BAFICI 2014, LOS DULCES 16
La cita anual del cine independiente mundial en Buenos Aires trae, en su 16ª edición, bellezas y frikiadas. Acá van diez pelis que piden vista.
› Por Textos: Hernan Panessi y Luis Paz
Cuando Cumbio, Marulina y Gazabril dejaron de tirarse pasos, el Abasto siguió tirándolos por sí solo. Ojo: así fue siempre. Es que donde funcionaba el mercado, hoy funciona el shopping. Y en su médula, la composición genética de un lugar que albergó a laburantes, malevos, parias, monos, floggers y capitalistas. Un lugar al que no le cuesta nada sacar su chapa: por ahí pasó Carlos Gardel. Por eso, en su mejunje pop, Néstor Frenkel, el Iniesta de los documentalistas criollos, reconstruye la historia del Abasto a partir de la figura del mercado. A la sazón, el apoteósico, faraónico y apocalíptico mercado representa, por un lado, la fina estampa del trabajador noble y sacrificado y, por otro, la musculosa capacidad de tarjetearlo todo en cuanto exista. Por sus paredes, el poeta Fernando Noy lloró poesía, empleados de un festival de cine colgaron sus posters institucionales y algún que otro confabulador vio el sombrero gardeliano asechando incautos. Entonces, cada vez que alguien evoque la compleja entelequia “Mercado del Abasto”, un sinfín de personajes emergerán de su geografía. Entretanto encontró en Luca Prodan a su Roberto Arlt y, con el paso del tiempo haciéndole fuerza, a un tendal de navegantes –esos mismos laburantes, malevos, parias y monos– que resisten el paso del tiempo. “Hoy, el Abasto está mejor, peor, me chupa un huevo”, dice un Pedro Saborido que de barrio sabe mucho. Y mientras tanto, un viejo se prende un pucho cubriéndose con el saco bajo la atenta mirada de ese coloso que albergó, casi sin solución de continuidad, a frutas y verduras con unos pibes tirando pasos. H.P.
* Lunes 7 a las 20.25, viernes 11 a las 16.55 y sábado 12 a las 16.15 en el Village Recoleta, Junín y Vicente López.
“A su modo, el draft de la NBA no es algo muy distinto de la esclavitud: comprás al que mejor se ve para tus necesidades, muy joven y por muy poco. Si sirven, bien, y si no, comprás otro el año próximo”, dice Mike Jarvis, entrenador del equipo de básquet masculino de la Universidad de St. John, en Lenny Cooke. Pese al mamotreto de comparar la NBA, aún como rookie, con los campos de trabajo esclavo, la frase es reversible: en lo que en todo caso se aparejan es en la dispensabilidad de las personas. En el básquet colegial, Cooke estaba a la altura de LeBron James, Carmelo Anthony y Amar’e Stoudemire. O más arriba. Pero en el malflash de creerse kapanga de la naranja, pifió a los cálculos, quedó imposibilitado de competir en la universidad y, aunque todos lo creían uno de los diez primeros elegidos en el draft 2002, nadie lo quiso. Jugó en ligas menores de Estados Unidos, en Filipinas y Shangai, y ahora rueda contando su historia. Este documental de Joshua y Benny Safdie cuenta la previa y vuelve una década después para mostrar un Cooke tan devastado como puede estar cualquiera con un talento evidente que nadie quiere aprovechar. Se enerva, se hace el gato, desafía a Kobe Bryant y termina gordo, derrotado y liado a la marca pegajosa de un fracaso rotundo. Dieciocho años de trabajo duro pueden irse al inodoro por un mal pase, un mal marcaje, un mal agente o una selfie borrosa. Cooke lo reconoce a los 32, muy viejo para el básquet, muy joven para seguir. L. P.
* Jueves 3 a las 15.10 en Village Recoleta, Junín y Vicente López. Lunes 7 a las 16.30 y a las 20.40 en Arteplex Belgrano, Cabildo 2829.
