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Viernes, 26 de diciembre de 2014

EL FIN DEL DISCURSO úNICO

Cada quien atiende su juego

La década post-Cromañón coincidió con la fragmentación de los gustos y los discursos, aunque no sólo por la masacre.

 Por Brian Majlin

Si la hegemonía previa a Cromañón era la del rock argentino, barrial y La Mega; si la identidad se tejía en una bandera de tu banda favorita y los iconos musicales –los héroes del consumo cultural que alimentaban egos y discográficas– posibilitaban la construcción de identidades; si todo eso, tan sólido, tan permanente, se desvaneció, no fue por Cromañón. O, al menos, no sólo por ello. Hay que decirlo en un tirón, para contraponerse al sentido único que primó tanto tiempo: que Cromañón había hecho trizas el sueño de un rock nacionalista y aglutinante. Que después se acabaron los lugares para tocar, que las condiciones se precarizaron y que todo se hizo cuesta arriba.

Es cierto, ojo, que la precariedad permanece intacta y que se ha extendido a todo nivel: del rincón al festival. Que la cultura tiene un agujero en el campo de las posibilidades de desarrollo. Pero lejos de ese primer intento analítico –enviciado por la cercanía en el tiempo– que pregonaba que las bandas medianas no tenían lugares para el despegue, emerge un concepto que acompaña el proceso: la fragmentación, la multiplicidad de discursos y consumos culturales. Y tiene más que ver con Internet, con el consumo digitalizado, con el acceso a una red de información y contenidos tan abrumadora como dispersa, que con Cromañón en sí.

¿Quién podría definirse por un disco? ¿Quién osaría identificarse con un solo artista, una sola obra? La multiplicidad, la fragmentación en millones de micropartículas artísticas al alcance de un clic explica más que la masacre en sí. Es cierto, Callejeros no ayudó al sostenimiento de esas viejas identificaciones férreas entre bandas y público ni antes, ni durante, ni después –aunque sostiene un amplio grupo de apoyo tan incondicional como anacrónico–, pero tampoco fue el causal de algo que tampoco pudo prever: el estallido del discurso único, el corrimiento –jamás definitivo– del rock como modo único de ver el mundo.

Al calor de la web, las marcas, los festivales, las producciones colectivas, las alternativas, las independientes y las autocomplacientes, nació un mosaico cultural que difícilmente se encasille en un modelo unívoco. En el que prevalecen vestigios del anterior, en el que el rock sigue teniendo un lugar importante y en el que los modos de hacer cultura se entrecruzan, pero siempre regidos bajo un mismo patrón: ¿cómo hacer para subsistir, para ganar el pan, en un sistema social en el que el arte se vende como mercancía?

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