Jueves, 5 de junio de 2014 | Hoy
CRóNICA DEL PORNOROCK, EL FESTIVAL MáS CALIENTE DEL PALO
Entre pornstars y bandas de heavy metal, el zar Víctor Maytland intenta preservar su imperio XXX mediante castings abiertos, distorsiones y desnudistas, ante el avance de los arietes del porno web. Al NO le tocó ser jurado en la movida que buscaba actor para Las Tortugas Mutantes Pinja 2.
Por Hernán Panessi
Avenida Rivadavia al 7500, Flores. Un cartel levita en la picante noche de Buenos Aires: Asbury Club, letras blancas, fondo negro. Un culo rubio entra rápido esquivando pelilargos. Acá hay porno, acá hay rock. Es el tercer Pornorock en tres años y ahora, dicen, será un ciclo mensual. Unen porno y rock porque aseguran que comparten público y juntándose tiene más convocatoria. Y es verdad. En agosto de 2012, en Planta Alta, a una cuadra, metieron un buen puñado de personas; en noviembre de 2012, en Salón Reducci, ese puñado se convirtió en la friolera de 400 personas. ¿Cómo? A pura invitación de Facebook y con el viejo y querido boca en boca. Ninguno de los tres antros es un club nocturno, pero todos, a su modo, beben de la rutina de la pulsión sexual. No es el mundo real, pero se le parece.
Jueves por la noche, Asbury Club, pasa un culo, esquiva pelilargos: hay Pornorock. Tocarán cinco bandas del under metalero: Haragán, 1970, Ilógica, Impala, Paskinel. Habrá shows de pornstars nacionales que prometen piel. Otra promesa más: se colará alguna que otra atrevida a pelar las tetas y, de pintar, también sus nalgas. No importan las formas, importa la piel. Una gola de ultratumba asegura acción: “¿Vamos adentro? Hoy hay casting”. Es Víctor Maytland, el director más prolífico de la historia del porno en la Argentina, quien se encuentra junto a sus esbirros en la puerta del lugar. ¿Casting? Sí, Maytland está preparando la secuela de la mítica Las Tortugas Mutantes Pinjas, película fundacional de la industria porno local, cosecha ‘89, y necesita encontrar a sus nuevos héroes tortugos mutantes pinjos.
Como en una carnicería, nada se tira. De toda esta movida (castings, bandas, Pornorock) se está armando una película: Espíritu de Woodstock. Habrá porno, habrá rock, habrá DVDs para poder satisfacer los placeres más íntimos. Pero en Pornorock, por lo pronto, no hay intimidad: al contrario, todo se devela. Entre el público, Lorena Mexy, Ana Touché, Karen La Vikinga, Romina Row y toda la selección nacional XXX. Ausentes con aviso, la despampanante Marina Trebol y la MILF Isabella Rosetto. Y el recuerdo de siempre para la desaparecida Deborah Pratt.
Suenan las bandas, vuelan las ropas. “En la música se está perdiendo la venta física, en el porno sucede lo mismo”, dice Martín Heavymetalpress, uno de los organizadores. Regala consumiciones, corta tickets, atiende a todos. “La única que va es hacer shows”, concluye. Hay una problemática: la industria del porno sufrió un coletazo con la avanzada de Internet y su contenido fragmentado. Lejos de su esplendor de 2002-2004, cuando filmaban películas para el mercado norteamericano, había una convivencia del DVD y el VHS y existían dos canales (Venus y el extinto Afrodita) que compraban material, hoy la cuestión pasa por subsistir a partir de una experiencia. Se cobra una entrada, se ofrece un show. Pornorock, por caso, tiene dos tarifas. La general es de $ 50 y la preferencial, de $ 100 y da derecho al casting. ¿Cómo sobrevivir a él? “Se te tiene que parar”, dice Maytland, la voz de la experiencia, asumiendo que delante hay una gran responsabilidad. Del evento anterior salieron dos actores que fueron a parar al film Follando por un sueño, una parodia chancha del programa de Marcelo Tinelli que tiene en su elenco a la prócer del bizarro, Zulma Lobato.