En la mueca posmoderna de faltarles el respeto a los gestos canónicos, G/R/E/A/S/E baja la estatua de oro de John Travolta y Olivia Newton-John y la rompe en cien mil pedazos. En un experimento funambulesco, esta mezcla dirigida por el catalán Antoni Finent revuelve en las entrañas de la cultura pop reinterpretando Grease, aquel hitazo del ídem You’re the One that I Want. Así, el clásico musical que definió a los años ‘60 pintando a los ‘50 se convierte en un artefacto drogón circa 2013: hay saltos, cortes, fast-fowards y rewinds. Y mucho de una visión iconoclasta hacia los santitos de adoración kitsch. Así las cosas, la estampa de Travolta se funde y confunde con la de Newton-John en un beso impúdico que la vanguardia rupturista le da justo en la boca al cine de corte comercial. El film emprende –en unos veinte minutos al palo– la difícil tarea de mechar una de las obras más vistas de la cosmogonía rock sin que eso signifique abollar del todo los límites de la cordura. ¿La clave? Su búsqueda resulta más sensitiva que narrativa. Por eso, Finent se erige como artista –¡oh, los artistas!– al confirmar que cada plano retocado es fruto de un trabajo manual inspirado en los collages. Y este ensamble, entonces, haciendo caso omiso a Mamá y Papá Pop, deviene en uno de características psicotrópicas digno de ser acompañado por alguna que otra voluta de humo. H.P.
* Martes 8 a las 21.15, jueves 10 a las 23.45 y domingo 13 a las 12.25 en el Village Recoleta, Junín y Vicente López.
He aquí a Maknum González, eminente próximo tuitstar (@MaknumGonzalez) luego del estreno de la segunda película de la factoría LatinXploitation. Con todo lo guarro y reaccionario de Torrente encarnado en Che Longana y el virulento poder latino de Machete en el propio Maknum, suerte de David Carradine regordete, hampón y chilenísimo, Maknum González no puede ser ni atender a otra cuestión que a la de género. La del género de películas de acción basadas en la venganza, en un mostacero “paso a paso” en la cadena alimentaria: de los perejiles a los mulos, los jefecitos, los porongas, y así hasta los masters of the universe del crimen desorganizado. Maknum y Longana están por retirarse de las secuencias turbias cuando en una movida con falopa el argentino caga a su compadre, lo hace caer preso, le seda a la novia y la pone a prostituirse. Despojado de su Magnum .44, González zafa de la tumba luego de que lo faquean y empieza a bajar muñecos como la más audaz de las botineras. El hilo argumental y el desenlace están claros desde el primer minuto, lo mismo que Breaking Bad. Pero, al igual que ésa, esta historia se pone picante en el minuto a minuto: aunque en el rating sanguíneo Maknum pierde contra la novia de Kill Bill, el chocolate salta por los aires y los palos de pool entran sin vaselina en las colas de los malosos. Hardcore, o más bien járcor, la de George von Knorring es una de esas películas que se vuelven más cebadoras cuanto más las recordás. L. P.
* Viernes 4 a la 0.35 en Village Recoleta, Junín y Vicente López. Lunes 7 a las 23.15 y martes 8 a las 23.30 en Village Caballito, Rivadavia y Acoyte.
Kathleen Hanna es punk: grita, canta, patalea, pega en los huevos, salta, escribe, corta, pega, llora y vuelve a cantar. Símbolo de la contracultura noventosa, Hanna participó de spoken words (actividad que consiste en interpretaciones donde una persona habla como si lo hiciera naturalmente), tuvo fanzines, varias bandas (Bikini Kills, Le Tigre, Julie Ruin), fue una de las voces germinales del movimiento “Riot Grrrl” y estuvo cerca de muchachos más o menos importantes para el devenir de la música global (Kurt Cobain, Ad-Rock de los Beastie Boys). Mientras tanto, The Punk Singer - A Film about Kathleen Hanna se posa erguido –sobre una pared llena de posters despegados– como una suerte de Wikipedia musical de todas las actividades del grunge de los últimos veinte años. Así, teniendo como eje principal su lado artístico, el documental entroniza su cadencia en ribetes históricos que incluyen desde fotos y videos hasta testimoniales poderosos (el ejemplo más contundente: Hanna, fuera de los shows, reconociendo la enfermedad que la aqueja desde hace tiempo). Y como un relojito –con cresta colorinche, pero prolija–, la película recupera la fábula de esta militante del feminismo capaz de mandar a mudar a los “varoncitos” y poner a todas las mujeres delante del show, de la vida, de los hombres violentos e inefables. Y de fondo suena Deceptacon y vuelan sonrisas. Pero, detrás de ese fondo, la imagen quimérica de una artista que no dudó nunca en barajar y dar de nuevo. Ni de poner los ovarios donde tenga que ponerlos. H.P.
