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Jueves, 26 de diciembre de 2013

LA MASACRE DE POXYCLUB

 Por Facundo Gari

Es, en apariencia, un día cualquiera. Click. No. No. No. Click. Un gran, un enorme No. El Messi de los No. Un No a lo Darth Vader. Y otros No pequeños, baboseados en el respaldo de la silla, rumbo a la posición fetal, y luego unos espasmos de No que se enfrían como los “Rose” de Leo DiCaprio. “PoxyClub se jubila”, dice el correo electrónico. Las manos de vuelta al teclado y sale un primer mail al amigo Charly, el de tantas noches neblinosas cagándote de risa de los videos de estos veinteañeros. Te responde eso, sólo eso en el blanco y con mayúsculas, para que no haya dudas de que resume todos los tuyos: “No”. Y sale un segundo mail, a Luis Paz, editor del NO, pidiéndole espacio para descargar estos No. Vuelve el oasis de un “sí”. ¡Hay que escribir con un dolor snob en el cuerpo!

En un par de años, es la primera lágrima de tristeza que Rorro Casas y Mate Yaya les arman a sus fans, a los que clickearon 4.343.718 veces sus videoclips en YouTube, a los que los viralizaron, a los que vitorearon sus pasitos en Ciudad Emergente y otros festivales y enclaves, a los que les facilitaron la guita y las minas cuyas abundancias agradecen ahora que dejan la red y los escenarios. Lo hacen en una breve y desangelada canción, Guitaminas, con imágenes de ellos a bordo de un helicóptero, huyendo como es tristemente célebre que rajan los garcas aburridos.

Y de nada serviría preguntarles qué onda, por qué nos abandonan en esta lluvia de diciembre de cambio climático. Responderían desvaríos, desde los personajes que se armaron para el dúo electropop, para el precioso empalme entre Illya Kuryaki and The Valderramas y Peter Capusotto.

¿Y se les podría pedir alguna clase de seriedad? Que quede el melancólico replay. El de la relectura positiva de taladros industriales para pibes de primaria de los ‘90. El de su explícita postura política rebosada con humor ingenioso y ácido (Fiesta en el búnker de Macri y Abuelas paquetas). Que quede la añoranza de sus aspectos de chetos que se ríen de chetos (Country Ghetto). La de cómo les sacan la ficha a las tribus urbanas (Los últimos floggers en el Abasto) o a las modas de consumo (Flaca, comprate un Blackberry y Tengo zapas DC). La de su verdugueo al progre burgués (Quiero flashear ser pobre y Administración de empresas). Que quede la sonrisita al recordar cuando unos fachos amenazaron fajarlos por un agite de amor homosexual (Rugby Time). Que queden las noches neblinosas cagándonos de risa con Charly. Que queden los No, hasta que vuelvan. Porque volverán y serán –de guita, minas y admiración– todavía millonarios.

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