Jueves, 24 de abril de 2014 | Hoy
FILHOS NUESTROS, EL SUB-SUPLEMENTO MUNDIALISTA (I)
Mientras el fútbol huele el final de la dinastía del Bocha Iniesta, Xavi y la Pulga, el NO patea la puerta del Camp Nou.
Por Juan Ignacio Provéndola
Perderse en el Camp Nou puede ser angustiante, sobre todo si no sobran las posibilidades de volver. Más de 30 accesos, estacionamientos, palcos, zonas VIP, entradas de distintos colores, shoppings y stands aturden al que cae sin averiguar. Ticket en mano, comienza el show del desvío: “Vaya a la puerta siguiente”, “doble a la derecha”, “dé media vuelta al estadio”, dicen los guardianes que derivan al enviado del NO hacia destinos inciertos. Los minutos pasan y se escucha un grito de gol: Messi, de penal. Increíble: sucede en el Barcelona FC.
El partido lleva un cuarto de hora y cinco empleados del club todavía debaten en catalán cuál es la ubicación que le corresponde al cronista sudaca, que aprovecha la confusión, se mete por pasillos, toma ascensores, ríe cuando lo dejan, calla cuando conviene y, por fin, logra acomodarse en una butaca de la Primera Gradería, privilegiada tribuna lateral a pocos metros de la línea de cal. Lejos del corral de prensa repleto de relatores posesos y cerca de los que pusieron un buen dinero para poder respirarles en la nuca al entrenador y al banco de suplentes. Expresarse es un derecho; hacerse oír tiene otro precio.
El rival era intrascendente, no así el momento: el choque ante el Betis era la última escala antes de una seguidilla criminal que, en diez días, definiría la suerte del Barcelona en la Liga, la Copa del Rey y la Champions League. El Barça se pone en ventaja con rapidez y parece que se encamina hacia un trámite. Sin embargo, Iniesta no acierta los pases más sencillos, pierde la pelota de manera infantil, comete faltas sin sentido. Xavi, el capitán, parece extraviado en una orquesta que no lee sus mismas partituras. Ingresa Cesc Fábregas (talento de la casa vendido y recomprado), choca con el matungo senegalés Alfred N’Diaye y vuela por los aires. En el afán por reconocer algún esmero, los hinchas catalanes se consuelan aplaudiendo a Sergio Busquets porque trabó desde el suelo contra un ignoto rival.
El partido no se cierra, el Betis empuja. El arquero barcelonés Pinto se ve encerrado debajo de los tres palos mientras el área es un caos de grito y desesperación, como cuando una comadreja entra a un gallinero. Tan distinguido que se veía al Barcelona en las transmisiones HD, al otro lado del Atlántico, y resulta que sucumbe ante los temores como cualquier cristiano (o Cristiano).
Después de calentar, Neymar se saca el buzo, va a entrar. Basta esa pequeña finta para despertar una pequeña ovación entre el público, más obnubilado por los millones de euros con los que el brasileño fue comprado en el mercado de esclavos de la industria del entretenimiento mundial que por lo que, hasta la fecha, demostró en Europa. Toda una metáfora de la Era del Barce-shopping, donde la fortuna de un jeque qatarí rompió la centenaria tradición barcelonesa de no imprimir patrocinadores en su camiseta, donde el club fue acusado de evasión millonaria en el pase de Neymar, y donde los hinchas abandonan sus butacas en pleno partido para comprar chombas, tazas o bufandas en los stands oficiales.
Estaba cerca del empate el Betis cuando se hace un gol en contra tan absurdo que desnaturaliza el partido. Messi parece estar pastando la cancha, fuera de frecuencia, como si caminara por la Rambla de Barcelona, abstraído de la multitud. Hasta que enciende la chispa, tira algún destello y el Camp Nou entero se contusiona para contener el aliento. Cierra el resultado pescando el rebote de un penal errado, como si hubiese premeditado esa definición deslucida en una tarde donde cualquier color se iba a imprimir en escala de grises.
Ganaron, siguen vivos, pero la gente despide al equipo con desdén. Los jugadores esconden el pescuezo como tortugas, sobreactúan posturas, realzan rasgos innecesarios, comparten códigos para darle al fútbol su dramatismo existencial, histeriquean con el dolor. Diez días después se quedan afuera de todo por cuanto competían, se exponen problemas internos e institucionales como heridas supurando, y comienza el desangre que antecede a los cambios de época.
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