* Viernes 4 a las 13.15, domingo 6 a las 23.30 y viernes 11 a las 23.45 en Village Recoleta, Junín y Vicente López.
El primer poroto que se queda Juan Martín Hsu con su ficción La Salada es el que le suma haber entendido que no hay historia capaz de ser definitiva sobre esta feria, que bien resulta un continente en sí mismo. Manantial de la cultura pop apócrifa, entre discografías en mp3 a precios insólitos y reproducciones de casacas del Bayern Munich, Caballeros del Zoodíaco articulados triplefronterizos y partes de bicicletas descuidadas, el paseo de compras de Lomas de Zamora se yergue del sur conurbano como un Himalaya de chapa y cartón. Hsu apenas lo usa de fondo para las historias de Huang, taiwanés que quema clásicos del cine local; Yun Jin, coreana con casorio arreglado y padre “coreano-coreano, terco y orgulloso”; y el boliviano Bruno, mozo deshonrado y reacomodado como mulo, y tardíamente amigo del señor Jin. Aun en sus relaciones, permanecen aislados, cercados por ese vallado invisible que se les impone, como el de Los Otros a los del Oceanic, en Lost; pero que también se edifican en su soledad. Entre todo el despelote idiomático, la película de Hsu unifica su concepto cuando los tres se convierten en Sus Otros, versiones desenfocadas de sí mismos. Les pasa justo después del clímax cachondo: Jun con un argentino, Bruno con la sobrina del patrón boliviano de la merca bonaerense, y Huang con una añeja trabajadora del whisky. Con más dinamismo que agilidad, La Salada impone otro puesto con ofertas en el largo pasillo de la ficción documental. L.P.
* Domingo 6 a las 20.10 y lunes 7 a las 17.20 en Village Recoleta, Junín y Vicente López. Y jueves 10 a las 18.05 en Arteplex Belgrano, Cabildo 2829.
Suena cumbia y un par de culos bailan. El vestido de héroes en la Primera B es más pesado que en cualquier otro lugar. Sin embargo, lo llevan con soltura. En el reverso de Lío Messi, los jugadores de Platense se quitan la ropa para dejar un fútbol desnudo. Fulboy es un documental que no se banca los ornamentos. Por eso tantas bolas, por eso tantos culos. Aquí, las venas abiertas de la profesión develan que, entre tanto ruido, hay silencios. Que pese a las luces, el rock and roll está en otra parte: sí, el fútbol del ascenso es sacrificado. Su devenir dista del mundo Serie A. Y para ilustrarlo, una danza de cuerpos feroces y voces lastimadas figuran los entretelones de un limbo que marida fulgores con crisis de porvenir. Es que, haciéndose espacio por sobre los goles, varones con anhelos de gloria se juegan su futuro en cada pelota, en cada decisión. Entonces, en su afán de cuidar a los suyos, tomarán decisiones arriesgadas –un seguro de vida, de dudosa procedencia, en los Estados Unidos–, buscarán la forma de legarse –vendiendo pilcha por WhatsApp– y llorarán cada vez que no le paguen lo debido (los finales de contratos, para los jugadores con poco rodaje, suelen ser batallas mefistofélicas). Y mientras los culos sigan bailando al ritmo de cumbia y la caprichosa siga rodando, los jugadores –circunstancialmente de Platense, pero el gesto es universal– darán lo que tengan que dar por sus colores. H.P.
* Jueves 3 a las 23.05 y martes 8 a las 11.25 en el Village Recoleta, Junín y Vicente López. Y jueves 10 a las 19 en el C.C. San Martín, Sarmiento 1551.
