RETROSPECTIVA DE JOSEPH BEUYS EN PROA
Entre abejas, ciervos y liebres, el artista alemán construyó una obra pionera del arte conceptual.
› Por Santiago Rial Ungaro
Cuenta que en 1943, mientras sobrevolaba durante una tormenta de nieve la por estos días tan polémica península de Crimea, como piloto alemán de bombarderos de combate en la Segunda Guerra Mundial, fue herido gravemente y rescatado por una tribu de tártaros nómadas. En estado de shock, en el umbral entre la vida y la muerte, Joseph Beuys contó más tarde que fueron ellos quienes lo curaron, lo alimentaron con miel de abejas, trataron su cuerpo con hierbas y grasa a la vez que recubrieron su cuerpo con fieltro para que recuperara calor y vitalidad. Sea biográfico o fantástico este hecho cargado de resonancias míticas, marcó dramáticamente la producción de este fascinante, incomprendido e incluso incomprensible artista y docente, acusado por sus colegas en 1979 por su “insolente diletanismo político, su pasión para la tutela ideológica, su práctica demagógica, intolerancia, difamación y el espíritu no colegial apuntado a la disolución del orden presente”.
Todas críticas y polémicas que forjaron de algún modo su fama de artista revolucionario, siempre en abierto conflicto con la autoridad sobre sus ideas y métodos de enseñanza. De hecho, su expulsión de la Academia de Düsseldorf en 1972 generó una enérgica huelga de estudiantes. Resulta paradójico que la idea de que toda persona es un artista fuera enunciada justamente por un creador tan enigmático y misterioso como Joseph Beuys (1922-1986), que con su bastón, su sombrero y su traje de fieltro se convirtió en una especie de icono internacional, casi un emblema. Obras 1955-1985, la nutrida retrospectiva que presenta Fundación Proa hasta junio, reúne dibujos, objetos, esculturas, videos y performances de quien creía que “la única fuerza revolucionaria es la creatividad humana”.
Junto con Andy Warhol, Beuys quizás haya sido el artista con más ductilidad para comprender el fantasmagórico poder de los medios de comunicación masivos, aunque sus intenciones fueron muy distintas de las de Warhol: vistas en perspectiva, las imágenes de performances como Coyote, I Like America An America Likes Me (para la que convivió tres días con un coyote en la galería René Block en Manhattan, adonde llegó y se fue en ambulancia para evitar pisar cualquier suelo norteamericano que no fuere el de la galería) o Der Chef (luego conocida bajo el nombre Cómo explicarles los cuadros a una liebre muerta) le valieron cierta fama de chamán, de alguien en contacto con fuerzas telúricas, misteriosas.
Lo cierto es que su carisma y su confianza en el sentido revolucionario del arte como fuerza transformadora de la sociedad lo llevaron a darle un profundo simbolismo a cada una de estas performances, así como a desarrollar su concepto extendido de arte, plasmado en su idea de practicar la “escultura social”: “Si uno está dispuesto a ampliar el concepto de arte de modo que incluya también el de ciencia, es decir, toda la creatividad humana, se llega a la conclusión de que las cosas sólo pueden cambiarse a través de la voluntad. Si las personas llegan a conocer su capacidad de autodeterminación, algún día se establecerá la democracia a partir de esta voluntad; se desmantelarán todas las instituciones antidemocráticas que tengan un efecto dictatorial. ¡Soberanía popular!”.
Sea incursionando en política, como cofundador del Partido Verde alemán en los ‘70, o involucrándose con la ecología –como cuando plantó junto al artista argentino Nicolás García Uriburu siete mil robles junto a bloques de concreto para la Documenta Kassal VI en 1982–, puede ser considerado pionero y referente del arte conceptual, aunque quizás haya que verlo también como un alquimista moderno, alguien cuya relación tan visceral con elementos como la grasa, la miel y el fieltro con la que le salvaron la vida, en última instancia, estuvo basada siempre en sus experiencias, sus palabras y sus ideas. Ideas que supieron nutrirse tanto de la antroposofía de Rudolf Steiner como de artistas como Marcel Duchamp, místicos como San Ignacio de Loyola, mesías como Jesús, o animales como ciervos, abejas y liebres. Aunque estuvieran muertas.
* Martes a domingos en Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929. De 11 a 19.
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