EL PERRODIABLO SALE DE CACERíA
Entre guitarras oxidadas y bases tronadoras, el nuevo disco del clan meta–rockero golpea por esencia, potencia y repetición. Sin concesiones, Doma y Chaume despliegan su artillería sobre el rock and roll, la fe, la mierda, el indie, el fútbol, la creatividad, el reconocimiento y el bardo.
› Por Juan Barberis
Cuando habla, el Doma expulsa las palabras con la misma seguridad y el mismo cinismo que vuelca sobre las canciones de El Perrodiablo, la banda con la que viene peleándole al mundo hace ya casi ocho años. Este héroe ignoto del under bonaerense, un Iggy Pop bastante más rico en carbohidratos que canta en cuero y muestra el culo como una credencial, es un pibe apasionado que cree en pocas cosas. Pero en las que cree, lo hace de manera absoluta. “Yo soy un resentido social, no está bueno, pero es lo que soy. No coincido con muchas posturas actuales. Si yo estuviese cómodo, no tendría una banda de rock”, dice con media sonrisa en la cara mientras habla del nuevo disco de su banda, el más crudo y contundente. Su título, Cacería, funciona para ilustrar el modo en que transita su existencia este pelotón de rezagados en permanente situación de hambre y supervivencia. “Es re loco que para algunos medios sigamos siendo la banda nueva, nosotros ya tenemos cuatro discos y sobrevivir todo ese tiempo no fue fácil. Nunca hicimos una música que fuera la música del momento, y a la vez mantuvimos siempre la misma línea: hacemos discos de rock.”
El nacimiento de El Perrodiablo se dio en un contexto casi de posguerra, con el indie-rock comenzando a dominar una escena under nacional que intentaba florecer bajo los escombros de Cromañón. Mientras El Mató a un Policía Motorizado se perfilaba como el principal exponente de esa arremetida musical emparentada con la low-fi, el minimalismo y la sensibilidad adolescente, El Perrodiablo aparecía con La bomba sucia (2007), un debut que marcaba con sangre, sudor y saliva el destino de este grupo obsesionado con el rock and roll animal de volumen clásico, de los Stooges, AC/DC, Sumo. Así que en el contexto de La Plata, su ciudad natal, El Perrodiablo era algo así como la fea del barrio que, pese a todo y gracias a su insistencia y su actitud arrolladora, de algún modo siempre se las ingeniaba para coger. “Nos acostumbramos a tocar para gente a la que no le gustaba la banda, era salir con todo a matar o morir, había que defender esas canciones”, recuerda Chaume, uno de los guitarristas fundadores y ex integrante junto al Doma de Psicovendetta, un dúo de hip–hop pirotécnico y rabioso que terminó siendo el embrión directo de El Perrodiablo. “El rock es cíclico, las modas van y vienen, y en el medio de todo eso nosotros estamos en cueros y revolcándonos por el piso desde hace siete años”, agrega el Doma. “Yo creo que El Perrodiablo va a ser una banda mucho más reconocida con el paso del tiempo. El día que no exista más, todos van a decir que iban a los shows nuestros y se van a olvidar de que en verdad iban a ver a Banda de Turistas.”
Cacería, recientemente publicado por Oui Oui Records, significa un paso al frente en la búsqueda por plasmar de la manera más fiel posible el vivo de El Perrodiablo, su hábitat natural. Bajo la producción de Gualberto de Orta –guitarrista de normA–, la banda se instaló dos días del último verano en los estudios ION para registrar las nuevas canciones en vivo y de un tirón; hasta la voz del Doma fue capturada con la banda tocando en simultáneo, logrando una dosis mayor de frescura e impacto que en El espíritu, de 2012. “La principal inquietud que teníamos era que las guitarras no sonaran como todas las bandas de rock mainstream argentino, ni como todas las bandas under: queríamos guitarras de rock, de las que escuchamos en los discos de afuera y que se entienden perfecto, pero a la vez están llenas de mierda, son guitarras rockeras”, dice el cantante. “Con el tiempo podríamos haber depurado el sonido como hacen muchos, pero nosotros siempre reivindicamos lo mismo: rock, suciedad, mugre.”