En 2013 no hubo Pornorock, hubo Sodoma: una suerte de desprendimiento de la idea original que contempla fiestas temáticas. Oficialmente no hay nada que regule este tipo de eventos. Aun así, sus protagonistas aseguran que han sufrido persecuciones municipales. “Esto es abierto, no hay nada que ocultar”, dice Martín. “La idea es que se difundan las bandas”, agrega. Entretanto, el olor a cuero y puchos vicia –aún más– el aire. Se suma Alex Paskinel, cantante de Mackina y Paskinel, bandas heavy con integrantes que circulan por el palo motero. En el anterior Pornorock, Paskinel también tocó y filmaron un videoclip en vivo: Un bar en el infierno. Ahí, tomando como referencia a Rammstein con la desfachatez de Pussy (con sus versiones ATP o sin censura) y yendo a contramano de MTV y MuchMusic, los Paskinel subieron una versión light a YouTube y una hardcore a RedTube. A la sazón, el primer videoclip XXX argentino. “El rock se mezcla con el sexo”, apunta Alex. Pornorock, porno y rock. Y su ADN recuerda al de los Hell’s Satans, esos inmensos gordos barbudos protagonistas de aquel episodio de Los Simpson donde se llevan a Marge para satisfacer sus menesteres.
En el escenario, una de las bandas agita el descontrol mientras una colorada sin ponerse ídem y una morocha con corset asoman con un bailecito sin ritmo. Entre el público, un pelado de 50 y pico con look de científico loco –campera y pantalón de jean, pelos revoltosos al costado de su cabeza– filma excitado la situación con una Super-VHS. Termina el show y rápidamente se pierde entre la bruma. Tendrá un escondite agazapado detrás de una columna. ¿Por qué viene? Nadie nunca lo sabrá. “No me conecto”, responde seco y visiblemente enojado. Mete miedo: no debe haber un tipo con mayor aspecto de fanático del cine snuff en el mundo. A otra cosa. La colorada y la morocha bajan del escenario y siguen mimosas entre la gente. Clic, foto. Sube otra banda, sigue la música. El dato que sobresale es que todos los conjuntos compiten entre sí para aparecer en la película Espíritu de Woodstock y componer su banda sonora. Clink, caja. Se evalúa su capacidad de convocatoria, actitud rock, compañerismo y profesionalidad.
Este tipo de eventos reúne a una fauna curiosa. Hay mucha luminaria trash que pone color a la situación. Por ejemplo, Eduardo Di Costa, el bon vivant de la Revista Lazer, quien se encargaba de las adaptaciones de japonés-castellano de los mangas de Saint Seiya: Lost Canvas, Macross 7 y Evangelion editados por Ivrea. Un tipo muy querido en el ambiente nipón que, pese a los años –¡el #1 de Lazer es del ‘97!–, mantiene su estela de ganador. Por allí pasa Mc Pyo, que vive de pintar dibujos en el cuerpo de mujeres desnudas. No pintó, pero igual cayó pintado. Más allá, un miembro de Los Sultanes. Alguien lo descubre, vuela una sonrisa. Y el público comienza a impacientarse: quieren casting. “Me dicen el Potro, vine a ver qué onda”, señala un miembro del histórico Festival de Cine de Tapiales que anda apoyado sobre la barra. Ante la pregunta del mérito para ganar, responde confiado: “La tengo enorme”. Otro candidato, un paciente ambulante del Borda: “No estoy nervioso, trabajé en cine y publicidades como extra”.
Shuwisp!, repiquetea un latigazo. Inmediatamente, entre el público, una pareja de BDSM (práctica erótica que basa sus principios en el masoquismo y la dominación) se copa con un show. Ella está vestida de cuero. El, apenas con un apretadísimo calzón rojo y una máscara que cubre su rostro. “Hago todo esto porque el placer de ella es mi placer”, apunta Mariano, el de los calzoncillos rojos y la máscara. ¿Un consejo para romper con los prejuicios sociales? “Que se dejen de romper las pelotas con el machismo.” El placer de ella: pegarle en los huevos, arrastrarlo por el piso, darle latigazos en la espalda, escupirlo, darle fuertes culazos en la cara. “¿Sabés por dónde me paso al machismo, no?”, agrega Bárbara Ama Mística, la mujer vestida de cuero que empuña látigo. Son pareja, se conocieron por Internet. “Un aplauso para el pobre pibe”, grita burlona la actriz Lorena Mexy. ¿Y el rock? Siempre de fondo. En los interines se escucha Iron Maiden, Megadeth, Metallica, Black Sabbath y todas las bandas Clase A del palo.
