Vie 02.05.2014
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BILLETERA MATA ATELIER

Todo por dos pesos

De pronto, el mundo cabe en el billete de menor denominación. Arte pop, nuevos próceres y delito en el point de la intervención.

› Por Juan Ignacio Provéndola

“Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos llegar a ser”, dice Bartolomé Mitre, repitiendo una reflexión de Shakespeare en Hamlet. Luego, con el mismo gesto adusto, pero sin tanta pretensión literaria, advierte: “Si te toca este billete, mañana te rompen el ojete”. San Martín está disfrazado de Tortuga Ninja, Belgrano del Chavo del 8, Rosas de Robocop y Sarmiento luce una melena como la de Conan el Bárbaro. La Plaza de Mayo está llena de gente protestando mientras un helicóptero se eleva por la Casa Rosada. Godzilla ataca la Casa de Tucumán y una intensa batiseñal se proyecta en el cielo de Rosario desde el Monumento a la Bandera. Todo eso en un quiosco de Tierra del Fuego, una caja fuerte del Banco Central, el bolsillo de un viejo: allí transcurre el realismo mágico de cientos de billetes intervenidos que pasan de mano en mano contando historias.

El éxito es con el de $2, aunque se utilizan de otras denominaciones. Hasta inventaron uno de quincepeso (¿para qué si no para hacerse un alto guiso?). La tendencia de intervenir billetes no es nueva. ¿A quién nunca le tocó alguno con una cadena de oración, una frase desesperada de amor o un firulete de ocasión? Los billetes son tan virales como las redes sociales; la combinación de ambos fue explosiva. Y expansiva: en algunos foros de España se preguntan sobre esta práctica. Que tampoco es exclusivamente argenta (vean, si no, a Lincoln recibiendo un headshot), aunque guarda ineludibles marcas culturales: la Brujita Verón con la bandera de Inglaterra o una frase en el de $2 que dice “¡No alcanzo ni para un Bon-o-Bon!”, sólo podrían ser comprendidos por quienes comparten determinados guiños.

El empezó sin proponérselo y buscó un nombre para seguir en el anonimato. El Fafero fue uno de los primeros (anche el primero) que se largó. “No tenía ninguna intención, ni inspiraciones. Simplemente agarré un billete de 2 que había sobrado de una gaseosa y arranqué. Cuando murió Ricardo Fort, lo dibujé, se filtró y explotó en Twitter, de la nada”, explica. La mayoría de los billetes que circulan por la web son de su autoría, y fue tal la difusión que incluso recibió felicitaciones de algunos de sus dibujados, como ocurrió con Pocho La Pantera y Carlos Tevez.

Al dibujo a mano alzada se le agregaron otras variantes, como el uso de Photoshop o el arrugado del papel, buscando cambiar las expresiones de los próceres embalsamados. La inventiva parecía no tener límites. Hasta que apareció el temor. “Me asesoré y me enteré que no era legal adulterar billetes”, confiesa Lucas, que aunque nunca dibujó, creó en Facebook la página Los billetes andan diciendo y logró 200 mil adeptos. “Buscaba compartir algo gracioso y artístico, y vi que gustaba, pero algunos medios lo volvieron político, diciendo que era una protesta contra la inflación. Además no quería incentivar a que la gente hiciera algo ilegal. Se me fue un poco de las manos.” ¿Solución? Cerró la fanpage y abrió otra, llamada Los huevos andan diciendo.

Según el Código Penal, “será reprimido con reclusión o prisión de uno a cinco años el que cercenare o alterare moneda de curso legal”. Algunos puristas se tomaron de esta línea (inspirada en la falsificación y otros delitos mayores) para acorralarlos. ¿Cuál es la acusación? ¿Dibujar a Ned Flanders sobre la cara de Mitre? Liniers (no el virrey, sino el dibujante) tomó uno de 100 pesos y le escribió: “El desierto no estaba desierto, Roca. Tu alma, sí”. Aclara que no era un billete original sino una copia. Y piensa: “¿Por qué no sacan a todos esos militares y políticos, y ponen a artistas y científicos? Podríamos empezar por Piazzolla, Mercedes Sosa, Cortázar, Favaloro, Borges, Gardel, Spinetta y Fontanarrosa”.

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