Vie 02.05.2014
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AHORA DICEN QUE EXISTE EL SEAPUNK

La máquina de pixelar chorizos

Fuente inagotable de conocimiento, herramientas, aburrimiento y egolatría, Internet tiene un nuevo paradigma estético metacomputarizado.

› Por Lola Sasturain

Posmodernidad e Internet, el huevo y la gallina. Lo único que le quedaba por hacer a ese espacio virtual infinito era mirarse al espejo. ¿Qué puede ser más posmo que una puesta en abismo del proceso mismo de la creación de una imagen digital? Una estética insólita y hasta hace poco impensable, que estalló desde Tumblr hacia el mundo: fotos que están alevosamente en posproducción, superposición de capas sin ninguna intención de ser sutiles, uso y abuso de la iconografía de los Windows 90 y pico, lo neo–berreta, dummies y selfies pixeladas dentro de ventanas. Aquello que se repite en los talleres de fotografía parece comenzar a quedar obsoleto, para evidenciar que solamente es una cuestión generacional: “El grano puede ser un recurso estético, el píxel no”.

El píxel pasó a ser la unidad básica de la vida, la adorada célula de esta nueva estética que, linkeada de maneras por lo menos caprichosas, también llegó a la música y la moda. Es la exacerbación última de lo prefabricado, la exaltación del artificio: cuanto más predeterminado se vea el fondo de tu obra, mejor. Cuanto más pixelada la foto... ¡mejor!

Esta estética parece desprenderse del Seapunk, ¿movimiento? de cuestionable relevancia nombrado por primera vez por el DJ Julian Foxworth como aquel que une la devoción por el 8-bit con la ideología cyberpunk, imágenes digitales prefabricadas (mucho delfín, mucho yin yang) y constante referencia a la interfaz noventosa. El primer acercamiento a las grandes ligas fue en 2010, con el disco MAYA de la británica M.I.A., obra cuasi conceptual acerca de la desolación del ciberespacio, con una portada de figuras 3D sobre un mar de timelines de YouTube. El polémico video del hit XXXO no hizo más que reafirmar esta declaración, con cisnes y diamantes al mejor estilo grasa-chic y efectos de video dignos del Windows Movie Maker.

También denominada “arte post-Internet” (aunque el modo correcto de llamarla sería meta-Internet), esta nueva forma de componer imágenes utilizando herramientas que antes eran sólo utilitarias e “invisibles” (hace un par de años a nadie le hubiese parecido buena idea dejar ver el fondo cuadrillé de la transparencia en Photoshop), no está demasiado lejos de la deconstrucción godardiana en el cine, del “film dentro del film”; cosas que en su época parecen absolutamente rompedoras para luego ser absorbidas por la cultura y ser recordadas como vanguardias.

Seguramente, en veinte años el 3D va a ser utilizado irónicamente, porque así avanza el posmo-tecnológico. ¿Cómo saber si esta estética es en verdad un nuevo tipo de punk escéptico y de escritorio que busca cuestionar las definiciones de “arte” y “buen gusto” o si es simplemente un coletazo más provocado por el impune aburrimiento online? Tal vez simplemente el arte digital no sea juzgable a través del prisma de los valores, y de eso se enorgullezca. La única certeza es que la épica reivindicación de la Comic Sans debe estar muy cerca.

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