Si Leandro Visca fuera un animal, por caso un gato o un perro, estaría lamiéndose las heridas al sol. Pero Leandro es de la especie que ha conquistado el lenguaje y la catarsis con la palabra y, como ha mamado en su casa la música, va lamiéndose en cada canto, en cada letra, las grietas invisibles en el lomo. En 2007, en medio de un viaje reflexivo por el norte argentino, conoció a Hernán Arroyo y le cantó Acorralados, que es su versión en primera persona de la masacre de Cromañón. Y comenzó, en ese “tenés que mostrar esto” de Hernán, una historia.

Acorralados, la banda que lleva el nombre de ese relato y que completan Santiago Rossi, Facundo Visca y Nicolás Stavisky, presentó este año su primer disco (Dicen las fronteras) y dejó de “cantarle a la muerte” para “cantarle a la vida”. En esa senda va la poética de Visca, trovador que elige el rock para cantar sobre la sociedad: “Toda mi música es por algo que me marcó; Cromañón, Mariano Ferreyra, un contenido. No puedo meterme en la poesía si no hablo sobre la realidad social”, explica.

Acorralados y su disco están ligados de forma directa a Cromañón y el post Cromañón: a ese universo que va desde el artista explotado, el que se pone en lugar de empresario, hasta el rol de narrar la historia. Visca canta para no olvidar y que nadie olvide –“La música es una herramienta de transformación social”, sostiene– y asume que son hijos directos de Cromañón. Por eso, denuncian que el circuito no existe, que los promotores culturales tampoco y que lo músicos, para mostrarse, deben ponerse en el rol de organizadores y, así, van quedando en el camino.

Agradece a Juliana Lanza y el servicio post-trauma del Hospital Alvear, que incluso sin recursos los atendió, y deja un mensaje a sus pares: “El responsable es el Estado, pero no hay que quedarse por fuera, hay que militar, sólo la organización de los trabajadores de la cultura va a torcer la historia”.