Jueves, 27 de noviembre de 2014 | Hoy
EL MANGA ARGENTINO VIVE SU EDAD DORADA
Por Andrés Valenzuela
¿Se hace manga en la Argentina? ¿Hay historietas con ojos redondos y grandotes? Si manga es una denominación de origen, la respuesta sería que no. El manga es japonés tanto como el fumetti es italiano y la bande–desinée, francófona. Si se lo considera una estética, un modo de plantear las historias y la puesta en página, sí: hay manga en Argentina. ¿Y quiénes son los mangakas argentinos? El NO los fue a buscar para que cuenten de dónde salieron, qué les copa de las viñetas a la nipona, con qué corriente y estética del manga se identifican más (de las decenas que hay) y en qué momento ven la producción de manga nacional.
Aru Moreno es autor de Master Choy, flamante serie de Larp (la editorial que publica Naruto y Death Note, entre otras). Acusa 31 años y cuenta que llegó a esto gracias a la tele, especialmente a los Caballeros del Zodiaco y Los Supercampeones, clásicos de la tele noventosa. No había dónde ni cómo aprender a dibujarlo, así que se tiró a la pileta sin expectativas, con el libro Taller de manga, de un tal Akira Toriyama. Resultó que Toriyama era autor del icónico Dragon Ball. Sus compañeros de editorial Samanta Niz, Fabián González y Sergio Gómez, autores de Somy Somy Login Game, también llegaron a través del interés por el animé, aunque la apuesta por su corriente preferida llegó más tarde.
“A mis salvajes 13 años, la única manera de tenerme quieto era con un buen capítulo de animé o jugando videojuegos”, reconoce Fernando Biz, que hoy tiene 28 y vuelca todo eso en Bienvenidos a República Gada, que tiene su primer tomo agotado y ya va por el tercero en la calle (el primero por Llanto de Mudo, el segundo por Ediciones Noviembre, el nuevo por Editorial Módena). Hasta ahí llegan las similitudes.
Luego sus experiencias se diversifican casi tanto como los géneros y subgéneros que tiene el manga. Moreno va más por el palo del shonen (las historias en las que el héroe joven supera obstáculos creciendo progresivamente como guerrero) y considera el manga una disciplina antes que una corriente artística. “Hay quien te dice ‘tratá de hacer manga con cosas occidentales’, pero yo no puedo, es como hacer karate con guantes de boxeo”, sentencia. Al ser un colectivo, los autores de Somy... mezclan preferencias de todo tipo, aunque finalmente las sintetizan también en el shonen. En su historia, las protagonistas son dos chicas. “Nos encanta contar historias de fantasía, humor y aventura”, explica Niz en nombre del terceto. Leyendo un poco su historia, salta a las claras la notable influencia de los videojuegos también en su trabajo.
A Biz, en cambio, lo pueden las comedias o los relatos cotidianos, también los dramas y las apuntadas al público femenino, aunque tampoco tiene pruritos en verse alguna serie de acción medieval o con robots. Como autor se vuelca a la comedia y busca contar historias argentinas. “Trato de hacer que mis personajes, amén de la estética, tengan comportamientos locales, porque es la cultura y la sensibilidad que tengo, no podría dibujar historias que ocurran en Japón porque todavía no fui.” Eso sí, con eso en mente pregunta: “¿Qué significa dibujar ‘más argentino’?”.
¿Y cómo está la cosa? “En nuestra humilde opinión, éste es uno de los momentos más importantes del manga dentro de la Argentina”, considera el grupo que integra Niz. Aseguran que gracias a Internet las variantes se volvieron más accesibles a todos los lectores, y esta abundancia de material también motiva a muchos más a convertirse en mangakas, historietistas que hacen manga.
Biz se suma a la ola de confianza. “Estamos en un inicio muy importante, es el momento adecuado en el lugar indicado”, asegura y observa que en la Argentina hace mucho que se dibuja manga, aunque recién ahora se consolidan algunos proyectos. “En los últimos años hubo una interesante tendencia de la gente a consumir un manga de edición nacional, por el simple hecho de que el público entendió que no sólo lo japonés puede ser bueno sino que acá también hay ideas interesantes.”
Rastrear los orígenes del manga argento es difícil. Rápidamente empiezan las discusiones sobre si tal “sólo” estaba influenciado por el animé, y que si la cosa está en los ojos redondos y grandotes o en cómo se monta una página. Por ejemplo, la obra de Walther Taborda se publica principalmente en Francia, pero este docente de la escuela La Ola es uno de los principales especialistas de manga de la Argentina y llegó a serlo estudiándose los tomos como biblioratos que se venden en Japón. Pero Taborda no se propone como ejemplo de manga. Lo suyo es, a la francesa, bande-desinée.
Hace cinco años, la editorial Moebius publicó una versión “manga” de Don Quijote en dos tomos, con guiones de Federico Reggiani y dibujos de Sergio Coronel. La apuesta del sello con el manga local terminó allí. El especialista Andrés Accorsi señala entre los pioneros a Pier Brito. “El tipo tenía influencias ponjas y yanquis, pero hay rasgos bastante manguescos en sus trabajos de mediados de los ‘90: Area y Convergencia”, observa. Hoy, Brito sigue otros caminos no necesariamente vinculados con la estética oriental.
Todo esto se dio en una veintena de años, a partir de la popularización del manga y el animé a mediados de los ‘90. Sin embargo, más allá de unas apuestas (con rarezas como historietas nacionales usando personajes japoneses por los que no se pagaron licencias), el mercado local jamás sostuvo ningún proyecto de manga argentino. ¿Podrá conseguirlo esta generación?
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