Cuando el guitarrista Russell Marsden y la bajista Emma Richardson formaron Band of Skulls, mientras cursaban juntos en el Colegio de Arte de Southampton, las noticias llegaban a Inglaterra continuamente desde el otro lado del océano. Si el “retro rock” había pegado primero con Is This It, de The Strokes, para 2004 el género y aledaños estaban plenamente enclavados en el mundo occidental. Parecía que ya nada podía superar el éxito global de Elephant, de White Stripes –la otra gran cara del género–, y su interminable hit Seven Nation Army, cantito de cancha predilecto de los europeos en el Mundial. Esa información pareció casi ineludible para interpretar lo que hizo Band of Skulls en el Personal Fest 2013, cuando teloneó a Aerosmith: la mezcla entre lo novedoso y lo recursivo, ya no como pose o manifiesto artístico, sino como raíz e identidad.

Algunas respuestas en torno de eso se entreveran en las austeras palabras de la tímida Richardson: “En ese momento, nuestras influencias provenían de mucha de la música que estaba dando vueltas por ahí, y por supuesto que el retro rock era una. Pero también escuchábamos mucho reggae, rock & roll de los primeros ‘70, y redescubrimos a bandas británicas como Cream”, recuerda la bajista y cantante desde Louisville, Estados Unidos.

Hace unos meses, el trío londinense editó Himalayan, tercer disco de estudio en su década de carrera. Si bien conserva ese cruce de influencias de época –como la sensibilidad de Kings of Leon o la rudeza amable de Black Rebel Motorcycle Club–, la obra también invita a pensar menos en sótanos y más en espacios abiertos –empezando por el nombre–, quizá como resultado de sus fechas con Muse, o de la producción de su coterráneo Nick Launey y su experiencia con bandas como Arcade Fire y Yeah Yeah Yeahs. “Creo que la idea, la energía y la forma de componer se mantienen. Puede ser que hayamos trabajado un poco más en el estudio, y eso haya resultado en más capas sonoras –cruza Emma–. Refleja el momento de la banda, y es un orgullo haber grabado por primera vez en nuestra ciudad.”

Algo que sorprendió al público argentino, que pudo verla en GEBA en 2013, fue el salto de energía que la banda ofrece en vivo con respecto al disco. Aunque sin terminar de entrar en la vagabunda condición de “power trío”, la entrega se basa mucho más en la contundencia plena de yeites setentosos que en la sensibilidad de las canciones. “Creo que así se fue dando. Si bien cuando nos juntamos en una sala por primera vez no pusimos reglas de cómo hacer música, estaba claro que queríamos una formación clásica de tres”, explica Richardson, que además diseñó la tapa del último disco.

“Más allá de que la tecnología pueda ayudar a creer que el trabajo es más fácil, me sigue gustando la experiencia de tocar con humanos, porque nunca sabés qué va a pasar. Lo mismo se da con los diferentes públicos: nunca supimos qué esperar de ningún lugar hasta que no estuvimos ahí. Por eso, grabar y tocar en vivo son cosas muy distintas. El estudio es un espacio muy controlado, lleno de aparatos alrededor, donde la atención se suele poner en otras cosas; en cambio, el vivo es más inmediato, es distinta la sumatoria de energías. Pero disfrutamos de ambas por igual.”

En el balance entre la comprensión del estudio y el nervio de escenario, Band of Skulls se jacta de poder juntar, en un mismo recinto, a hipsters y metaleros: “Eso lo dice Russell y estoy de acuerdo. Es impresionante lo diversa que es la gente que viene a vernos, y no estoy segura de cómo lo conseguimos, ja ja ja. Quizá sea porque, después de todo, somos una banda guitarrera, y eso hoy se diferencia del extraño sonido pop que hay en la radio. No está ni mal ni bien que sea así, pero es verdad que el rock and roll viene perdiendo espacio en los medios desde los ‘90”.