FILHOS NUESTROS, EL SUB SUPLEMENTO MUNDIALISTA
Cada sorteo del Mundial vuelve a servir para el regodeo de los popes de la FIFA y para demostrar que la pelota es aún más redonda en algunos países.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Pocas cosas en el universo despiertan tantas sospechas como el sorteo para un mundial de fútbol. Intrigas, conspiraciones, pactos y beneficios y perjuicios a dedo en un evento que se supone regido por el azar componen el humus del último compromiso protocolar antes de que la pelota comience a rodar en algún rincón del planeta. Es, también, una de las máximas celebraciones del establishment futbolero: por eso, los directivos del mundo rosquean durante meses para lograr una banqueta preferencial que les asegure salir en la transmisión televisiva y, con un poco más de suerte, gozar de un buen plano del escote de la presentadora de turno.
Como si se tratara de un guión sagrado que se desentierra cada cuatro años (si es que acaso no lo es), cada sorteo ofrece una rutina más o menos previsible. Allí, según verificamos una y otra vez, dan su bendición viejas estrellas elegidas por su talento dentro de la cancha –y por su docilidad fuera de ellas, al cabo que nadie invitaría a su fiesta a quien le criticó el color de las guirnaldas–, rodeados siempre de algunos toques edulcoradamente autóctonos que recuerden que el sorteo no transcurre en un cubo aislado del mundo, sino en un país elegido por sus bondades y disposiciones.
A algún cerebro graduado en Organización de Eventos se le ocurre pensar en Brasil como un lugar lleno de negros bailando samba, ignorando seguramente quién es ese tal Antonio Carlos Jobim que le dio su nombre al Aeropuerto de Río de Janeiro. Entonces aparece el grupo de percusión Olodum y la cantante Margareth Menezes, bastiones culturales de Salvador de Bahía, capital en tiempos de dependencia portuguesa. Una elección sincera y auténtica, si no fuera porque interpretaron We Are Carnaval, un engendro en portunglish pensado más para conformar a los viejos carcamanes de la UEFA que para mostrarle al mundo los valores artísticos de una nación que los tiene y felizmente los conserva, a pesar del sometimiento colonialista y europeizante que la azotó durante otros tiempos.
Antes del sorteo, un video repasa las doce sedes elegidas para albergar los 76 partidos, entre ellos uno en el medio de la selva amazónica que ya despertó las quejas de los equipos europeos, logrando solo para ellos una reprogramación de horarios reclamada en verdad por todos los seleccionados condenados a jugar bajo los rigores climáticos del mediodía, demostrando también que la pelota es más redonda para algunos países que para otros.
Es muy fácil advertir cuáles estadios aún no han sido terminados: a medio año del comienzo del Mundial son los de aquellas ciudades cuyas imágenes abundan en playas, árboles, tucanes, chicas bonitas y absolutamente nada de fútbol. Luego llega un breve repaso con las fortalezas de los 32 equipos participantes. Al turno de Argentina, como era esperable en un evento ayuno de sorpresas, aparece Lio Messi apilando rivales y corriendo como una saeta. Nada más lejos de una realidad actual que lo encuentra disminuido por una de las peores lesiones de su carrera y rodeado sólo de sus afectos más íntimos y cercanos. El comentarista argentino no señala esto, sino que se limita a repetir “¡Vamo’ Leo!”, como un poseso. Es que los ídolos no sufren ni padecen. Solo se recluyen para alimentar su épica y volver con más fuerza. Reconocer que son humanos vulnerables a los abusos químicos, que lloran, se tiran pedos y caen en los caprichos más absurdos no es negocio para este espectáculo millonario. Show must go on.
Si hasta el dramatismo (infaltable en una ceremonia de esta naturaleza) parece premeditado. No hay otra interpretación al insólito sistema elegido para definir los cabezas de serie y los grupos, algo que mereció sesudas explicaciones para que la audiencia mundial pudiera comprenderlo. Es que cuando lo obvio se hace evidente, tal vez sólo lo inentendible pueda sorprender. Un directivo sonríe y se toca el hombro con dos dedos. Algo le ha causado gracia. Tal vez haya sido fortuna en un sorteo que hará jugar a su país muy cerca de la sede elegida antes del bolilleo. ¿Fue obra de la fortuna, realmente? Quién sabe: si el fútbol goza de una verdad absoluta, ella estará probablemente en la celebración íntima de un picado con amigos, en una ronda frente al televisor, en una vieja camiseta guardada como reliquia en un cajón. Lugares a los que no tienen acceso los señores de traje ni las bolitas de un sorteo. Lo demás es un circo lleno de trucos y malabares, y un asiento que espera por nosotros.
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