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Jueves, 3 de julio de 2014

AGUAS(RE)FUERTES

Fútbol cosificado

No soy distinta a otras mujeres, por eso lo primero que pensé cuando vi entrar a ese hombre tatuado a la cancha fue algo sobre sus piernas. “Estuvo muy bien Lavezzi”, escribo en el grupo familiar de WhatsApp al término de Argentina-Nigeria. Aparte sondeo a mis hermanas: “¿Vieron a Ezequiel Lavezzi?”. Comentamos cosas de chicas, nada del otro mundo. “Les gusta a todas, ya se puso de moda”, escribe una de ellas y adjunta una captura de Facebook que manaba públicamente baba en cada comentario. La bola había empezado a rodar.

Esta vez me tomaré cierta licencia en usar generalidades y diré que cada una vio en un jugador de fútbol a un objeto el cual muchas veces, y a lo largo de la historia universal, ocupó la mujer. Y dentro de ese furor por los abdominales, los tatuajes, las piernas y la simpatía del 22, aparecieron los hombres celosos, dolidos, envidiosos y descolocados por los niveles de estrógeno alcanzados por cuanta mujer los rodeara. Endilgaron vulgaridad y calentura a cada una que exteriorizaba lo que haría con ese cuerpo en su pedido porque lo dejaran jugar sin camiseta.

Lavezzi pasó a ser una cosa, un pedazo de carne, un torso desnudo, se lo cosificó. Y entonces me pregunté si los hombres no suelen ser cosificados porque no aparecen modelos susceptibles de serlo. O si acaso es tan fuerte la represión de la mujer, achacada a lo largo del patriarcado. “Somos reprimidas, pero en el fondo somos iguales a ellos”, dijo mi madre con absoluta seriedad.

Varones postearon fotos del pasado de Lavezzi, tratando de “afearlo”. O, peor, compitiendo en niveles de bajeza, subían fotos de alguna mujer en bikini o de la propia pareja de Lavezzi, aludiendo estar hartos de “estas babosas”. Uno tuiteó: “Definitivamente las minas se hacen las sentimentales, pero si les ponés unos abdominales enfrente, se tiran de cabeza”. Y un amigo preguntó: “¿Hulk no te gusta? Mirá el lomo que tiene”, pretendiendo educar o controlar mi gusto. Pero no, el 7 de Brasil no me gusta.

Entre tanto donaire y tanta vereda enfrentada, alguien acertó en un comentario de Facebook: “(...) La distancia inmensa e insalvable entre ese ser convertido en objeto y la realidad del físico concreto de millones de varones tiene efectos devastadores en la propia autoestima. Ver a sus novias, amigas y madres desear estridentemente lo que ellos nunca podrán ser resulta un golpe muy duro, particularmente si no fueron preparados desde chicos (como lo somos las mujeres) para convivir con esa frustración”. Se trata, una vez más, de pensar en el otro (y en la otra).

La hipocresía de los varones al cuestionar a las mujeres y varones no heterosexuales que gustan de Lavezzi se condice con la realidad por fuera del Mundial de Fútbol. Que la Copa se la lleve el que sea, porque es más fuerte el deseo porque se abandone la mirada cosificada de la mujer como un cuerpo sexuado “con agujeros los cuales el hombre debe tapar”, como escuché una vez decir a no recuerdo quién.

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