Entre cataratas de riffs de guitarras oxidadas y bases tronadoras, lo nuevo de El Perrodiablo sigue golpeando por esencia, potencia y repetición. Es un fogonazo de energía que se detona después de cada acorde inicial y que suelta a la banda completa –Doma en voz, Chaume y Lea Molfe en guitarras, Fran en bajo y Polo en batería– como una jauría de galgos famélicos que logran dejar atrás, al menos por un rato, el entorno viciado de sus jaulas cotidianas. “Son canciones que tienen algo para decir y no sólo desde las letras: en la potencia, la energía, la química. Para mí eso es inapelable en la banda”, analiza el Doma. “La canción Los burros, que arranca con esa cabalgata medio blusera dura que no se puede parar, es como ver el paredón en el fondo del camino y decir: ‘¡Nos la ponemos!’.”
Mientras canta, el Doma es un tipo insoportablemente cínico y movedizo que deambula arriba y debajo del escenario –alguna vez llegó a hacerlo rengo y con bastón, alguna vez llegó a hacerlo sin dientes– como un Nelson Rufino en llamas decidido a escupirte en la cara toda su mierda acumulada. “¿Contra qué cantamos? ¡Contra todo!”, pregunta y responde el cantante. “No la psicoanalizamos mucho, pero nuestra banda es más una trinchera que un living acomodado con control remoto. Nosotros salimos y hay que luchar. Muchas cosas que veo en el rock no me gustan, no siento empatía, siento incomodidad. Pero no es sólo que no me gusta el indie-rock o la gente careta que no hace las cosas con el corazón, tampoco me gusta que me voy a morir, que se muera la gente que quiero y que se mueran los perros. Eso en algún lugar de las letras está.”
Desde una perspectiva interna, El Perrodiablo puede guardar similitudes con una célula terrorista, un equipo de fútbol o un grupo religioso. Entre sus integrantes se habla de fe, de convencimiento, de salir a matar o de exorcizar almas en pena. Con respecto a este último punto, el Doma está convencido de que su banda tiene poderes sanadores. “Yo me doy cuenta de eso en los recitales porque muchos nos vienen a ver como si vinieran a ver al curandero; hay gente a la que la limpia, es un don”, dice. “En el último Matienzo, en el Festipulenta, vino una piba, nos dio la mano y dijo: ‘Gracias, gracias, gracias...’, y se fue. Es zarpado. Para mí eso es estar en estado de rock, no como esas minas que se ponen un pantalón animal print y dicen: ‘Estoy rockeada’. ¡No, vos no estás rockeada, vos sos una pelotuda y no tenés idea de lo que es el rock!”
¿Y qué es el rock para ustedes?
Doma: –Para mí es una de las pocas expresiones culturales que tiene implícita una forma de vida, de verdad. Es un espacio de mucha libertad, uno de los pocos lugares donde podés ser vos mismo. Para mí, en la sociedad actual es muy difícil lograr eso, porque hay muchas tentaciones e inseguridades; todo el mundo quiere pertenecer a algo y que lo reconozcan, buscan la palmada en la espalda por sus propios fantasmas e inseguridades. Y en el rock hay un montón de eso, no hay fidelidad con lo que uno hace. Me parece que el rock te permite sacar afuera un montón de demonios y fantasmas. En tiempos en donde la gente no sabe en qué ocupar el tiempo, si en subir fotos todo el día, si postear cosas para que se las retuiteen o tirarse un balde de agua helada, siento que nosotros somos privilegiados. Cosas en la vida, fuertemente, te gustan cuatro o cinco, y nosotros ya sabemos cuál es una: tener una banda de rock como El Perrodiablo.
En estos cuatro discos fueron apuntalando la misma fórmula de rock and roll crudo y golpeador, ¿nunca existió el miedo a repetirse?
