LA VUELTA AL MUNDO EN EL BARCO DE SOCOCCO
Con acordeón y una carismática pareja al frente de un ensamble de músicas populares, Los Paquitos vienen soltando riendas en su ciclo y sus discos.
› Por Santiago Rial Ungaro
La fecha, aun siendo la primera del año, parecía imposible: bajo una lluvia torrencial y con un River-Boca veraniego la misma noche, el show de Los Paquitos en el Centro Cultural Haroldo Conti parecía complicarse. Sin embargo, de a poco, el público (una variopinta mezcla de gente de todas las edades unida por las ganas de bailar) fue apareciendo hasta colmar la sala. Veinte minutos después, cuando la banda en escena empezó a entrar en calor a puro ritmo latino y canciones románticas, quedó claro por qué: los shows de esta banda generan un clima especial, propicio para el ritual de la seducción, el baile y el encuentro, fogoneado por el aún hoy infalible “boca a boca”: boleros, rancheras, corridos, joropos, vallenatos y cumbias se suceden durante el show, en una muestra de lo que vienen haciendo en sus presentaciones en Buenos Aires Club, en un barrio como el de San Telmo que sintoniza con su eclecticismo, a la vez latinoamericano y portuario.
Los Paquitos hacen folklore, sí, un folklore pop, bailable, romántico, apto para todo público. Días después del show, el cantante Gustavo “Mosco” Martín llega tarde a la entrevista acompañado por su esposa, Sol Alonso. Su cara de amanecido y su sonrisa de bohemio irredimible funcionan como carta de presentación: “Me quedé escribiendo y bebiendo toda la noche. La verdad es que me encanta la noche: el día lo elijo, pero la noche... no la puedo evitar. Ahora me porto mejor: tenemos un bebé y vivimos en pareja”, dice señalando a Sol, también cantante de este auténtico grupo de amigos que logró el milagro de no haber tenido casi cambios de formación en una década. Y ahora, Mosco se está separando de un viejo amigo: el cigarrillo.
Enseguida empieza a contagiar su entusiasmo y no para de recomendar canciones, artistas, géneros. Se nota que esa dinámica de descubrimiento, apropiación y puesta en escena de canciones y ritmos latinoamericanos es la que hace que Los Paquitos, disfrazados de grupo folklórico, se hayan ganado una ciudad en la que, de tantas propuestas, todo parece dar lo mismo. Hay algo orgánico en la evolución de la banda, cuya propuesta seduce a jóvenes de 0 a 99 años: “Al principio, en 2005 veníamos tocando rancheras, vallenatos y boleros, y descubrimos una veta de canciones que me mataban. Me encantan las canciones. Y al principio hacíamos canciones para escuchar: José Alfredo Jiménez, Chabuca, música que, definitivamente, es música de borrachos. En las canciones de Diodemes Díaz o del repertorio de Héctor Lavoe hay historias que son casi tragicómicas. La temática del amor y el desamor me atrapa: no creo que haya nada más importante que eso. Pero después se dio que la gente salió a bailar, algo que no nos propusimos”.
De la coctelera de ritmos, la banda obtuvo un estilo, y en El barco de Sococco, su segundo disco, logra una buena síntesis de un imaginario que tiene tanto de investigación como de asimilación de mucha música que está tanto en el éter “internético” como en la memoria colectiva sonora. Mosco comenta que el nombre del combo proviene de la legendaria cantante mexicana de rancheras Paquita la del Barrio: “Aunque me encante Iggy Pop, en un momento me di cuenta de que a mí me inspira eso. En algún punto creo que me cansó el rock: en este país los guitarristas eléctricos tocan todos bien, saben tocar, pero como música en un momento dejó de hablarme. Yo era baterista, toqué con Stukas en Vuelo y con Los Violadores, en Perú”.
Mosco ríe francamente, como si recordara otra vida. Lo que les ocurrió a otros punks en su momento con la música jamaiquina, a él le sucedió con el folklore latinoamericano: “No estoy al tanto de lo que pasa en la escena rock hoy en día, pero creo que tiene mucho más que ver con hacer un video o con qué peinado te vas a hacer. Quizá también porque cuando descubrís a gente como Diomedes Díaz, que tocaba en las fiestas de Pablo Escobar, o a Héctor Lavoe, parecen más rockeros que nadie”. Los Paquitos, que integran Mathías Goyburu, Sebastián Gallinal Alzaibar, Juanchi Bidegaray, Santiago Weisbek y Simone Giovine, tienen la clave de un sonido que ya los llevó a dos giras europeas, además de un iniciático viaje por América del Sur: “Los acordeonistas en esta música son como los guitarristas de rock. Y que nuestro acordeonista (Giovine) sea italiano, nos dio la excusa perfecta para que no quedara forzado cantar canciones en italiano”. Escucharlos, tanto en vivo como en el disco, implica un viaje musical.
“No tenemos ningún reparo en admitir que nuestra propuesta es para entretener, para divertir, pero también para emocionar”, dice también. “Yo creo que Los Paquitos te podemos dejar una alegría de fin del mundo, que también puede ser peligrosa. Quiero que a la gente le pasen cosas cuando viene a vernos: que se peleen y se enamoren. Se han formado muchas parejas en nuestros recitales.” Al igual que el gran Roberto Galán, en cada fecha la banda puede vanagloriarse de haber formado una, dos, tres o cuatro parejas. Aunque en definitiva lo más importante es que ésta, la de los cantantes de Los Paquitos, siga adelante, a puro baile e histrionismo, con una banda querendona. Quizá no se pueda vivir del amor, pero de algún modo todo se equilibra: “Hay fechas que parecen muy exitosas y capaz que apenas ganás dos mangos. Pero yo siempre les digo a los chicos que nos lo ahorramos en psicólogo. Hacemos lo que nos gusta; y encima la gente lo disfruta”.
* Segundo viernes de cada mes en Buenos Aires Club, Perú 571.
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