EL CIBERINDIGNACIONISMO, CURIOSO EMERGENTE “MILITANTE” EN LA VIDA ONLINE.
› Por Andrés Valenzuela
Las páginas hablan de “pasar a la acción”, de “comunidad”, de “empoderamiento”, de que “juntos podemos”. Una habla de “victorias”. Otra tiene una foto de jóvenes (bellos y bien vestidos, claro) protestando con el puño en alto en una plaza inglesa. Son páginas “de peticiones”, nuevo emergente de la vida virtualizada facebookiana en que cibermilitantes y ciberindignados “firman” las “causas” que sus pares proponen: el cierre del zoológico de Mendoza, la apertura de una biblioteca digital española para los ciegos latinoamericanos, la devolución de la Mezquita de Córdoba (en España) al Ayuntamiento local, el fin de los desalojos masivos en Tanzania, el no-cambio de horarios de los partidos de fútbol en Argentina, y el paradójico reclamo por un medio electrónico de que Edesur... devuelva la luz. Uno de esos sitios (Avaaz.org) se arroga el mérito por el reconocimiento de las Naciones Unidas al Estado Palestino. Claro, con unos cuantos clicks de bien pensantes se ahorraban décadas de lucha, años de negociaciones diplomáticas, marchas, reclamos y debate internacional.
El flamante cibermilitante puede reclamar el fin de la minería de litio desde su smartphone (que necesita del litio pero, claro, lo necesita para luchar), o abogar por cambios sociales en un país que no pisó nunca. Al respecto: ninguna de estas páginas da motivos contundentes para explicar por qué el gobierno de un país debería atender los reclamos de los ciudadanos de otro. Así las cosas, la expresión “poner el cuerpo”, de larga data en la vida militante, parecería desterrada del vocabulario contestatario. Porque claro, el ciberindignacionismo no puede poner el cuerpo. Como mucho, pone su 3G o algunos minutos para registrarse en el sitio. Y luego manda a la carpeta de spam todos los mails que sigan de esa web, que llegan por cada nueva causa.
Para las causas locales, explican en Change.org, la cosa está más fácil: la petición debe incluir el mail de algún funcionario o responsable para el reclamo puntual, y esa persona (o su secretario, probablemente) recibirá un correo electrónico por cada firmante virtual. En lugar de llenar la calle de manifestantes, se llena una casilla de correos, porque aparentemente ningún funcionario conoce la función “spam” o “bloquear” del mail, ni cómo sacarle la alerta sonora a su celular.
La modalidad, curiosamente, deja afuera el debate: como mucho hay algunos cuantos comentarios “sumando fuerza” a la petición del momento y voces en queja, usuarios (de Internet, pero también consumidores de locales de comida chatarra) indignados y publicadores compulsivos de fotos de gatitos. Pero en ningún momento se discuten los cómo, ni los cuándo, ni los marcos legales. No se debaten contextos, no se informa más ni mejor. Y eso está muy bien si lo que se busca es un respirador artificial para tal paciente o donaciones para los inundados de La Plata, pero no alcanza para solucionar la explotación infantil en los campos yerbateros misioneros. ¿Sirve para que el firmante se sienta mejor con su conciencia? ¿Se obtienen resultados genuinos? ¿O apenas son parches para casos puntuales? Esas respuestas, lamentablemente, no están a un click de distancia.
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