MAURO TOMáS MALVICINO, ALIAS Y PROYECTOS
Este pionero hardcore punk tocó en Delmar, tajeó sus vinilos, flasheó con Nekro, bendió un Simon Dice, craneó Tildaflipers y sigue tripeando grosso.
› Por Julio Nusdeo
Pulsión de acción, caos, lenguaje propio, creación en el asfalto asfixiante, movimiento perpetuo, “derretición” en música e imágenes; de eso trata Tildaflipers. Habiendo crecido en la zona de Zárate/Campana de los ‘80, Mauro Tomás Malvicino –o Moro o Tomás Spicolli o Mal Vecino o El Perro o DJ Armagedon u otros alias– fue propulsor local de la movida hardcore punk, dibujante y pintor, compinche de Nekro / Boom Boom Kid (con quien tuvo proyectos fugaces como la banda Milhouse Crew), anduvo en skate, flasheó con collages, editó fanzines, el libro gráfico Bazofia, y diseñó tapas de discos para Fun People y varias bandas más. A mediados de los ‘90 integró el combo hardcore melódico Delmar, y tras su disolución alternó estancias en Brasil y Argentina. En ese contexto se gestó Tildaflipers. Pero primero existió Mobile.
Tildaflipers venía de regreso de San Pablo, Brasil, donde participaron de Feria Plana, un festival en el Museo de Imagen y Sonido que reúne publicaciones independientes y fanzines, “desde la cosa más ortodoxa y punk hasta el extremo del diseño”. La experiencia –de la que saldrá el libro de “impresiones y sueños” Otica Eletronica–, sumada al dato de que los organizadores contaron 12 mil personas en dos días de feria, superó toda expectativa: “Fue irreal. Teníamos bancada parte de los pasajes, el hotel, estuvimos con nuestro material y las cosas de Tren en Movimiento, que publica nuestros trabajos gráficos en Buenos Aires. El primer día tocamos en un bruto anfiteatro con sonido excelente y una pantalla de alta definición enorme. Por primera vez pudimos escondernos tras las imágenes”.
¿Esa intención estuvo siempre en Tildaflipers?
–Para mí es necesario disociar el arte de la carita del cantante. Se le da demasiada importancia a lo que está en la superficie, incluso dentro de lo que se dice underground. Muchos sellos independientes adoptaron los métodos de las multinacionales: las bandas se publicitan como hamburguesas y casi no hay diferencia. Buscan la permanencia eterna en la pantalla. Entonces nosotros decimos: “No quiero tener nada que ver con eso”.
En las visuales de sus shows hay imágenes mutantes en celuloide de colores desmembrados y diapositivas intervenidas por el propio Spicolli. Algunas son parte de la gráfica de los discos, que en el último año y medio fueron cuatro: Interdimensional, Melodo Desastre, Carcasa+Urubu Preto y En la casa de un amor errado. Tremenda fuente productiva, que suma catorce títulos entre LPs, EPs y simples, se mueve en una pororoca que va del dub experimental con voces recitadas y melódicas, a un pop cut & paste y electrónica DIY: “Estamos surfeando la derretición. Somos una banda de surf, pero surfeamos otra ola. Lo más importante del concepto de derretir que manejamos es el de vencer el tiempo y el espacio, fantasmas durísimos en la vida del hombre. Cuando conseguimos derretirlos, trayendo elementos de otros tiempos y lugares, manipulándolos y dándoles forma contemporánea, creo que es una forma sana de vencer circunstancialmente esos fantasmas”.
Mauro entiende a Tildaflipers como consecuencia directa del período que compartió en la Fundación 72, una casa en La Paternal que funcionaba como estudio integral y base de operaciones de los mendocinos Verme Arder. Ahí armó Mobile, un trío con Beto y Holly, guitarrista y baterista del clan mendocino: “Nuestro viaje para tocar venía más de la literatura, los beats y la prosa espontánea que de la música”, recuerda. “Era juntarnos de madrugada en una casa donde dormían unas nueve personas y bajito, con una criolla, armábamos melodías sin estructura. A principios de 1998 teníamos una sesión de grabaciones planeada para Delmar, pero se disolvió en el ínterin. Entonces tuvimos esto otro. ‘¿Y cómo se llama?’ Se llama Mobile”. El material, superposición aleatoria de tracks entre pasajes mántricos al estilo The Dream Syndicate, salió en un casete split por 72 Records, y fue reeditado en abril, dieciséis años después, junto al álbum Mobile Sabe Karate, vía PSH Ediziones. “En ese tiempo tenía esta otra cosa de acumular sonidos. Tengo los casetes y mini discs y sigo armando arriba de eso.”
Luego de que en una de sus vueltas a Buenos Aires la banda killer en la que tocaba, 7 Magníficoz, aflojara, Mauro arrancó Tildaflipers en 2005 con el Loro, que llevaba el ritmo en la batería, y durante un tiempo fueron dos. Desde las primeras grabaciones se escuchan elementos electrónicos que rozan el ruido. Mauro supo de circuit bending por error, al investigar de encuadernación cosida estilo japonés: “Puse ‘bend’ en la compu y apareció una nota de Reed Ghazala, un loco que es pionero del circuit bending. La leí y dije: ‘Ya fue’; tenía una pista de autos de carrera que encontré en la calle, me fui a un lugar de usados y la cambié por un Simon, volví a casa y lo bendié.” Para él, el bendig se asemeja al rollo del DJ, “porque es hacer todo lo que te dijeron que nunca hagas”. Los primeros loops los hizo raspando el surco del disco con una navaja. “El disco no fue hecho para que lo rayes y hagas que la púa vaya al mismo lugar una y otra vez. Me parece buenísimo eso de ver adónde llegás haciendo lo ‘incorrecto’.”
Al principio, Mauro se rodeaba de máquinas, tocadiscos, pedazos de lata, maracas y todo lo que pudiese encontrar. “A medida que empezó a aparecer gente interesada en participar de la historia, fui desligándome de ciertas cosas. Hoy me encargo del bajo, la mezcla y cantar; Mica está con los aparatos; Mati (responsable de Unilover Records) toca la melódica y algo de percusión; Juampi (de Dario Dubois y Nacen Muertes) toca la guitarra y tiene todo un viaje con la electrónica; y Heber (ex Comme) es el corazón de la historia con la batería. A veces acompaña Nano Tonelli (Saleruido, Val Veneto, Onda Vaga) en guitarra o trompeta, el loco está hace tiempo.”
Sumergido en el nudo del espíritu de Tildaflipers, Mauro resume: “Nunca tocamos las canciones de la misma manera. Entonces una composición que puede parecer cerrada, nunca lo está. Eso para mí es de vital importancia y de ahí creo que surge lo mejor de lo que hacemos: ese momento de comunicarnos a través de los instrumentos, la cuasi estructura del tema se transforma en el lenguaje que conversamos. Ahí es donde sucede Tilda”.
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