AGUAS(RE)FUERTES
A 32 años del desembarco en Malvinas, un fresco desde la generación posterior a la que mandaron al muere.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Para los argentinos, la guerra es el recuerdo triste de una memoria emotiva que hurga en sus miserias para comprender lo incomprensible: cómo se fue a chocar de cabeza contra la potencia militar más grande de la historia. En Malvinas se mezclan mieles épicas de proclamas soberanas (que datan de 1829, cuando el gobierno de Buenos Aires hizo el primer reclamo) con el agrio sabor de una ridiculez que podría haberse evitado si se tenía algún sentido del desequilibrio diplomático, la disparidad bélica y del horror que implicaba una empresa tan delirante.
Conscriptos de 18 años convocados de apuro, sin instrucción ni armamento adecuado, para ser confinados en “pozos de zorro” donde lo mismo los esperaban el cañonazo de un británico, la crueldad de un superior, un estaqueo a la intemperie, el hambre o el frío. O el olvido que tuvieron que padecer en lo sucesivo los ex combatientes, auténticos portadores de una tragedia que el resto asume como propia cuando la efemérides convoca a una reflexión que puede quedar grande. Por lo general son veteranos de guerra quienes mantienen viva la causa a través del recuerdo, proceso que recobra nobleza cuando estimula la reflexión crítica sobre la herida abierta.
Los de la generación posterior a la que fue a Malvinas recuerdan la visita de algún veterano al colegio. Esos, que conocían la guerra sólo por el cine y los videojuegos, manifestaban distintas sensaciones ante ese relato que parecía surrealista, en voz de quienes habían sobrevivido a un horror de dimensiones muy ajenas al inocente entendimiento prepúber.
Historias que resultaban lejanas pero nunca indiferentes: podía haber indignación, tristeza, compasión o terror. Incluso odio, seguro demarcado por un mandato cultural que tendría que resultar absurdo: ¿acaso la única lección que dejó la guerra (entendida como la exacerbación de la intolerancia) fue, justamente, más intolerancia? La ventaja de naciones jóvenes como ésta es que no arrastran odios bélicos con ningún país vecino (y por eso habrá una deuda eterna con Paraguay, que a diario ignora amablemente la vergüenza que pesa acá por esa guerra infame pensada por Mitre y Sarmiento, y apoyada por Brasil y Uruguay). Por supuesto, siempre habrá otros motivos para alimentar desprecios cotidianos. Se los busca allí, en una generosa oferta que expone cotidianamente la estupidez.
El Estado fue compensando ciertas deudas morales y humanitarias con quienes fueron obligados a inmolarse abrazando una causa cuya legitimidad soberana fue puesta en ridículo por los siniestros objetivos que perseguía la Junta Militar de entonces. Sin embargo, quedan asignaturas pendientes acerca de Malvinas. Recuperarlas, desde luego, siempre que sea a la luz de argumentos políticos, históricos y hasta simbólicos. Pero nunca militares, porque eso, cuanto mucho, acercaría una victoria pírrica, una derrota de la razón. Que, además, hablaría muy mal de la lectura que se decidió hacer sobre los recuerdos que entran en el análisis en épocas como éstas.
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