Jueves, 3 de abril de 2014 | Hoy
CRóNICA ENTRE TORTUGAS Y TIBURONES
En el lado salvaje de ese país hay tanta acción como en sus playas: flora y fauna gigantes, parques nacionales y un volcán que de pronto tira fuego.
Por Sebastián Ackerman
Desde Ecuador
La “unidad latinoamericana” se expresa en mucho más que declaraciones presidenciales, cumbres internacionales o acuerdos comerciales: es también moverse por el continente para conocer aquello por lo que hace cinco siglos fue conquistado, por lo que todavía quieren reconquistarlo y, particularmente, para que ya no haya cara de orto cuando se escucha el “tonito” local. “¡Argentinos!”, descubren rápidamente, apenas uno de acá abre la boca. En Ecuador hay muchos, aún sin contar el nuevo “paraíso argento” de Montañita. Recorriendo la zona andina (Quito, Cumbayá, Otavalo, Alausí, Baños, Cuenca) o las dos estrellas del menú turístico, Amazonía y Galápagos, a los argentinos con dólares se los encuentra seguro. Ecuador es uno de esos lugares de Latinoamérica en los que el porteño no tiene forma de escapar al estigma del turista evidente, aunque lo comparta con yanquis o europeos: lo más probable es que hasta le hablen en inglés.
Tanta circulación (micros que viajan ocho horas de noche, pero en los que ni en pedo se baja el volumen de la radio, que suele pasar cumbia) obliga a conocer gente de todos lados, con distintas historias. Desde la pareja del inglés y la ecuatoriana que viven en Italia hasta una polaca que reside en Alemania y a la que sólo le falta entregar la tesis en la universidad, pero que no lo hace para cobrar el subsidio de estudiante, que es de 200 euros. O un yanqui que fue a Cuenca para arreglarse varias caries, porque le sale más barato viajar y atenderse que pagar los arreglos del comedor sin tener seguro médico. Es así: entre hostels y cervezas, las fronteras se van borrando y las historias se comparten en un cocoliche que mezcla el castellano con el inglés, el alemán y el francés.
Para visitar Amazonía hay distintos precios, ninguno barato, pero conviene contratarlo desde el lugar en el que se parte hacia la selva. Desde Coca se puede visitar la zona de Yasuní. Allí, todos los tamaños se multiplican, y un grillo puede tener el de un dedo índice o mayor, una raíz de árbol no entrar en una foto, y las hojas de las plantas tener más de medio metro de largo. Pero se necesita suerte para encontrarse con los animales, ya que el avance del hombre hizo que se metieran selva adentro, y unos pocos se muestran sólo de noche. Sin embargo, se pueden encontrar caimanes, monitos y pirañas, aunque tampoco conviene ser muy confianzudo: es su hábitat el que uno está invadiendo.
Llegar a Baños en fin de semana es sumergirse en una experiencia adolescente: desde las ciudades vecinas van para pasar esa noche, aunque lejos esté de la fiesta eterna de la Costa. Sin embargo, con un poco de suerte se puede ver hacer erupción al volcán Tungurahua, al pie del que está la ciudad. “No pasa nada”, repiten con tranquilidad creíble los lugareños cuando se pregunta si es peligroso el hongo de ceniza formado en el cielo. Al otro día, los diarios mostrarán zonas de Quito agrisadas por las cenizas, y unas pobres vacas quemadas por la erupción. ¿En Baños? ¡Apenas una leve capa de ceniza sobre los autos!
En el desértico aeropuerto de Baltra, como en tantos otros alrededor del mundo, hay dos filas: una de nacionales y otra de extranjeros. A los locales no se les cobra entrada al Parque Nacional Galápagos. Para los sudamericanos sale 50 dólares, pero peor ser yanqui, asiático o europeo, porque a ellos les sacan 100 en el mismo molinete. Una vez en Puerto Ayora hay playas a las que se puede ir caminando o en lancha-colectivo, aunque más vale ir bien aprovisionado: no hay ningún negocito donde comprar ni una botella chica de agua. Es que todas las islas del archipiélago, exceptuando las zonas pobladas, son parque nacional, y ni siquiera se puede colgar la ropa en los árboles que dan sombra; si es que hay. Y cada vez y en cada playa, a las cinco de la tarde en punto, el guardaparque de turno solicita amablemente que comiencen a retirarse. Es que, incluso para los que trabajan en el paraíso, es una jornada de trabajo.
Tortugas gigantes e iguanas marinas son exclusividad de Galápagos. Muy amistosas y fotogénicas, si se mantiene cierta distancia. También se puede hacer kayak y snorkel en zonas donde las tortugas marinas salen a respirar y los tiburones de aleta blanca se alimentan. Claro, dicen que se puede hacer, pero cuando un tiburón de metro y medio pasa por debajo del kayak, es fácil replantearse si tirarse o mirar todo desde arriba, mejor.
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