JUVENTUDES MOVILIZADAS
› Por Brian Majlin
Los pibes son rebeldes por naturaleza, oposición a lo establecido y lo dado o necesidad de subsistir en un mundo que les impone ritmos, modos, mañas. Que los marca y prefabrica. En la cuna del Imperio exportador de modos y modas, Estados Unidos, se desató este año una de las más novedosas movilizaciones: pibes, y no tan pibes, explotados y precarizados por la industria que más se desarrolla en épocas de crisis y estancamientos –los locales Fast Food– paralizaron por primera vez la industria de pizzas acartonadas, hamburguesas y sabores sintéticos. Empezaron 200 en Nueva York y hace tres semanas fueron millones en más de 130 ciudades. Reclaman algo tan básico: un aumento del salario mínimo y poder sindicalizarse.
Sería interesante que los patronos culturales comenzaran a exportar más que adultescentes envueltos en fiestas universitarias y porristas insatisfechas. Aquí, por lo demás, muy bien: la juventud se militantizó tanto que incluso pegó la vuelta y todos –y todas– parecen militar por lo suyo. Cada quien parece abrazar una causa –hasta las Believers, que reventaron de bronca cuando la decepción ganó el espacio–. Un alumno en clase –militante de una columna del kirchnerismo– reflexionó con sabiduría: “Tendremos que aprender a militar también en la derrota”.
Este año fue no ya uno de novedades sino uno de reafirmación. Estamos tan abrazados a la cultura de la militancia juvenil que hasta los cucos televisados arman espectáculos alrededor y salen perdiendo ante una juventud formada y movilizada: todo el país vio por cable cómo los secundarios y universitarios paseaban a Eduardo Feinmann, de visitantes. Luchaban por su educación, por las libertades en sus centros formativos, fueran secundarias porteñas o universidades cuasi feudales de La Rioja, Salta y Tucumán. Sacudieron el avispero y cosechan frutos de la temprana experiencia en la militancia mientras el sistema –ese monstruo amorfo e inasible– intenta congraciarse con ellos: en Estados Unidos, hasta Obama prometió un aumento –aunque sólo a 9 dólares la hora, cuando piden 15– y en Argentina se consumó el voto joven, con finalmente casi 600 mil pibes de entre 16 y 18 que aprendieron a canalizar cívicamente sus inquietudes.
Pero los pibes no saben estarse quietos y probablemente vayan por mucho más que un voto que los represente. Han mostrado que son revulsivos y que están llamados a motorizar cambios mayores, a mover los cimientos que modifiquen el statu quo. Mientras el mundo se derrumba –decíamos en 2012– los pibes militan para que se derrumbe más rápido. Bienvenidos sean ellos, si son capaces de sublevarse hasta de los propios dogmas.
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