AGUAS(RE)FUERTES
El gran alquimista opera euforia, oscuridad y sorna en un disco secreto.
› Por Javier Aguirre
“No lo subirás a la web”, es el mandamiento bajo el cual Andy Chango invita a escuchar San Lorenzo Superstar, su (inédita) última obra, una extraña mini-ópera rock, antirreligiosa, muy divertida, algo feroz y que abriga cuatro climas nítidos: euforia, oscuridad, sorna y más euforia todavía. Es una aventura con melodías enruladas, una big band rocker ciclotímica con calidoscopio de trompetas y piano compadrito, guiños a los Stones y una voz que parece casi siempre semiocultar media sonrisa.
A pesar de su nombre, no tiene nada que ver con el fútbol, Tinelli, Viggo Mortensen, ni ningún cuervo de Boedo, aunque su irresistiblemente pegadizo leitmotiv (“San-lo-ren-zo; San-lo-ren-zo; Sú-pe-res-taaaaar...”) lleva a que el hincha de cualquier otro club sienta fuertes deseos de cantar trepado al primer paraavalanchas que encuentre cerca.
Pero... “¡Vamos a quemar al argentino!”, irrumpe un coro dark que suena a Santa Inquisición. Y agrega, con tono periodístico, que “cuatro vacas confirmaron la versión”, en un potencial EP (o potencial quinto álbum solista) que resulta un secreto a medias: es que, aunque Chango se resiste a que tenga existencia alguna en Internet, ya la ha tocado en vivo (tanto en la Argentina como en España) y hasta utiliza fragmentos a modo de cortina en La espuma de las noches, su programa de radio de los viernes a la medianoche en FM Nacional Rock.
“No sé si tomar la comunión, hacerme la circuncisión o morir por el Islam”, concede desde las profundidades del monasterio madrileño de San Lorenzo del Escorial, donde transcurre la misteriosa historia, en cuyo personaje central parecen convivir todos los Andy Chango juntos: el bom vivant de Boris Vian, el politóxico militante de ese histórico primer disco temático sobre drogas o aquel Capitán Angustia que se regodeaba en sus propias desdichas.
Y así como puede ser un psicodélico dibujo animado sonoro (“Si las vacas aplaudieran, yo sería feliz”) o un surtidor de aforismos (“Yo nunca fui paranoico, pero me siento observado”) y reproches melancólicos (“Ya no me llama nadie”), todo termina pronto: San Lorenzo Superstar dura sólo 12 minutos, aunque es suficiente para que te sientas como si salieras –feliz, vestido de gala– por los pasillos de un teatro, y escucharas, cráneo adentro, aquello de “San-lo-ren-zo; San-lo-ren-zo; Sú-pe-res-taaaaar...”.
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