SUSTITUCIóN DE IMPORTACIONES
› Por Facundo Enrique Soler
Las redes sociales, los sitios de música y el boca a boca estallan más o menos siempre con lo mismo: tal banda de afuera viene a Argentina por primera, quinta o última vez. Las visitas internacionales son, por afano, lo que más le importa al fanático de música local. Y 2013 dejó a todos satisfechos en cuanto a recitales foráneos. Pero el movimiento más interesante recayó en las productoras independientes, que se animaron (aún más) a traer grandes shows de afuera para dar batacazos inolvidables. A menudo grupos o solistas largamente anhelados, pero también bandas muy jóvenes y en la cresta de la ola: por ejemplo, Foals llegó un mes después de publicado Holy Fire, su segundo disco.
Rock City, una productora autogestionada que labura en conjunto con el sello Scatter Records, fue la responsable de los shows en Buenos Aires de Lee Ranaldo, Bob Mould, OFF!, Television, Neil Halstead y Laetitia Sadier. “La gran dificultad es encontrar el público suficiente para pagar los costos que una producción internacional requiere”, explica Pablo Hierro Dori, mitad productiva junto a la brasileña Sylvie Piccolotto. Además del trabajo que hacen en traer actos de afuera, exportan talentos locales por Latinoamérica y Europa, como ocurrió con la gira de El mató a un policía motorizado por España.
Otro eslabón a analizar en esta temática es Indie Folks, la sociedad entre el español José Lataliste y el productor local Ale Ban, capaces de lograr dos fechas con entradas agotadas de Tame Impala en el Teatro Vorterix, junto a una extensa lista de shows en territorio porteño con grandes valores, de la talla de CocoRosie (que además tocó en Mendoza), The xx, Beach House, Toro y Moi, Japandroids, Daniel Johnston, Foals y Devendra Banhart. “Se gana, se empata y se ‘pierde’; aunque desde nuestra visión no perdemos nunca, sino que apostamos a traer artistas novedosos y creyendo que a futuro la romperán”, aclara Ban ante la duda de si es redituable o no apostar a importar este tipo de recitales.
Los shows más exquisitos del año se dieron en recintos que tiraron a lo íntimo, con sonido aceptable y caras interesantes arriba del escenario. Apostar a abonar un acto en dólares esperando que los comensales paguen sus entradas para recuperar algo del costo puede parecer una actitud arriesgada, pero siempre es valorable si se presencia la ejecución de otros “festivales” con pésimo acceso, instalaciones deplorables, un show bueno entre treinta figuritas repetidas y sabor a nada al terminar la jornada.
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