Jueves, 30 de enero de 2014 | Hoy
DE PASEO POR EL BON ODORI DE JOSé C. PAZ
El festejo japonés para los difuntos es un colorido rito de baile y música que respeta la tradición nipona, incluso en su calidez hacia los curiosos.
Por Stephanie Zucarelli
Existe un pequeño descargo de todos a quienes les interesa la cultura japonesa y quieren escaparse de las costumbres sushi porteñas que pierden todo ritual oriental. Si los argentinos se resignan a que Japón queda un poco más que lejos, los festivales Bon Odori tienen que ser un must go para extender el horizonte. La tradición budista marca esta fiesta como un festejo para los santos difuntos, una danza que acompaña y hace reencontrarse a las almas de los vivos con las de sus ancestros. Con el baile de los participantes, se guía afuera a las almas de los desconocidos que no deben permanecer en la ciudad.
La impresión que produce es un poco como el rito del Día de Todos los Muertos celta, un poco como el Festival de San Juan argentino, un poco muy Bon Odori indefinible. Se convierte en la risa y sonrisa del argentino concentrado que, a pesar de no entender mucho, imita el baile de las bailarinas tradicionales. Es que claramente, después de 12 años de instaurada la tradición, lentamente va sucediendo: los gaijins (extranjeros) dejan el cachengue de lado y bailan siguiendo el folklore oriental alrededor de una torre con taikos, tambores orientales. El evento que ocurre todos los veranos en medio de la nada misma, ilumina la noche pareciendo un set hollywoodense que quiere recrear un barrio oriental. Las lámparas que nacen de todos los ángulos se conjugan en la torre central, donde los artistas de taiko tocan casi seis horas seguidas. La clave es la alegría de este reencuentro familiar espiritual que termina en el show de fuegos artificiales que guía a esas almas para que regresen a su lugar.
La Asociación Japonesa Sarmiento se encarga de que la festividad se “argentinice” un poco más: cambia cerveza Quilmes por Asahi, asado por harumakis y yakitoris, y el Tutá Tutá por el Zumpa Ondo. Los stands que delimitan el festival son pequeñas porciones de costumbres que cualquier interesado no para de mirar con esa sensación de “ñata contra el vidrio”. Entre postres tradicionales, resurge el globalizador merchandising del manga y el animé, y como ítem raro de encontrar están los talismanes japoneses de la buena suerte y la determinación.
De esa síntesis latino-oriental que se alimenta de la fascinación, el festival de la Bon Odori empieza a ser más un guiso cultural que un choque entre mundos. Sólo se puede explicar en los diálogos que ocurren en la noche. En uno de los stands hay una especie de pancito esférico con el rótulo de “tempura dulce”. El vendedor lo define como “una masa frita liviana, con azúcar”. “¡Ah! Una especie de buñuelito, ¿no?”, repite el comprador. Y ahí ocurre la magia pura: dos culturas, dos esquinas del mundo se entendieron. Quizá no seamos tan distintos.
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