En los últimos 15 años, el rock tuvo que asimilar que la independencia ya no significa una elección con gusto a cucarda, un gesto de libertad o una posición ideológica, sino más bien casi la única realidad posible. Con las discográficas redoblando esfuerzos en el rastrillaje del gran público, en un juego milimétrico que no tiene espacio para riesgos –sus últimos fichajes fueron pequeños éxitos por fuera del rock, como Los Totoras o Carinhosos da Garrafa–, la fantasía húmeda del contrato salvador huele a sueño imposible y putrefacto. Pero mientras unos pocos lloran el derrumbe del imperio por la reconfiguración de los modos de consumo de la era –descargas, streaming...–, el panorama empieza a pintar un futuro más proporcionado y alentador para una industria en plena refundación.

La proliferación de colectivos y sellos autogestionados es uno de los claros fenómenos de época, asumiendo cada vez más un rol protagónico en la edición de obra y el intercambio artístico. Colectivos como Wanaku (Mendoza), Ringo Discos (Córdoba) y Polvo Bureau (Rosario), entre tantos otros, aumentaron notablemente su producción, visibilizando un movimiento que marca la temperatura del under local.

Junto a iniciativas estatales como Recalculando –del Ministerio de Cultura de la Nación–, lo que se está buscando es fijar las bases para el desarrollo y la sustentabilidad del sector. Como le dijo al NO Juan Manuel Pairone, de Ringo Discos: “Estamos desarrollándonos como profesionales en la industria de la música desde una nueva perspectiva”.