DOS PIBES “EN DEFENSA DE LA VIDA”
Conrado (11) y Nicolás (22) hicieron propuestas antipirotecnia en Villa Gesell. Lograron apoyo vecinal y esperan que el intendente firme la norma.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Gente herida, dedos amputados, vegetaciones incendiadas, aves volando espantadas y perros ladrando aturdidos. Parecen las consecuencias de Chernobyl, pero es lo que año tras año generan el uso y abuso de la pirotecnia, convirtiendo las fiestas en una tragedia silenciada por el estruendo de la pólvora. ¿Qué puede más que las estadísticas irrefutables y el sentido común? El negocio millonario, las presiones comerciales y ciertas tradicionales inentendibles. Un cóctel digamos... explosivo.
Frente a esa locura en masa, dos pibitos geselinos se plantaron y encendieron la mecha de la discordia. Conrado Zubarriain, de 11 años, y Nicolás Aguirre, de 22, comenzaron cada uno campañas de concientización en Gesell, primero desde Facebook y luego pateando calles, plazas y playas. Bajo ese modus operandi artesanal y pulmonar reunieron 2000 adhesiones en una ciudad de 40 mil habitantes, y se les plegó la ONG Surf Rider, cuya filial geselina está abonada por miembros de la Asamblea del Médano Costero, grupo que acampó meses en la playa hasta frenar la construcción de un delirante y peligroso complejo inmobiliario a orillas del mar.
De esa alianza surgió un Proyecto de Ordenanza para prohibir la venta y el uso de pirotecnia que, tras el clamor popular, fue tratado y aprobado por el Concejo Deliberante de Gesell. Pero fue puro humo después del fuego: aún resta la demorada firma del intendente, último menester administrativo para que la normativa tome fuerza de ley. Es que, a diferencia de lo que sucede normalmente, el cuerpo legislativo local tiene un color político diferente del del ejecutivo, y en la internilla política se desvanece un impulso que también es parte de un espíritu de época: son varias las ciudades que en el país están tomando conciencia del peligro y que deciden restringir este festival de luces y espanto.
Aunque no en todas se aplica con el mismo vigor: en Ushuaia, una ciudad modélica en la materia, la ley aprobada en la década de los 70 es violada sistemáticamente; en Mendoza sólo se prohibieron 14 productos; en Córdoba vedaron específicamente los mismos globos luminosos que provocaron el incendio de 80 colectivos en Rafael Calzada, y en Rosario apuran el debate luego de que un tipo muriera por un petardo que le reventó la cara. Hay casos, también, de lugares donde las medidas fueron vetadas, como Neuquén, donde una jueza declaró inconstitucional el uso pero no así el comercio, pudiendo entonces comprar una cañita para luego tenerla de adorno en una caja. En todos los casos, los poderosos productores explotaron de furia e interpusieron recursos de amparo, argumentando que esta especie de “persecución” pirofóbica estimulará el comercio clandestino e ilegal.
“El único que se opuso fue un policía, que dijo: ‘Yo no firmo esa porquería porque me encanta tirar cohetes’. Pero estas iniciativas siempre tienen gran apoyo popular, porque son en defensa de los animales, la naturaleza y para prevenir accidentes. Es decir, en defensa de la vida”, resume Nicolás Aguirre. Mientras tanto, él y toda Villa Gesell siguen a la espera de que sus gobernantes apaguen la mecha de sus disputas y acuerden más allá de intereses personales, como hizo el resto de sus vecinos.
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