Chaume: –La búsqueda de la banda no pasa por un género musical, tres temitas más tirando a este palo, tres temitas más de lo otro... no estamos en ésa. Lo nuestro pasa por rescatar el sello de la banda. Es más espiritual, es escuchar una canción y decir: “Esto es El Perrodiablo”. En todo caso, el miedo no es a repetirse sino a hacer algo que no sea propio.
Doma: Nosotros hacemos esto, nos sale bien y encima nos sentimos representados. Si hay un momento en que no tengo dudas en mi vida es cuando estoy tocando, siempre sentí y sigo sintiendo que quiero tocar, defender esas canciones y tocar con la gente que estoy tocando. El Perrodiablo es una de las cinco cosas que me hacen pensar que el mundo no es tan de mierda como se me presenta todos los días. Está buenísimo ese sentido de pertenencia, la banda me lo reafirma todo el tiempo. Capaz suena medio visceral ver el rocanrol así, pero creemos y eso es una fuerza re poderosa. Somos esto, no hay doble discurso, es lo que hay, tómalo o déjalo. Pero si lo dejás, te vamos a rebotar en la cabeza porque lo nuestro es como un shock de realidad en una era superficial donde la gente se saca fotos a cambio de ‘Me gusta’ o se considera comprometida por aprenderse de memoria discursos políticamente correctos.
Ya pasaron varios integrantes por la banda, ¿es difícil formar parte de un proyecto como El Perrodiablo?
Doma: Son personalidades fuertes, tenemos una determinada clase de humor, somos cinco tipos vieja escuela, todos pasamos los 30 años. No vamos a reparar en lo que diga el Inadi, ¿me entendés? Hay gente que se pone susceptible o quiere ser más dura que el duro, entonces esas cosas en la convivencia saltan. La banda es tanto musical como ideológica, musical como espiritual, musical como de fe. Vos podés no creer en todo eso y al final te lo terminás creyendo, para mí la banda te convence todo el tiempo. Es saber quién sos y respetarte, no reprimirte, porque en eso va la honestidad de lo que hacemos.
En esa permanente situación de inconformismo, ¿creen que la música puede modificar algo?
Doma: –Una canción o un disco no van a cambiar el mundo, pero sí pueden cambiar el ánimo, la fuerza, el estado de una persona, y eso ya vale la pena. De hecho somos más creyentes de la individualidad que de cualquier otra cosa, porque primero está lo que vos podés hacer con respecto a vos, ponerte a prueba sin cagarte en los demás porque sí. Las causas tipo “Voy a cambiar el país, el planeta” me suenan a que en medio de la masa está la misma mentalidad de siempre, de individuos que siguen haciendo cualquiera mientras para afuera declaman lo políticamente correcto. Por eso, antes de cambiar el mundo, preferible compartir una ceremonia con el que tenés al lado y aliviar el dolor, compartir la euforia o sacarle los fantasmas de encima.
En esa mezcla de fe, fanatismo y entrega que conforma el espíritu de El Perrodiablo, ¿cuánto le deben al fútbol?
Doma: –El fútbol es una gran escuela para El Perrodiablo. El trabajo en equipo, el sentido de pertenencia, la fortaleza ante la adversidad, no creérsela, el convencimiento de que estamos haciendo lo que hay que hacer, la creatividad y la entrega sin miramientos, son principios que aprendimos en gran parte del fútbol. De jugarlo en torneos, de ver Copas Libertadores, Mundiales u otros torneos. La épica del grupo de futbolistas es algo innato en la esencia de la banda, sobre todo porque el fútbol no tiene medias tintas: te emociona a morir o lo despreciás, lo entendés o lo descalificás. Y además no les gusta a muchísimos intelectuales, como El Perrodiablo.
* Sábado 20 en Zaguán al Sur (Moreno 2320). Desde las 23 con Sutrah, 3 Miligramos y Favalli.
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