ESPACIOS DE ARTE UNIDOS Y ORGANIZADOS
Decenas de sitios donde ocurre la cultura porteña alternativa buscan desde MECA la sanción de una ley de respaldo y fomento para sus actividades.
› Por Brian Majlin
El sol acaba de quedar sepultado detrás del pavimento de avenida Córdoba y en la puerta del Centro Cultural Matienzo, donde el aire aún permanece tibio y pegajoso, hay un centenar de jóvenes con cervezas, planillas y remeras con la sigla MECA (Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos) a la espera de que comience un evento. Es lunes y, a diferencia de lo que suele ocurrir, no se trata de una banda nueva, ni un espectáculo teatral o una lectura de poesía. Es, y parece extraño en ese epicentro de contracultura, una novedad para cientos de artistas, autogestores culturales y amigos que se acercaron: el lanzamiento de una campaña para juntar 40 mil firmas y que la Legislatura trate la Ley de Espacios Culturales.
“Esto es histórico”, agita Demián, de Vuela el Pez y cofundador de MECA. Y explica: “Por primera vez se unen y organizan los espacios del under”. Luego aclarará que under es una palabra socialmente aceptada, pero que prefiere remitir a “cultura emergente, por el nacimiento cuidado desde la raíz de expresiones artísticas”. Son los lugares, centros de reunión y creación surgidos al costado de la masacre de República de Cromañón, hace casi 9 años, cuando murieron 194 pibes y el antiguo paradigma cultural.
Desde entonces, se hizo rutinario oír el quejido de las bandas por la imposibilidad de hallar sitios habilitados para tocar. En ese brumoso espacio vacío y de desamparo –entre los lugares profesionales puestos por los productores que quedaron y los antros desaparecidos–, surgió una oleada de centros culturales. Espacios autogestivos, comunitarios, en principio improvisados y más acomodados hoy, en los que se canalizó la expresión artística que no tenía lugar en la Ciudad de Buenos Aires.
Imbuidos de ese espíritu, con su trayectoria errante, una veintena de esos espacios –Casa Brandon, Matienzo, Vuela el Pez, Teatro Mandril y muchos innombrables por estar a la vera de la clandestinidad– se juntaron hace poco más de tres años en MECA para buscar la forma de acompañarse y nutrirse retroactivamente de sus experiencias. El objetivo era subsistir. De allí también surgió Abogados Culturales, un espacio para asesorar y contener a los encargados de esos espacios. Claudio Gorenman es abogado y cofundador de ambos movimientos –además de miembro del colectivo de 70 personas que dirige el Matienzo, uno de los iniciadores de la movida de espacios culturales porteños– y explica la necesidad de la ley: “Los centros culturales nacen y se gestionan, pero la ley hoy no los contempla. Hay exigencias muy complicadas para este tipo de lugares porque están pensados para casas comerciales. Y nosotros no somos casas comerciales”.
El primer eje es juntar las 40 mil firmas. Esa cantidad significa que el 1,5 por ciento del padrón porteño habrá apoyado la moción y obligará a que el proyecto sea incluido en la agenda legislativa 2014. “Esta ley refleja una necesidad, los espacios están aterrados”, explica Goreman. Buscan estar amparados. Establecer parámetros para su acción. El proyecto abarca cuatro modelos: centros culturales, clubes de cultura, casa de artistas y centro barrial, social y cultural. Las diferencias son por cantidad de espectadores. La idea es que todos queden habilitados y registrados a partir de las facilidades. “Si no se reconocen –explica Goreman–, siguen clandestinos o a puertas cerradas. Se rockea más pero se deteriora la cultura. Esta ley es la mejor manera de honrar lo que pasó con Cromañón, es tomar las cuestiones de seguridad sin limitar la propuesta cultural.”
Una vez reconocidos, hay un segundo problema: el sustento. Entre ellos es común oír –jocosa o fastidiosamente– que se han vuelto gestores gastronómicos, por la necesidad de vender alimentos y bebidas para sostenerse. “En una segunda instancia tenemos que pedir que la Ciudad otorgue fomentos. No quiero vender una birra para vivir y subsistir, pero hasta ahora es así”, explica Fernando, uno de los miembros de El Quetzal, un espacio cultural que creció hace unos años por la inquietud de un grupo de amigos con inclinación artística y hastío laboral. Horacio, de La Vieja Guarida –otro espacio con nacimiento similar y que es el último en sumarse a MECA– asiente y grafica otros límites de la legislación actual: “Estamos registrados como teatro independiente, pero si alguien quiere tocar la guitarra ya no se puede”.
“Hay pocos subsidios, hemos ideado algún proyecto en ese sentido, pero esto es un gran paso: hacer gratis ese trámite, que sólo de timbrado puede costar ocho mil pesos”, explica Goreman. Han hablado con todos los bloques legislativos y, aunque prefirieron no atarse a ninguno, confían en contar con un apoyo generalizado. Sueñan con eso, mientras juntan firmas en LeyMECA.com.ar y en sus espacios. Ya lograron lo más difícil, organizarse.
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