Jueves, 31 de julio de 2014 | Hoy
JAPóN EN EL POP OCCIDENTAL
Erotismo del Sol Naciente en pelis de Hollywood, revis argentas, cosplayers y erotómanos mundiales.
Por Hernán Panessi
Los pitos se paran igual en todos lados: tibios, venosos y para arriba. Pero para los chistosos del arrabal, las vaginas asiáticas venían apostadas horizontales. Como en un manga, Occidente lee el erotismo oriental al revés. Que son deformes, que son raros, que son distintos. Y una sociedad signada por el estallido de dos bombas atómicas en medio de su corazón encuentra su lugar de confort en la enorme anatomía de un Godzilla, un Mothra o incluso en los calzonudos colorinches Super Sentai. Entretanto, Estados Unidos entendió que al cine de colegialas nipón podía asemejarse Sucker Punch y sus internas psiquiátricas en pollerita escocesa que patean caras y muestran culos.
La cosa se sugiere, se mantiene latente y se asoma, pero casi nunca explota. Y toda represión (que para el psicoanálisis es un concepto central que designa “el mecanismo o proceso psíquico del cual se sirve un sujeto para rechazar representaciones, ideas, pensamientos, recuerdos o deseos y mantenerlos en el inconsciente”) encuentra, siempre, una válvula de escape. Como en la censura de genitales y penetración que aportan desde el lugar de origen. RedTube, XVideos y YouPorn gozan de un caudal musculoso de videos de ese tipo. Entonces se rediseñan –a la hora del onanismo– con un nuevo valor: su capital resulta simbólico.
Un dato: en Japón está prohibida la palabra “porno”. Otro dato: en la Argentina, el 43 por ciento de los cibernavegantes busca “porno” en la red. Lo curioso es que en Japón permiten la publicidad –explícita– en plena calle. Mientras tanto, en cualquier avenida porteña o del Gran Buenos Aires, la gigantografía tamaño Gamera de Araceli González en tanga –implícita– causa caos de tránsito y hasta alguna que otra tragedia.
¿Esto quiere decir que en Asia no hay porno y en la Argentina sí? Para nada. Allá le dicen “DVD”, en genérico. ¿Su fuerte? El hentai. Por acá, el hentai tuvo algunas adaptaciones más chusmas que erotómanas. Y hubo una fugaz revista nacional (Megumi) que compilaba relatos eróticos de colegios japoneses y otras perversiones pop bajo el lema “la imaginación es poder”. Corta: Occidente siempre quiere verle la bombacha y las bolas a todo lo que se mueva. Más no sean las bombachas de Bulma y las bolas de Gokú.
Por eso, los números más recordados de la Revista Lazer (formativa publicación de la era pre-Internet dirigida por el polémico Leandro Oberto, otrora conductor de El Club del Animé) son los que venían con imágenes del metraje amputado de los dibujitos de turno. Por eso, también, la infinidad de fan art juntando a unos con otros, naturalmente sin ropa.
Y más atrás aún, una histeria y mucho deseo: “A las piernas de la Señorita Lee”, decía Héctor Larrea señalando a su exótica secretaria. Pero la Señorita Lee no era japonesa sino coreana. Aun así, su procedencia despertaba curiosidad en la platea masculina local. Y los pliegues de carne vieron aire en la TV criolla con una pareja de ruptura: Rolando Hanglin y Emiko Yamamoto. Ambos salían desnudos en cuanta pantalla los invitara. Otro exótico por ahí.
Desde la efervescencia juvenil, las glándulas pituitarias estallan como Hiroshima cuando, en los eventos de cultura asiática, llega el desfile de cosplayers. Tiene sentido: adolescentes lookeadas como sus personajes favoritos pululan entre sudorosas masas de borregos en edad de merecer. Link en lateral: buscar Lo escuché en el fandom, fanpage que recopila frases dichas en este estrambótico mundillo. Tiempo atrás, Camelot Comics Store, la desaparecida tienda de historietas de Avenida Corrientes, solía ser pináculo de reuniones del palo. Allí, la información corría como leche por vesícula. Y en la galería donde descansaba su showroom, ahora funciona Kawaii Atelier (Corrientes 1382, local 17), la tienda que provee de pelucas, vestidos y portaligas a las aspirantes a chica de Sailor Moon, K–On!, Death Note o a cualquier lolita intitulada.
El fetiche por las performances deviene en la plusvalía de casi todos los eventos de animé: toqueteos, poses, sugerencias, besos entre personajes del mismo sexo. Sobresalen las orejitas de conejo y los collares con cadenas: el olor es a masoquismo naïf. Y es asombroso ver a chabones de 25 años comportarse como pibitos de 15. Para eso está el barrio de Akihabara, pero queda bastante lejos: a cinco minutos en tren desde Tokio. Que son deformes, que son raros, que son distintos. Sin embargo, a fin de cuentas, lo único que buscamos todos –occidentales y orientales– es un poco de calor.
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