Jue 08.05.2014
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AGUAS(RE)FUERTES

Los ganadores no usan porras

Un cronista del NO ganó alto concurso: viajó a Los Angeles, fue a Universal Studios, vio a los Spurs en primerísima fila y entrevistó a Manu Ginóbili.

› Por Leonardo Ferri

Desde Los Angeles, Estados Unidos

Todo lo que se necesita es una gran mentira o (mejor) una gran promesa. Cuando la diferencia entre un concurso y un sorteo queda clara desde el principio, lo único indispensable es convencer al jurado de que uno merece ganar, así se trate de alguien que no juega ni a la lotería familiar. El premio tienta: un viaje a Los Angeles para ver un partido de la NBA, con todo pago, acceso VIP y algunos extras. Pero, ¿qué tan grande debía ser el fraude? A diferencia de la concursante que prometió hacerse un tatuaje en una nalga o del que aseguró que si ganaba iba a vestirse de porrista, el candidato del NO prometió escribir estas líneas.

Ganar es como enamorarse, porque las expectativas y emociones se mezclan de manera inesperada, diferente. Ganar es, además, pasar a formar parte de una manada que se traslada en combi y viste la misma remera, “porque así lo solicitaron desde arriba”. ¡Que traigan la remera! “¡Felicitaciones!”, dice el mail, y listo, al avión. Los primeros asientos de clase turista sirven para fantasear un poco: es como viajar en primera, deja estirar un poco las piernas, aunque más allá de la cortina los asientos parecen camas. ¿El itinerario? Cena de bienvenida, paseo por Universal Studios, tour por Los Angeles y, finalmente, el partido.

Santa Monica es una ciudad costera ubicada a media hora (en Estados Unidos, las distancias se miden en tiempo, como si no existiera el tráfico) del centro de Los Angeles, conocida por ser donde termina la Ruta 66 y por The Pier, un parque de diversiones de 1922, ubicado sobre el muelle que divide Venice Beach de Malibu. Santa Monica es como Pinamar en plena temporada, pero distinta. Mientras que en una hay autos último modelo, calles atestadas de gente y negocios de ropa cara, en la otra hay autos híbridos, estrellas de Hollywood y una obra pública que jamás se detiene, alimentada con paneles de energía solar. La temperatura, aun en invierno, promedia los 24 grados, por lo que la playa (la misma de Baywatch, la misma en la que Rocky entrenaba junto a Apollo Creed) es un plan obligado. Otro dato cinematográfico: Santa Monica es la primera zona de Los Angeles que desaparece en 2012, la película apocalíptica dirigida por Roland Emmerich en la que sólo unos pocos se salvan del fin del mundo.

No habrá sido de 10,9 grados como en la ficción, pero la primera mañana arranca con un ruido lejano (como una explosión o un trueno) y una cama –y un piso y un hotel y una ciudad– que se mueven. Son dos, tres o cuatro segundos que no alcanzan para entender el temblor. En Twitter dicen que la medición alcanza los 4,4 grados, y mientras llega la réplica –aún más breve, más silenciosa–, vienen al caso los carteles de la playa que indicaban la ruta de escape en caso de tsunami. Un minuto después, las perchas del placard siguen golpeándose entre sí, sin que nadie las toque.

El plan es visitar Universal Studios Hollywood, un parque temático en el que se puede comprobar que realidad y ficción –al menos en lo que a terremotos se refiere– se parecen. Los 350 dólares que cuesta el pase VIP son gentileza de la NBA y DirecTV, organizadores del concurso, e incluyen desayuno, accesos preferenciales, el cine 4D de Shrek, las montañas rusas virtuales de Transformers y Los Simpson, y un paseo por Jurassic Park, con un set que contiene pequeñas mentitas para utilizar en caso de haber dejado el almuerzo en alguna pendiente. ¿Cuál será el motivo de semejante invitación, si después de todo sólo eran un viaje y un pase para ver un partido de básquet? Se trata de exhibir la grandeza de “America”, de invertir en promoción aun sin necesitarla, y de mostrar que siempre se puede (y se debe) querer ser mejor que el mejor.

Ese carácter está implícito en cada detalle. En el objetivo, por caso, de entrevistar a Manu Ginóbili, el mejor basquetbolista argentino de la historia y hombre fundamental de San Antonio Spurs, que esta noche visita a Los Angeles Lakers. Una vez en la puerta del Staples Center –un moderno estadio multieventos con capacidad para 19 mil personas, ubicado en pleno centro de la ciudad– se informa que con la credencial de prensa no sólo se puede acceder al vestuario sino también moverse desde la primera fila (en la que suele verse a Jack Nicholson, Adam Sandler o Leonardo DiCaprio), cuyo ticket para esta noche cuesta 4400 dólares, hasta la última, de accesibles 25. Es ahora o nunca.

El alero de los Spurs Matt Bonner se corta las uñas de los pies. Es lo más emocionante en el vestuario visitante. El silencio es total, el ambiente insensible y el clima imperturbable. Parece aburrimiento más que concentración, una espera eterna marcada segundo a segundo por el reloj que está en la pared y que indica el tiempo restante para el comienzo del partido. En la mesa hay frutas y pochoclos que nadie come y, en el piso, Aron Baynes elonga frente a todos. Un zoológico humano de mirones y observados en el que nada sucede, hasta que aparecen Tony Parker, Tim Duncan y Manu, las figuras. Periodistas deportivos hacen sus preguntas urgentes y, en el último minuto disponible para preguntas que tiene el bahiense, el NO improvisa.

¿Qué sentiste hace doce años, la primera vez que viste entrar a los periodistas al vestuario?

–Venía de la cultura argentina e italiana, en la que el vestuario es un bunker muy privado, y acá uno se siente invadido. Al principio quería que se vayan, que me dejen cambiar tranquilo, pero con el tiempo uno entiende cuáles son los tiempos propios y los tiempos públicos. Sí, fue raro y chocante.

Cuarto día, apenas unos pocos dólares gastados en café y cervezas, y no, no es por un efecto especial. Ser elegido no sólo permite ver un partido de una manera imposible, conocer la fábrica de ilusiones de Hollywood, el portón de la casa de Angelina Jolie y Brad Pitt y otros paredones célebres de famosos, sino también recorrer Malibu y Beverly Hills escuchando a Vilma Palma, Rata Blanca y Los Pericos con un chofer que dejó de actualizar su discoteca argentina en los ‘90. Por cierto, dos hechos que en otros contextos serían importantes: el partido lo ganaron los Spurs por 125 a 109, la chica no se tatuó y el ganador no se vistió de porrista.

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