LA “PELíCULA” DE METALLICA, SóLO PARA FANS POCO CRíTICOS
Un falso concierto, una historia zonza, guiños a un pasado lejano... y que nos salven el HD, el 3D y el sonido de última generación.
› Por Mario Yannoulas
La palabra “riff”, que James Hetfield lleva tatuada en su mano derecha, concede el único pilar de franqueza que le queda a Metallica: un recurso básico y vital cuya historia los californianos engrandecieron. Más allá de eso, cuando termina Through the Never, la película que el cuarteto estrenó esta semana en los cines de la Argentina, se disuelve otra posibilidad de redención tras años de credibilidad horadada: no sólo no se ríen de sí mismos sino que... se vuelven a reír de nosotros.
Los californianos siguen generando hechos “noticiables” más que musicales. Su anunciada presentación en la Antártida es otro ejemplo. Caerle a Metallica parece sencillo, porque desde que pusieron fecha de vencimiento al thrash –del que fueron arquitectos indispensables, Master of Puppets y And Justice for All siguen brillando–, después del también genial “álbum negro”, se repitieron en gestos antipáticos, como ponerse la camiseta de las corporaciones para luchar contra Napster.
Aparece entonces esta producción dirigida por Nimród Antal, que debe el mote de “película” a la incorporación de una historia muy pobre en la que a Trip (Dane DeHaan), un “che, pibe” de la crew, le encomiendan una extraña misión mientras la banda toca. En el desarrollo –fragmentado, confuso, amarrete– se mezclan una extraña píldora, una escenificación de conflicto social y un jinete enmascarado que persigue al joven protagonista.
El primer tramo despierta un poco de (zonza) expectativa. Las imágenes de backstage pendulan entre el costumbrismo y lo surreal: la guitarra de Hammett sangra, Trujillo prueba el bajo en una habitación cuyas paredes son equipos que te vuelan la peluca, Ulrich chupa un chupetín y mira raro. Después, todo es una excusa para presentar a Metallica con un fuerte despliegue visual, en alta definición y en 3D (se disfruta mucho en formato Imax). El sonido pega, aunque maquilla demasiado las desprolijas performances actuales. No mintamos: es lindo ver a Metallica entregar Creeping Death o For Whom the Bell Tolls en 3D, pero de no ser por la mediación técnica, la interpretación de los viejos VHS –Seattle, San Diego, por ejemplo– sigue siendo más convincente.
Se trata de un falso concierto. La mayoría de las tomas corresponde a un “show” –las comillas las pusieron ellos– en Canadá, donde se convocó al público a un recital que tendría muchos cortes por cambios en la iluminación y seteos de cámaras. Desde la web se convocó a pagar cinco dólares para poder asistir.
El clímax –no sólo del film, también de la burla– llega cuando el protagonista Trip azota un golpe contra el suelo de una terraza y por alguna razón la ciudad empieza a desmoronarse. Las luces caen, aparecen focos de incendio en el escenario –¿alusión a lo ocurrido también en Canadá en 1992, cuando a Hetfield lo quemó la pirotecnia?– y la banda suspende Enter Sandman. “¿Están todos bien?”, consulta el cantante y lanza su daga más irrisoria: “Traigan unos equipos, no necesitamos toda esa parafernalia”. Los técnicos acercan cajas y luces de emergencia, y el show sigue... ¡sonando igual de potente! “Me hace acordar a la época de Kill ‘Em All”, aclara antes de Hit the Lights, única canción de aquel álbum de 1983, el más crudo que hayan sacado. Después de haber santificado al dólar, de llamar la atención con cuestiones extramusicales y de presentar una película cuya única virtud descansa en la faz técnica, esta reivindicación de las raíces, de lo simple, de la abstención del artificio, de los “días de garage”, resulta un chiste de mal gusto. Con Through the Never, Metallica se reafirma como una de las bandas más caretas de la Tierra.
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