Los 10 de diciembre de muchos años son significativos para los argentinos: ese día nacieron el astrónomo Pedro Elías Zadunaisky, el arquitecto Clorindo Testa, el bailarín Iñaki Urlezaga y el futbolista Gonzalo “Pipita” Higuaín. Ese día fallecieron el tanguero Juan Carlos Cobián, la cantante Celia Gámez y la actriz Berta Singerman. Ese día, desde 1948, en todo el mundo se conmemora el Día de los Derechos Humanos. Paradójicamente, ese día, pero de 1977, la última dictadura cívico-militar secuestró y torturó a Azucena Villaflor, que había sido una de las primeras Madres de Plaza de Mayo. Justicieramente, ese día, de 1983, volvió a la Casa de Gobierno un presidente electo por el pueblo: Raúl Alfonsín. Luego, Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Cristina Fernández de Kirchner asumieron un 10 de diciembre, aunque algunos sean recordados más que otros por el Día Internacional de los Derechos de los Animales, que también cae estos 10. Peluda sintonía, ese día la mitad licantrópica de La Plata aúlla por el Día del Hincha de Gimnasia.

El 10 de diciembre es un día cargado de historia. Todos los días cargan, en realidad, con una mochila de pasado para los argentinos, pero hay gentes que se ocupan de indicar al resto qué mochilas tienen contenidos valiosos. Vaya a saberse qué otros nacimientos, qué otras muertes, qué otras injusticias y qué otros festivales grossos, de otro modo, ocurrieron algún 10 de diciembre, aunque permanezcan, para las mayorías, en la modalidad del más prolífico y versátil autor de todos los tiempos: el anonimato. Igual cuesta imaginar para ese día un hito de mayor grado simbólico que el del Retorno de la Democracia. Hay que decir que es un toque raro que ese treintañero Retorno –hijo de la Democracia, una señora antigua, y del Pueblo, un tipo enorme sin partida de nacimiento, pero con alto DNI– haga fiestita en el aniversario de la asunción de Alfonsín en lugar de en la fecha del ejercicio popular que lo llevó a la Rosada, ocurrido el 30 de octubre de 1983. Y eso no prohíbe hacer de Alacrán, porque cuestionar un sistema puede ser una forma de cariño y del buen orgullo.

Hace diez años no se tenía tan presente como ahora que la historia es “una” historia que tiene un emisor. Tuvieron que pasar varias cosas: Elige tu propia aventura, una gran crisis social, el final alternativo de Supercampeones y esos entrañables programas de cortes judiciales de fantasía en las que se dirimía si un vecino le miraba las tetas a la cajera del supermercado, acudiendo a todas las versiones del barrio. Tuvieron que pasar, fundamentalmente, los debates a propósito de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Pero ya es común esta perspectiva para poner en crisis lo que dicen los periodistas (y Eduardo Feinmann), políticos, policías, profesores y padres.

Un excelente terreno para medirlo fue el XII Encuentro Jóvenes y Memoria, ocurrido en tres de los edificios del complejo hotelero de Chapadmalal. Organizado por la Comisión Provincial por la Memoria, reunió durante la segunda semana de noviembre a 10 mil pibas y pibes de colegios, organizaciones sociales de base y agrupaciones políticas para cerrar un año de proyectos artísticos y comunicacionales sobre la democracia y los derechos humanos. La historia diría que hubo talleres de pintura, stencil, muralismo, cine, danza y teatro, foros sobre problemáticas sociales, actividades de reflexión y recreación, y hasta libertad para ir a la playa o armar un bailongo. Pero ésta es apenas una historia, y ni cerca está de las que hacen a “Chapa”, como el piberío se refiere al encuentro: lo más sobresaliente fue la reunión de tantas y tantos venidos de realidades tan distintas y distantes, la vivencia a escala bonsái de un mundo (más) para todos y la alegría constatada en varios adultos de que si esos jóvenes cuestionadores son el futuro (o el presente, desde que los adolescentes de entre 16 y 18 años ahora también pueden opinar sobre el país que quieren), el Retorno nunca más tendrá un hermanito.