CORTE TAZA Y CONFECCIóN DE CANCIONES
Darío Cerbino y Nicolás Bolsani se funden en Lesende, una obra de canciones analógicas y electrónicas que evocan psicodelia.
› Por Juan Barberis
En Cuando nadie, primer tema de Lesende, Corte Taza suena como emprendiendo una retirada forzosa, un repliegue cadente de esencia pop y guitarras espaciales. Ahí están ellos dos, solos, volviendo entre las sombras, con el corazón roto y sumergidos en una insoportable nube de confusión. La autoestima del dúo se retuerce por el piso: “Regalado yo soy caro”, cantan en un adorable plan de autoflagelación lo-fi. “Este disco tiene una impronta más de antihéroe, un poco en contraposición a lo que es la idealización del rock”, dice al respecto Darío Cerbino, una de las piezas. “Es como una reacción medio melancólica que nos fue comandando durante toda la obra.”
Después de la edición de Luminancia, su debut de 2009, Corte Taza perdió a su base rítmica –José Berrea en bajo y Mariano Eloy Otero en batería–, poniendo cara a cara nuevamente a Darío Cerbino y Nicolás Bolsani, diseñadores gráficos que se forjaron tocando juntos en busca de canciones imposibles. Ambos portadores del corte taza, ese clásico capilar infantil, hicieron de Luminancia un disco poprockero, crudo y orgánico. Después, repentinamente, se partieron a la mitad. “Fue como una etapa medio de pozo, un poco caímos preguntándonos y repreguntándonos qué hacer, si seguíamos solos o con más gente”, dice Cerbino, que junto con Bolsani tocan de todo: guitarras, sintetizadores, teclados, voces.
La decisión de seguir, dicen, tuvo que ver con un permanente estado de búsqueda. “Lo bueno es que pudimos pasar eso, y controlar que no hubiera una piedra en el camino que limite. Lo vemos como una línea de tiempo o una cruzada, en la cual hacemos música porque nos gusta, nos da placer y lo hacemos sea cual fuere lo que nos esté tocando en ese momento. Esto más bien es una transformación, un cambio.”
Con Gustavo Iglesias en producción, Corte Taza pasó las últimas dos temporadas atrapado en ProTools con la intención de paliar ausencias a puro beat y experimentación. La fórmula, que según Cerbino era “partir del beat, ensuciar y después limpiar”, ubicó al dúo a mitad de camino entre lo electrónico y lo analógico, haciendo base en la psicodelia y el formato canción. Sus composiciones, un patchwork sonoro fijado en los detalles, atrajeron la atención de Daniel Melero, que terminó trabajando en la posproducción y la masterización. No es azaroso: la música de Corte Taza agrupa elementos e inflexiones de proyectos y artistas como Victoria Mil, Placer, Babasónicos o el mismo Melero. “Son bandas a las cuales admiramos mucho”, asume Darío. “Son grupos que tienen mucho trabajo de detalles, sonidos que no te estás dando cuenta, pero que están ahí atrás.”
Lesende, publicado de manera independiente en enero, condensa el nuevo hábitat de Cerbino y Bolsani. El nombre del disco –que no linkea con el pueblo de La Coruña sino con el apellido del amigo que bautizó a la banda–- busca reforzar esta intención de viaje, donde las circunstancias disponen las condiciones. “Nos parecía como si fuera la traducción de ‘la senda’ en otro idioma. Además nos volvía a retrotraer a eso, al origen de la banda, a ese momento de definirnos”, explica este 50 por ciento de Corte Taza.
Entre las doce canciones del disco, el dúo –que ya trabaja en el futuro junto al baterista Federico Bozzano– suena algo perdedor y frágil, como si deambulara en busca de cariño y contención. Después, cuando se los escucha cantar que “ni el universo ni el infinito nos recordará, organicemos una enorme fiesta negra”, se entiende que tampoco es para tanto.
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