El cartel de Hollywood. El edificio de Capital Records. Los Doors, los Chili Peppers y los Guns N’ Roses; Dr. Dre, Charles Mingus y Metallica. El escenario de Terminator, Duro de matar y Tiempos violentos. Los Lakers de Kobe Bryant y los Galaxy de Cobi Jones y David Beckham. Rubias tetonas en minishorts y rollers; Gabriella Fox y Kim Kardashian. Los Angeles, cuna de oro y diamantes del pop mundial. En cualquier ámbito. Posta. Los Angeles Plays Itself es una obra maestra del cine, dicen los que saben. Desde el pop, más vale. Remix de decenas de escenas de películas que versan o que operan sobre la ciudad y sus barrios, hilvanadas por una voz en off, el impecable culebrón metaangelino de Thom Andersen ofrece tres horas de una historia centenaria. Es el relato del cine junto a la historia de Los Angeles, junto al devenir del siglo XX, sus modas, costumbres y points, sus yeites y vicios. Acá hay merca, whisky y putas, bikinis, sombreros de ala ancha y bailes. Si Forrest Gump lo hizo de Costa a Costa como un remix de la historia contemporánea yanqui, Los Angeles Plays Itself posa sus alas en la ladera del Monte Lee y apunta la flecha al corazón de la industria. De la ceguera tras el orgasmo en Mullholand Drive, de Lynch, a Los Angeles como símbolo de la libertad para Annie Hall en la película de Woody Allen. Como Casa de los Espejos de una feria estatal (todo muy yanqui, ¿no?), la película es Los Angeles fabricando un cine que fabricó a Los Angeles. L. P.
* Jueves 3 a las 12.20, sábado 5 a las 21.55 y domingo 13 a las 16.05 en Village Recoleta, Junín y Vicente López.
¿Qué pasa cuando Perros de la calle conoce a Bad Boys? La respuesta puede no tener ningún gollete. A sabiendas de aquello, el cine sudafricano saca pasta de campeón con iNumber Number, una buddy movie (película de camaradas) con olor a lo mejor del cine hollywoodense. Y, efectivamente, con mucho de Perros de la calle y mucho más de Bad Boys. Por eso, dados tales antecedentes, en el campo de las convenciones de género, los tiros, las patadas, el compañerismo y las traiciones se ponen a disposición de la aventura. Trascartón, dos valientes policías se meten de encubierto en un convoy mafioso que parece sacado de un film factoría VHS. ¿Con qué objeto se mandan en semejante quilombo? Para dar con un motín millonario que puede salvarles la vida. Y aunque maneje dosis de elementos trillados, la cartografía africana se cuela, dándole un toque novedoso: acá no hay lujos, todo se construye desde lo técnico. Así, iNumber Number señala con el dedo bien turgente una industria de márgenes que asoma –más como alternativa que complemento– ante la estandarizada palestra de policiales gringos. Por todo aquello, se pone ochentosa –con sus salidas imposibles, con la plusvalía de la amistad, con los malos más malos nunca vistos jamás– y gana en magnetismo. Por todo aquello, pues, se cuela la intención rocanrolera de este thriller zulú chocándose de cara contra un gigante llamado Hollywood, destruyéndolo y siguiendo de largo en su camino hacia el entretenimiento. H.P.
* Lunes 7 a las 22.40 en Village Recoleta, Junín y Vicente López. Miércoles 9 a las 15.40 y a las 23 en Arteplex Belgrano, Cabildo 2829.
Si el notable Alexandr Beljaev es considerado el Julio Verne ruso, Leon Theremin es algo así como el Leo Fender de Rusia: inventor del instrumento que lleva su nombre, esa suerte de sintetizador con antenas que agitan desde Trent Reznor al Visitante de Calle 13. Así como Beljaev o Zamiatin quedaron en las sombras de Verne y Orwell, incluso cuando el último fue iniciador de las contrautopías de ciencia ficción modernas, la producción sónica soviética permanece a la sombra de la yanqui. Por detrás de las carreras armamentísticas y aeroespaciales hubo otra muy curiosamente silenciada: la de los instrumentos musicales rusos. Sobre ellos viene a contar Elektro Moskva, fascinante documental de Elena Tikhonova y Dominik Spritzendorfer: “En un instrumento occidental, uno apreta un botón y lo que obtiene es un resultado. En los soviéticos, uno presiona un botón y obtiene algo”, opone el músico contemporáneo y “escavador” de tecnología rusa arcana Benzo. Elektro Moskva documenta fronteras adentro el cerco de aislación que la producción de científicos e ingenieros electrónicos y sonoros pusieron a andar. A tal punto resultan maravillosas esas máquinas que el documental se retira para enaltecer la historia antes que el formato. Ese otro mundo posible lo era también en materia musical: muy lejos de los Russian Beatles, esos huevones al grito de “She Loves You Da! Da! Da!”, la ingeniería rusa también muestra acá su utopía concreta. L. P.
* Viernes 4 a las 23.20 y lunes 7 a las 14 en Village Recoleta, Junín y Vicente López. Y jueves 10 a las 21.45 en Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551.
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