Una batería explota y es el turno de la histórica Karen La Vikinga –que parece salida de un dibujo de Alfredo Grondona White y su estética decadentista– para poner a todos calientes. Para saber cuán importante es su presencia y poner las cosas en perspectiva, basta con conseguir algún ejemplar de la Sex Humor donde posaba desnuda compartiendo tinta con Gabriela Grey, la travesti de “El Buzón de Cacho”. Madura, pero con todo en su lugar, La Vikinga (que empezó a desnudarse en los primeros ‘90, en los intervalos del todavía vigente Cine ABC) mete un par de dedos en su culo al son de The Jack de AC/DC y las glándulas pituitarias de los presentes estallan de emoción. Al mismo tiempo, Ana Touché charla muy amablemente con sus fans y hace un gesto de aprobación. Es la actriz que tuvo un sprint mediático cuando se la vinculó con los supuestos departamentos del juez Zaffaroni, donde funcionarían unos puticlubs. “Ni lo conozco a Zaffaroni, apenas sé quién es la Presidenta”, apunta firme Touché.
“Lloran porque te tiran zapatos / y te comparan con los demás gatos”, de fondo suena Gato de la calle negra de Pappo y una Caperucita Roja con movimientos de stripper curtida muestra una tanga blanca. La atención se posa allí. ¿Qué pasa hoy? “Garchar, garchar, garchar”, asegura Nilara, la “nueva Cicciolina” al decir de Maytland, próxima a debutar profesionalmente en el mundo del porno. Es morocha, retacona, con un top que le deja la barriga al aire y tiene cara de querer garchar, garchar, garchar. Mientras, la actriz Romina Row sube al escenario, toma vodka y le da de beber al público de sus tetas. Muchos se entusiasman por probar el transparente néctar aromatizado a pura piel. Estiran sus brazos, los bajan de un hondazo. Pueden mirar, pero no tocar.
Momento de casting. “Si me emociono transándolas, se me para”, se cola un morocho petiso que, parece, se anotó en la competencia. Le dicen El Boli y llega con las esperanzas intactas luego de fracasar en castings previos. Un convoy de varones pagó sus respectivos 100 pesos para la oportunidad de sus vidas. Late la ilusión de coger con Lorena Mexy, Ana Touché, Karen La Vikinga, Romina Row. Se va el grueso del público, quedan los valientes. “El NO va a ser jurado”, le dice Maytland al cronista. Bajan el telón y un petacón intenso les indica a todos que esperen su turno. El casting será arriba del escenario. Detrás de la batería, dos fluffers redondas como pelota de fútbol 5 aguardan el momento de la acción. Fluffer: miembro del equipo de grabación porno cuyo trabajo es mantener la erección del actor.
La situación es dantesca: 15 aspirantes de entre 22 y 40 años exhibidos como si se tratara de carne vacuna colgada de un gancho en plena La Matanza. No hay Samid, hay Maytland. Están vestidos, los hacen desfilar. Otros diez privilegiados observan. En una de las pasadas, un actor reposa sobre el telón del escenario: cae desde dos metros. Nadie se horroriza demasiado. A otra cosa. Primera preselección: se van diez, quedan cinco. Un ayudante de Maytland de sonrisa canchera –de esas de costado, mostrando sólo las muelas– los hace desnudar. Las fluffers entran en escena. Los tocan, se ríen al unísono. No hace falta subrayar el aroma que, calzoncillo a calzoncillo, prima en el lugar. Cuesta encontrar el erotismo en esta foto. Maytland dice: “Esto es como All That Jazz: It’s Showtime!”. Y tiene razón. Las pornstars ni pintan. A ninguno se le para. Y también tienen razón. Salvo a uno, que la traía así desde la casa. Se llama Joni, tiene 22 años y es electromecánico. “Es el sueño de todo pibe”, ilustra tímidamente mientras se pone la remera. Maytland corta la acción. El ganador del casting estaba a la vista de todos. Y El Potro, aquel que aseguraba tenerla enorme, no queda: se pone a llorar. Recibe apañamiento colectivo. “Tenía mucha ilusión”, comenta con los ojos llenos de lágrimas. El no protagonizará Las Tortugas Mutantes Pinjas 2.
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