Jue 27.11.2014
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PAT PIETRAFESA Y JUAN HYDE

Moscas de bar

› Por Julia González

Hacía mucho que no se veían. Y mucho es un decir inexacto, pero no importa. Porque entre los viajes de Kumbia Queers que se llevan de gira a su bajista, Pat Combat Rocker (Patricia Pietrafesa), y los que emprende Juan Hyde, la dupla que compone Barflies, pasan semanas sin verse. Por eso trajeron las guitarras y se pusieron a cantar y recitar. El escaso público: chocho. Barflies regaló en la entrevista poesías de Walt Whitman, Charles Bukowski, Pipo Lernoud y la misma Pat, musicalizadas con lo que a Hyde le suena: un blues, una zamba o un rockito. Los dos vienen del rock y encuentran en la lírica la punta de una pistola que conmueve y que también dice. Están mancomunados en el mismo fin con la dulzura guerrera de Pat y las frases sueltas a lo Bob Dylan que tira Hyde cada tanto.

Participar de un momento Barflies es condensar el instante en un vórtice rockero y reflexivo que se rinde laxo ante la evidencia del poder poético–musical. El disfrute es todo. Por eso este dúo de amigos que se conoció hace más de diez años en Garageland, el local que tenía la también bajista de She Devils sobre avenida Santa Fe, no tiene horarios, ni ensayos, ni esas pretensiones del rock.

Motivados por el aura bohemio de los bares e inspirados en Barfly, la película escrita por Bukowski y estrenada a fines de los ‘80, Pat y Juan tienen su lugar de libertad. “Es el espiritu ese de ir a un bar, estar ahí, tomar algo, escribir, leer, tocar. Nos juntábamos mucho, veíamos películas, comentábamos cosas de rock que nos gustaban, canciones, libros, poetas”, recuerda Pat y resalta la habilidad superior de Juan para acompañar textos con música. Y así todo surgió. Pero no se plantearon musicalizar poesía, salió solo. “Yo empecé a hacer la música, Pat empezó a cantar y salió todo espontáneo y sentido”, cuenta Juan.

La idea de bar no tiene que ver con borracheras ni con excesos, incluso tal vez sea cosa del pasado ya que, como dicen, no es una época de grandes consumos. Sin embargo, lo que atrae es esa magia del tiempo profano que se detiene en cualquier mesa de bar. “No es un concepto de reviente sino de observación y contemplación, sentarse a mirar por la ventana de un bar, leer algo, que la cabeza vuele un poco y escribir”, dice Juan. Y el bar conjuga eso que puede hacerse en una casa, pero con el plus del contacto con el mundo.

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