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Jueves, 11 de septiembre de 2014

GUSTAVO CERATI, EL JOVEN MARAVILLA DE LOS ’80

Pequeño Sónoman ilustrado

Una puesta en escena sobre la prehistoria del músico pop latinoamericano más trascendente de los últimos 30 años.

 Por Yumber Vera Rojas

Después de actuar en el cumple de Alfredo Lois y en el festejo de Fin de Año de Marcel, Soda Stereo dará dentro de algunos minutos su primer recital. Será como trío, tras buscar sin éxito a un cuarto integrante, pues los músicos que desfilaron por su sala de ensayo de Núñez, incluido Richard Coleman, sugirieron que continuaran así porque la rompían con ese formato. Esta noche, en la discoteca Airport de Saavedra, el grupo se presentará en una fiesta con canilla libre de cerveza y un desfile de modas. Si bien no están muy convencidos, es una buena chance para tantear su incipiente repertorio fuera de su círculo de amigos. Además están cebadísimos por tocar. Mientras Zeta sale del camarín para ver en qué andan las 200 personas que hay ahora en el boliche, Charly no puede más con los nervios, a tal instancia de que está por romper los palillos. Gustavo Cerati le pide que se calme, al tiempo que afina su Fender amarilla.

Pasaron pocos meses desde que Laura le presentó su hermano a Charly. “Me tiene loca con The Police”, se quejó durante uno de los tantos galgos que le echó el baterista, lo que desencadenó en que tiempo después consumaran la posibilidad de erigir una banda. “Creo que puedo ser el guitarrista”, asentó Gustavo, y añadió: “Toco con uno de la universidad que escucha este tipo de música, ¿querés que le diga?”. Cerati y Zeta, quienes se conocieron en 1979, cursando Publicidad en la Universidad de El Salvador, pese a sus coincidencias musicales y a que formaban parte del mismo grupo de amigos, no habían tenido un proyecto conjunto hasta la aparición de los newwaveros The Morgan, por la que pasó también Andrés Calamaro, y cuya separación provocó, amén de la concepción de la efímera agrupación Stress, que el vocalista y violero le propusiera al bajista comenzar a componer temas en español, lo que fue una decisión fundamental para el resto de sus vidas.

Ya en esa época, Cerati (de 21 años y que antes de ingresar al conjunto de Bosio, en 1982, integró la agrupación de rock y blues Savage, el combinado de fusión Vozarrón y el trío de new wave Triciclo) ostentaba varios rasgos que lo acompañaron a lo largo de su trayectoria: su debilidad por la novedad, su capacidad de adaptar las últimas tendencias en el contexto local, su avidez para curtir recitales, su arraigo identitario, su facultad para rodearse de gente talentosa, su melomanía, su meticulosidad, su trabajolismo y su hiperactividad, así como su elocuencia, su carisma, su glamour, su riesgo, su seguridad y, por supuesto, su talento.

“Desde el principio demostró que era un muchacho muy inteligente”, recuerda Carlos Rodríguez Ares, primer manager de Soda Stereo. “No sólo porque era muy buen compositor sino debido a que siempre tuvo claro el tema de la estética, la manera en que había que presentar las canciones e incluso qué palabras usar al momento de componer. Era muy estudioso de cómo sonaban, que era algo a lo que no se le prestaba atención en ese entonces.”

No obstante, previamente a que descubriera a Ritchie Blackmore, David Bowie, Roxy Music, Sex Pistols, The Cure y The Police, cuyos recitales en Buenos Aires y Mar del Plata, en 1980, impactaron en él casi de la misma forma que lo hizo Spinetta, su mayor ídolo local, con Pescado Rabioso, el joven Gustavo se debatía entre la música, la pintura y la literatura. Si bien su padre, Juan José, le regaló su primera guitarra a los nueve años, una acústica que empezó a tocar con la mano derecha (“por practicidad”, aseveró), a pesar de ser zurdo, a los 12 compuso su repertorio inaugural y tuvo su proyecto seminal: un trío con el que actuaba en fiestas. Pero, así como sucede con todo genio que revela incomprensibilidad de su don, el levantaminas nato, el muchacho de barrio al que poco le interesaban los deportes, ese racinguista que adoptó la albiceleste más por la insolencia que por la pasión (su progenitor era de Independiente), por poco se desvió de su misión para tornarse en escritor, historietista e incluso potencial dibujante de tapas de discos.

Hasta que, a los 16 años, el hijo de Lilian no sólo confirmó su vocación sino que descubrió el poder de esa muñeca con la que pronto, en algunos minutos, cambiaría el destino del rock latinoamericano, cuando integró Koala, banda cultora de los sones afros en la que pasó a tocar la guitarra rítmica gracias a un chico llamado Carlos, un laburante de un cementerio que lo introdujo en la Vía Láctea del funk y del rhyhtm and blues. Por lo que Gustavo, tras engolosinarse además con el jazz, la música de fusión y el folklore, ya estaba preparado para volcarse al rock, aunque a partir de una concepción warholiana del pop. “Mi idea era hacer algo bueno, pero fácilmente receptivo”, le reveló Cerati a la revista Pelo, en 1985. “Creo que hay una evolución musical, incluso humana, de personalidad. Por ahí para un músico de jazz rock lo que hacemos es simple. Yo no lo creo, y no me interesa desmenuzar si es simple o complejo: es directo.”

Ya llaman a Soda al escenario. Es el 22 de julio de 1983: el día en que comenzó a escribirse la leyenda del último moderno de la Argentina.

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Imagen: CECILIA SALAS
 
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