascinación. Son espejo y modelo a seguir a la vez. Inalcanzables, pero “amigos”. Un icono en decadencia, perdido en drogas, distanciado de su familia y caído en desgracia antes de cumplir los 30 tiene una cosa ácidamente autoindulgente: el poder decir “pobrecito” de aquellos que se mira por TV y de quienes se compran remeras.

Pero eso sí: cuando el volantazo se pega como estrategia comercial y no pagando en carne propia, los escandalizados empiezan a brotar de todos lados como maleza. Así es el caso de Spring Breakers, de Miley o Britney cuando –antes del breakdown– salió toda aceitada y gimiendo en I’m a Slave 4U. Un icono pop es exactamente lo mismo que un icono religioso: en sus imágenes cristalizan valores e ideales que la gente deposita en ellos, en estos casos los de castidad y obediencia estadounidense conservadora. El problema es que estos valores son, además de antiquísimos, abstractos: y las estrellas pop son personas y crecen. Tienen que seguir de rebusque para que el sistema no los excluya y no terminar en las decadentes listas de “one hit wonders”; eso descartando que tengan reales ambiciones, lo cual también puede suceder. La gente acepta ver a sus iconos religiosos sufrir y fracasar porque, de hecho, nada más cristiano: están “pagando el precio”. Sin embargo, verlos actuar como reventados para ganar nuevos públicos y garantizar su vigencia los acerca más a Judas que a Jesucristo.

Así y todo, asumir el disfrute en la desgracia ajena (más aún hablando de gente de la que se sabe todo, aun cuando ellos jamás sabrán nada de los demás) denota un cinismo del cual muy pocos se hacen cargo. Al igual que tinellistas y arjonistas, aquellos que hacen que revistas del corazón y programas de chimentos sigan existiendo son una mayoría sin ningún orgullo de clase. Y sobre la base de estas hipocresías implícitas se construye el star system tal y como se conoce. Se puede estar tranquilo: el aparato generador de estrellas descartables seguirá funcionando.

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