Y finalmente Gustavo se fue. La distancia que venía tomando desde mediados de 2010 culminó y se convirtió en estrella. Pero no cualquiera sino esa a la que muy pocos, y con demasiado talento, logran acceder. Icono del pop-rock local, supo reírse del jet set y deleitar a las masas a base de talento y enormes composiciones. A bordo de una maquinaria gigante, tanto argentina como latinoamericana, hizo, deshizo y mutó en todo aspecto con su música. Logró puntos altísimos en su carrera, rozando el súmmum de la perfección con Canción animal o el volador Sueño Stereo, y hasta supo lograr uno de los Unplugged más memorables.

En 1997 rubricó un “Gracias totales” que marcaba el aparente final de la excursión Stereo, y se embarcó solo en una experiencia de violas y sonidos electrónicos. Se volvió a reinventar con Bocanada y hasta pisó las tablas del Teatro Avenida para reinterpretar sus canciones en clave orquestal en unos increíbles 11 Episodios Sinfónicos. Años más tarde parió uno de los discos más rockeros de su etapa solista, Ahí vamos, y concretó el regreso más esperado: Soda volvía a los escenarios con una gira al hombro.

Después lo hizo de nuevo y se despachó con el –posiblemente– mejor disco de su carrera solista: Fuerza natural. En medio de las presentaciones de una de sus grandes obras maestras tuvo un accidente cerebrovascular que lo llevó a un letargo del que no logró despertar. Pese a toda la vorágine, dejó una obra para escuchar, re escuchar y recontra escuchar. Gustavo es, por supuesto y sin ningún lugar a dudas, Cerati. Gracias totales a él.