LA CRUZADA AUTOCONSCIENTE DE EL BUEN SALVAJE
› Por Mario Yannoulas
Si el mundo se partiera entre las bandas casuales y las obsesivas, El Buen Salvaje sería de las segundas. El arte gráfico de La calma secreta, su segundo disco, aporta pistas al respecto, y la distintiva autoconciencia del quinteto aflora en charla con el NO: desde la llamada introspectiva de un puñado de temas hasta la importancia del bulto de un guitarrista, los músicos de El Buen Salvaje discuten cada cosa antes de darla a luz. Con una pata en la sensibilidad detallista del rock progresivo y otra en el impacto del hard rock, acaban de superar una prueba para los axiomas de su obra híper-craneada cuando, teniendo todo cerrado para telonear a Dream Theater en Buenos Aires, decidieron bajarse. Cuenta el guitarrista Tomás Vigo: “Faltando unas semanas, nos pidieron que el show fuera acústico, por cuestiones logísticas. No es lo que queremos mostrar, nuestra esencia es la fuerza de lo eléctrico”.
Más cerca del autoconocimiento que de la reflexión rousseauniana, la música de El Buen Salvaje propone un género sin demasiado arraigo en la tradición local. “De movida nos gustaban cosas que acá no abundaban, y hoy no me veo reflejado en ninguna banda nacional. Me gustan cosas de Aquelarre, Pescado Rabioso, hasta Pez, pero este disco no tiene nada que ver. Es distinto, porque nuestra premisa es intentar sobresalir por la diferencia y no por desafinar las guitarras, sino por darle una vuelta de tuerca al rock que ya hay”, subraya el violero Amadeo Beltrán.
“Igualmente, muchas bandas nuevas se modernizaron porque Eruca Sativa abrió el camino a un nuevo sonido –cruza Tomás–. Durante mucho tiempo estuvo de moda el rock barrial, Catupecu quiso cambiar un poco pero no lo siguieron, ahora hay miles de bandas que suenan como Eruca o se animan a lo progresivo. Todo suena más internacional, y más pesado.”
Es cierto, los nueve tracks del CD lo vuelven un artefacto raro, sensación que empieza por el arte de tapa, con sus obviedades y sorpresas. Los dibujos del salvaje semidesnudo rodeado de elementos que aparecen con cada tema tienen, por supuesto, una explicación. “De chico me mataba comprarme un CD y tener las letras, hoy las busco en Internet. Ahora quiero que el artista que me vende un disco se expanda mediante imágenes, y por eso hicimos un arte distinto para cada canción; estamos siempre muy encima del producto, no queremos vender una forrada”, concede Amadeo. “Muchos terminan la canción en el estudio, fijándose más en cómo simplificar para ser más comerciales que en cómo enriquecerla. La nuestra es exactamente la postura opuesta: no vamos a cambiar nada para sonar en la radio, tampoco nos vamos a forzar a hacer un tema de diez minutos si no es necesario”, firma Tomás.
* Jueves 9 en Kirie Music Club, Bolívar 813. A las 20.
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