LOS MUTANTES DEL PARANá
El entrerriano es un soberbio, fuerte y cristalino manantial de cuerdas.
› Por Santiago Rial Ungaro
Ochenta shows en veintidós días. Esa fue la cantidad de fechas que hicieron Los Mutantes del Paraná para arrancar el verano. Imaginate cómo suenan. Charly Valerio (guitarra, piano y voz) y los hermanos Nahuel (guitarra y voz) y Santiago Dirrheimer (contrabajo) lograron sonar potentes, movilizantes y barrosos, con un sonido puramente acústico, moldeado en la calle e inspirado en el delta del Paraná, para su disco debut, El entrerriano. “Estuvimos veintidós días en Uruguay y dimos ochenta recitales: hicimos playas, paradores y a partir de la tarde tocábamos en barcitos, pero también en espacios menos convencionales como heladerías, restoranes, garitas de guardavidas y hasta en la fiesta de una abuela que celebraba sus ochenta años”, relata Valerio.
Conscientes de que lo que hacen necesita ser nombrado de algún modo, el guitarrista, pianista y cantante define el sonido de la banda como un “folk del mundo”, aunque a veces resume con un “folk zarateño”. En sus palabras: “Hacemos una chacarera, una zamba, algo balcánico, algún aire flamenco, todo mezclado desde la desprolijidad del rock”. Más que la desprolijidad, lo que tiene su disco de rockero es la actitud: rockean con criolla. “Somos prolijos en los arreglos, pero en el toque somos ruidosos, tocamos muy fuerte y no tenemos muy buenos instrumentos: el contrabajo es viejo y tocamos guitarras con cuerdas de nylon.”
La idea de producción de El entrerriano (grabado y producido en ION por el ex Los 7 Delfines Ricky Sáenz Paz, que también toca el stick) fue conseguir un sonido parecido al del vivo, manteniendo la suciedad, el toque fuerte y la libertad de tempos. “Antes de armar Los Mutantes del Paraná todos teníamos proyectos musicales más cercanos al rock, pero nos gusta tocar cualquier cosa. Los ritmos folklóricos de acá ayudan por la instrumentación, pero tampoco hacemos folklore, porque cuando alguien trae una zamba buscamos deformarla, no es una zamba de manual. A veces nos preguntamos qué estilo aún no hicimos y nos ponemos a zapar y armar cosas que capaz que se acercan a algo. Capaz que hay géneros que se nos complican a la hora de tocar, como el funk, pero lo intentamos.”
Después de diez años de haberse instalado en Capital, lo que afloró desde el barro es cierto orgullo litoraleño plasmado con profesionalismo y una síntesis musical cosmopolita. “Ser todos de allá nos une mucho. Yo vivía a cinco cuadras del río, y está ahí ese sonido y el clima que hay en la orilla, con mucha humedad. A la mañana te levantás y está todo medio mojadito, medio barroso, y está la cosa fabril de la orilla.”
La música de estos mutantes también sirve para mantener la identidad: “Vivo en capital pero tengo esta onda. Acá hay una cosa más impersonal, capaz que allá estás acostumbrado a saludar a todo el mundo y todos se conocen. Y si te metes más, en el delta, la gente es muy solidaria entre vecinos. Me acuerdo de que una vez nos metimos en Ibicuysito, un canal del río Ibicuy, con una camioneta, un día de lluvia, y se me quedó en el barro. Y cuando aparecieron los gauchos, que ni me conocían, dijeron ‘buen día’ y se metieron en el barro a empujar con nosotros. Esas diferencias todavía nos chocan, aunque a mí me encanta estar acá.” Ese paisaje interno que conservan estos zarateporteños es el que permite que la banda se pueda apropiar de I Want To Break Free de Queen y hacerlo sonar como un clásico del folklore litoraleño.
Este exquisito guitarrista estudió piano, canto y poética, pero la obra mutante es instrumental: “Sí, es gracioso pero estoy estudiando poética con Alberto Muñoz y los temas no tienen letra”. La clave, al fin, es la electricidad natural de estos musiqueros de pura cepa: “El año pasado estábamos tocando como cuatro veces por semana, por todos lados, pero sobre todo en la calle. Nos abrió un montón el espectro tocar acústico. Hay muchos lugares en los que sabemos que no vamos a tener problemas... ¡o por lo menos que no vamos a generar denuncias!”, dice este compositor que menciona como referentes al Chango Spasiuk y a Litto Nebbia, sobre todo en la época en que se acercó a Domingo Cura.
“Nosotros venimos dándole a la guitarra y la verdad es que teníamos el imaginario del grupo de rock en la cabeza. En general tenemos buena recepción, quizá por ser algo acústico, porque a veces a la gente del folklore algo amplificado la aturde. Pero es verdad también que nosotros siempre estábamos tocando la criolla y siempre terminaba saliendo un tango o una zamba. Creo que esto era lo que teníamos dentro.”
* Sábado 28 en El Sol Hostel, Marcelo T. de Alvear 1590. A las 21.
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